“Un viaje en el tiempo en el que aterrizamos en plena era britpop, con un ejercicio entretenido y que se mueve entre lo correcto y el notable”
El menor de los hermanos Gallagher acaba de despachar un nuevo disco en solitario, “As you were”, en el que abraza los mismos códigos con los que alcanzó la gloria en los 90. Por Fernando Ballesteros.
Liam Gallagher
“As you were”
WARNER, 2017
Texto: FERNANDO BALLESTEROS.
«La adicción del pop a su propio pasado», además del subtítulo del imprescindible “Retromania” de Simon Reynolds, es una frase y una realidad que explica bastante de lo que esconde “As you were”, la puesta de largo como solista de Liam Gallagher. En su momento Oasis construyeron su propuesta sobre una base que tenía los dos pies en el pasado y unas influencias más que evidentes que ellos siempre reivindicaron con orgullo. Y ahora Liam vuelve a las andadas.
Después de intentarlo con Beady Eye, la aventura fallida que emprendió con los restos del naufragio del grupo madre, el menor de los Gallagher se presenta en solitario —aunque ya veremos que no tanto— enseñando sus cartas antes siquiera de que sepamos exactamente a lo que va a jugar. No esconde nada: el elepé es un intento de acercarse a algunos de los logros que le llevaron a mirar el mundo desde lo más alto cuando la década de los noventa superaba su ecuador. Beatles, por supuesto, pero también Stones, Who, los grandes nombres del glam… ya sabemos por dónde van los tiros. Como él mismo dejó claro antes de editarlo, a estas alturas no se iba a descolgar con una odisea de jazz espacial. En su lugar nos embarca en un viaje hacia atrás en el tiempo —otro más— en el que aterrizamos en plena era britpop, y lo hace con un ejercicio entretenido y que se mueve entre lo correcto y el notable.
Como ocurría en los tiempos gloriosos de grupos como Turbonegro, en este disco el oyente se puede entretener incluso en desentrañar a quién hace un guiño aquí o a quién se fusila un poquito más allá. Estas cosas hay que hacerlas con gracia y la verdad es que Gallagher la tiene. Y no retuerce el asunto. No busquen referencias a caras b de algún ignoto grupo de la década de los sesenta, como ha hecho en más de una ocasión el mismísimo Bobby Gillespie, háganlo en las vacas sagradas del pop y acertarán. Las encontrarán —las referencias, digo— de forma evidente en el sonido y también en los textos.
Liam tiene gracia por lo menos para eso, para copiar y para copiarse, y además ha sido inteligente a la hora de inflar el globo del interés mediático. Ha calentado el ambiente con guiños a una posible vuelta de Oasis y alguna que otra declaración altisonante en su línea, y entre medias ha adelantado canciones que han abierto el apetito de los fans. ‘Wall of glass’, el primer single, es una buena muestra de canción pegadiza que nos remite al sonido clásico de Oasis. En ella toca todos los instrumentos, como hace en otros tres títulos, Greg Kurstin, el hombre a los mandos en el último trabajo de Adele. Ya apuntábamos que Liam ha estado muy bien acompañado en su debut (no tan) solista. Además de Kursti, que ha producido los cuatro temas en los que toca, Dan Grech-Marguerat se ha encargado del sonido del resto del album y Andrew Wyatt ha coescrito cinco canciones.
‘For what it’s worth’ y ‘Chinatown’ también se adelantaron a la aparición en las tiendas del largo y son dos buenas muestras del Liam que se mueve como pez en el agua en los medios tiempos. La primera remite sin disimulo a ‘Don’t look back in anger’ y la segunda está entre los momentos más brillantes del disco. ‘Bold’ también reluce con sencillez y regusto a pop clásico y ‘Paper crown’ y ‘Universal gleam’ nos recuerdan que Lennon y los Beatles siempre han sido la gran influencia de Liam solo o en compañía de su hermano y de otros.
‘When I’m in need’ tiene un aire hipnótico que pide más escuchas y ‘I get by’ trae de vuelta al Liam que hace gala de nervio y fibra rockera. Lo mismo que ‘Greedy soul’, que rescata su vena más macarra, aunque como sucede con ‘You better run’, promete bastante más de lo que finalmente da.
Tras el cierre por todo lo alto de ‘I’ve all I need’, llega el momento de sacar conclusiones, y la principal es que el disco soprende, no por su propuesta, sino por su resultado: con unos ingredientes que son lo que son y sin ninguna novedad destacable, el álbum se revela satisfactorio y bastante por encima de los logros de Beady Eye e incluso de los últimos Oasis. El que no haya comulgado hasta ahora con Liam no lo va a hacer con este álbum, porque el asunto tampoco da para sumar nuevos adeptos a la causa. La cuestión es más bien volver a conquistar a parte de aquella legión de fans que hicieron grandes a Oasis y aquí parece que ha centrado el tiro.
Ya sea porque se ha dedicado a alimentar el debate sobre la posibilidad de un futuro musical con su hermano o porque el sonido se acerca más que nunca a aquel pasado, esta vez la operación ha sido un éxito en el plano comercial. Los números cantan y en su primera semana a la venta el disco despachó 103.000 copias que le auparon directamente al número uno en el Reino Unido granjeándole un nuevo Disco de Oro. Y aunque no ha podido superar lo logrado por Noel Gallagher’s High Flying Birds, que vendió 122.000 copias en sus primeros siete días en su debut de 2011, hoy la pelota está en el tejado del hermano mayor y ese tercer disco que está a la vuelta de la esquina. Esperamos acontecimientos.