«Les permite hacer una única fotografía para probar que sigue vivo. Pide que se respete su intimidad, les desea suerte con las reediciones pero asegura no querer los derechos de autor de las mismas»
Aquí tenemos al nuevo Rodriguez, siguiendo la intención de «poner luz en el ático», como bien parecía intentar el premiado documental de hace dos años y como bien señala el nombre del sello que reedita los discos de Lewis, Light in the Attic: o sea, sacar del olvido gemas que han quedado sepultadas por años de sedimentos y capas basálticas que han arrasado con su memoria.
Texto: XAVIER VALIÑO.
Por supuesto, no todo lo que se pueda descubrir tiene que ser del más fino mineral. Este disco de Lewis puede que no enganche a algunos lectores, pero su historia sí que lo hará, desde luego, así que allá vamos.
Para ello tenemos que viajar a la Nochevieja de 2007, cuando un coleccionista y buscador de discos raros, de nombre Jon Murphy, revisa las cubetas de un mercadillo de Edmonton (Alberta, Canadá). Entre todos le llama la atención una portada con el retrato de alguien que bien podría pasar por uno de los miembros de Duran Duran, de pelo estilizado y repeinado que en ella se presenta. Se lo lleva sin confiar mucho en lo que acaba de adquirir, pensando que se puede tratar de un disco de folk religioso, aunque no sabe muy bien qué pensar de la pegatina que avisa que incluye su éxito ‘Romance for two’.
Por suerte, no hay nada de música sacra. En su hogar queda muy gratamente sorprendido por las canciones a medio camino entre Arthur Russell, el Bob Dylan de la época country de «New morning» y la delicadez del «Pacific blue» de Dennis Wilson (The Beach Boys). Se trata de una música lenta, casi espectral, desgarrada y emocional. Desde luego, no es una persona cualquiera.
Este coleccionista cuelga algunos vídeos de la música de Lewis en la red y ahí lo descubren los responsables del sello Light in the Attic, quienes inmediatamente se proponen reeditar el álbum. Pero hay que buscar al tal Lewis. Pronto descubrirán que no hay rastro de él. En la contraportada aparece el nombre de un fotógrafo, Ed Colver, que había estado involucrado en la escena punk de Los Ángeles desde 1978.
Dan con él y este recuerda que fue un trabajo que realizó por 250 dólares aunque su cliente en esta ocasión era todo lo contrario a los que trataba habitualmente. También les relata como este tal Lewis, que dijo llamarse Randy Wulff, apareció en un Mercedes blanco con su supuesta novia rubia para la sesión de fotos, la modelo Christine Brinkley, y todo lo que supo después es que se había marchado a Hawai tras pasar por Las Vegas. También les pone en la pista del estudio Music Lab en Los Ángeles, donde había registrado sus canciones.
Allí, su responsable, Tony Mederos, les habla de una mañana de 1983 cuando Lewis cruzó su puerta. Era el estudio más barato de la ciudad (25 dólares la hora) y estaban acostumbrados a grupos punk que llegaban en transporte público. De repente, este chico rubio, que dice estar en el negocio de la moda, llega en su gran automóvil explicando que su casa de Malibú se la tragó el Océano Pacífico en un temporal causado por El Niño, y que quiere grabar y editar urgentemente un disco para solucionar un problema con el seguro. ¿Qué tipo de música hace? “Atmosférica y etérea”, responde.
Tras el fotógrafo y la compañía de discos, Randy Wulff es ahora el principal objetivo. Encuentran un segundo álbum grabado por Lewis, «Romantic times». Pero ni contratando un detective privado consiguen hallarlo. Un sobrino revela que Wulff grabó varios discos en Europa en los años ochenta y que en la década siguiente registró varios álbumes en Canadá con distintos seudónimos. Sin embargo, no sabe dónde está: la última vez que se le vio fue hace siete años, en Vancouver.
La discográfica reedita los dos álbumes y aparta los derechos de autor generados por las ventas en una cuenta bancaria a la espera de que algún día su autor aparezca. Desde entonces, se van sumando adeptos a la causa de Lewis, a esas canciones melancólicas, tristes y melódicas tocadas con una guitarra clásica y recubiertas con sintetizadores. ¿Cómo es posible que alguien así haya permanecido oculto, desaparecido u olvidado durante tanto tiempo? ¿Se trata de un ingenioso invento de su discográfica?
Tras dos años y medio de incesante búsqueda, nadie pensaba ya en encontrar a Lewis. Alguien localiza a un reputado abogado mediador llamado Randall Wulff y de gran parecido físico con Lewis, que vive en San Francisco y que está metido en reparaciones que tienen que ver con las Torres Gemelas. Parece ser el responsable de aquellos dos discos y, por su profesión, se entiende que oculte su pasado como músico. Pero no, no es él.
El caso parecía cerrado… hasta que un amigo de Wulff telefonea a principios de este año a Light in the Attic diciendo que el músico vive en Canadá. Tal y como señalan en una entrada de su blog del 8 de agosto de este año, los dos responsables del sello compran un billete de avión y se encaminan a una ciudad canadiense que no quieren desvelar.
Después de 48 horas de búsqueda infructuosa, su peripecia acaba cuando lo ven de repente sentado en la terraza de un café. Así, sin más, dan por fin con Lewis tras una búsqueda de siete años. Se presentan, le enseñan sus discos reeditados y él les permite hacer una única fotografía para probar que sigue vivo. Pide que se respete su intimidad, les desea suerte con las reediciones pero asegura no querer los derechos de autor de las mismas.
Así acaba esta historia. Los discos de Lewis han recobrado una nueva vida y él, ajeno al renovado interés por su música, prefiere seguir en el anonimato. Su música puede gustar más o menos, pero desde luego que aquí hay material para que se convierta en el nuevo Rodríguez. Solo necesita a alguien que dirija ese documental que su increíble historia está pidiendo a gritos.