Letra y música, de Gerardo Irles

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LIBROS

«La singularidad de Irles logró en sus inicios que la suya, una postura y actitud periodística a priori demodé, acabase siendo tan vigorizante como inspiradora»

 

Gerardo Irles 
Letra y música
UNIVERSITAS MIGUEL HERNÁNDEZ, 2022 

 

Texto: VICENTE FABUEL.
Foto cedida por GERARDO IRLES.

 

Con un título bien traído, que igual alude a obra de cualquier compositor que a esa habitual tarea de todo periodista musical, esta antología recoge varios de los trabajos que Gerardo Irles, antiguo y añorado compañero de Efe Eme, publicó durante décadas en distintos medios de comunicación. Y no todos musicales. Este ilicitano era un todoterreno del oficio que igual escribía de la Virgen del Misterio de Elche que de las chicas del Vespino, al parecer popular modalidad pija de las niñas locales del momento a finales de los ochenta. Editado por la Universidad de Elche, lo presenta el próximo 20 de octubre en la misma institución.

Hasta prácticamente hace nada, hubo un tiempo en el que escribir y analizar determinados discos españoles bien añejos, ese tipo de grabaciones habitualmente bajo sospecha, sin que mediase luctuosa actualidad de por medio, se tachó de inoportuno cuando no de anacrónico. Si esos artistas eran considerados meros entretenedores de paso, sus discos (jamás su obra) habían dejado de ser útiles, por lo que cualquier análisis que no tuviese fines nostálgicos estaba de más. Se habla de ese tipo de figuras de amplio espectro popular como podrían ser, por ejemplo, el Dúo Dinámico, los Brincos, Augusto Algueró, Raphael, Rocío Dúrcal… y tantas docenas más. Nos entendemos. Tasados como poco de ligeros, artistas devaluados por el uso, y como si el tiempo transcurrido los hubiese despojado de cualquier significado actual que no fuese mirar atrás.

Curiosamente, si esa misma tarea versaba sobre análogas figuras foráneas, incluso siendo estas mínimamente populares, el escriba no corría peligro alguno. El único riesgo, en todo caso, era que te llamasen esnob. Ya ven, casi una medalla. Felizmente, cada vez asoman menos esas gilipolleces. Hoy se escribe más o menos libremente y pocos dudan de que, si así se hace, debe ser porque esas orilladas músicas nuestras, supuestamente amortizadas ya, contienen valores artísticos o patrimoniales plenos de vigencia, que no solo hay que conservar, sino compartir con cada nueva generación de lectores. Una bendita obviedad, ahora mismo. Entonces, en aquellos días y por momentos, una práctica cuasi vergonzante.

Gerardo Irles (Elche, Alicante, 1954) dio un valioso paso adelante en ese sinuoso recorrido en el que nos movíamos los comentaristas musicales de aquel momento y en esas lides nuestras. Y lo hizo con ¡Solo para fans! (Alianza Editorial, 1997), un libro que obliga a definirlo como un paseo obligado y culto por la gran música, y la prensa y el cine y la literatura y la radio y la televisión musical circa entre los sesenta y setenta, que tan feliz había hecho a su autor como a un país entero, que no es moco de pavo. Por otra parte, un punto de inflexión dentro de su trayectoria, como articulista en prensa generalista (entre otros, el periódico Información de Alicante) y autor de libros sobre disciplinas alejadas de la música, e incluso la novela No me llames cariño (Instituto de Cultura Juan Gil —Alber, 1989). Si eras fan de ese vicio musical que el autor celebraba, la obra era reconfortante: un tomo íntegramente dedicado a la música yeyé y pop española, por más que en el índice onomástico (que llamó juiciosamente «índice de artistas invitados») apareciesen figuras similares de medio mundo.

Finalmente, y no menos importante, injusto sería olvidar que Irles sabía cómo contarlo, porque sabía escribir. Su oficio mostraba a las claras que el autor echaba el resto y sin red, que no olvidaba a nadie de los suyos y, sobre todo, se subraya que no pedía perdón por ninguno de ellos. Incluso a los que lo conocíamos bien, sorprendía su naturalidad escribiendo sobre ese fardo nuestro de artistas cuya dudosa reputación artística caminaba —y caminará siempre— sobre el alambre (¿hace falta citar nombres?) y que Irles los analizaba sin mayor prejuicio. Un tipo cool y sin despeinarse, of course: un peine y un buen corte de pelo, uno de los objetivos del día.

 

 

 

Tiempos musicales en Efe Eme

La aparición de Efe Eme en 1988 debió coincidir plenamente con sus planteamientos —con este periodista, además de musicales eran vitales— y enseguida encontró cancha y plataforma; de hecho, fue colaborador habitual desde sus inicios. Pero tras ese libro musical de amplio eco y recorrido, y sus valiosas colaboraciones con la revista, Irles decidió un buen día dejar el periodismo y dedicarse de nuevo a la publicidad, su antigua profesión. Agotado, como si no le quedase nada por contar tras dos décadas capitales de su vida. Y probablemente así era. Como él suele comentar, y puede tomarse cada uno como quiera, «para un servidor, y tras aquellos sonidos que me marcaron, el resto es silencio». Así debió ser.

Letra y música es una selección propia de sus trabajos periodísticos que abarca veinte años de recorrido y me revela que Gerardo, además, debió ser lo más parecido a un mod autóctono que yo debí ver por Valencia. Un dandi en alma y físico, que sin renunciar a la cultura originaria de Cathy McGowan y Carnaby Street (de renunciar, nada… Irles podría haber matado por Pete Towshend) añadía a su planeta yeyé (y colindantes) un sorprendente puñado de cultas luminarias hispanas de otras generaciones y variado sesgo cultural: Francisco Umbral, Luis García Berlanga, Gil de Biedma, González Ruano, Edgar Neville, Eugenio d´Ors… Todo un atrevimiento personal en el medio periodístico pop de este país, este trabajillo nuestro de la crítica musical. Descubrir, citar y usarlos singularizó notablemente su oficio. De todos ellos aprendió, patente y disfrutable fue su influencia, e incluso con aquellos con los que coincidió en el tiempo despachó personalmente intercambiando alguna que otra metáfora.

Serge Gainsbourg y Salvador Dalí corretean de la mano por las páginas musicales del libro, al igual que las míticas discotecas de Benidorm o el origen de la dificultad alemana (¿?) para cantar rock and roll. Pulsos entre Bruno Lomas y Johnny Halliday, o esas delicatessen emparejando a Elvis Presley con Agustín de Foxá, The Beatles con Edgar Neville o el berlanguiano Imperio Austrohúngaro con la actual Comunidad Valenciana, figuran entre los artículos seleccionados por el autor. Su raíz ilicitana se funde amigablemente con la música: el sacro Misterio de Elche y su lectura actual como una operística representación barroca. La imagen de sus inicios musicales, casi impúber, junto a su conjunto juvenil los Hunos (1970) o esa foto junto a Berlanga por la que más de uno, literalmente, mataría. Lleno de ágiles observaciones, Irles felicita a The Beatles por haberse separado cuando tocaba. Nos recuerda que las canciones del Festival de Benidorm eran sociología pura de la España de los sesenta y, quizás, lamentando su propio caso, barrunta el inevitable éxodo de paisanos ilustres como Vicente Verdú o Vicente Molina Foix, al cambiar la terreta por la gran urbe. Para guinda del pastel, rescata una emotiva visita y paseo junto a Gil de Biedma, finales de los ochenta, al yacimiento arqueológico de La Alcudia, a pocos kilómetros de Elche. Reporta que los fans del poeta, sin llegar a ser tan numerosos como los de cualquier grupo rock, aumentan por todos lados. Cuenta Irles que «en el bar del Altet nos tomamos la copa de despedida. A las seis estará de vuelta en Barcelona, allí de nuevo… monstruo en su laberinto». La misma definición final con la que Gil de Biedma había despedido a Picasso cuando poco antes lo había visitado en Cannes.

Concluye el libro su etapa en Efe Eme con artículos publicados entre 1988 y 2004, escogidos con tino para la ocasión: la simpática rivalidad entre Los Brincos y Los Bravos, quizá más entre sus fans que entre ellos mismos. Los primeros, real kilómetro cero del beat español, más raciales y con capas españolas de Seseña; los segundos, cosmopolitas a más no poder y exitosos internacionalmente sobre una cambiante formación, a modo de una ONU musical, que llegó a tener cantantes de hasta cuatro países distintos. El último artículo rescatado de Efe Eme para nada es casual: versa sobre el maestro Augusto Algueró. Escrito tal cual, que eso de «maestro» fue título honorífico asociado al nombre y, desde siempre y como figura ligeramente ninguneada, un recurrente empeño del periodista. Bien sabía este que del maestro era más conocida su sonrisa que su obra, y que nuestra bibliografía musical cojeaba por la pata de su ausencia. Pocos más idóneos para solventar esa falta que el propio Irles. Ahí queda eso. Siempre conviene dejar una puerta abierta por si —en cualquier momento— uno decide volver. Ojalá se diese. La singularidad de este escritor ya logró en sus inicios que la suya, una postura y actitud periodística a priori demodé, acabase siendo tan vigorizante como inspiradora.

Anterior crítica de libros: ¡Esto es rock!, de Javier Becerra.

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