«Su concierto no solo es un placer divino para los oídos, sino que es un concierto que se siente con las entrañas. Transmite paz y serenidad. Hace que uno se sienta bien consigo mismo. Existen muchas razones para no creer en Dios, pero una actuación como la suya, hace que uno se lo replantee»
El pasado viernes, el Palacio de los Deportes de la Comunidad de Madrid se puso en pie para recibir al Premio Príncipe de Asturias de las Letras de 2011. Leonard Cohen presentó su último trabajo “Old ideas” (2012), su primer álbum de estudio después de ocho años, y durante casi cuatro horas dio una lección de elegancia. Nadie puede hacerlo mejor.
Leonard Cohen
5 de octubre de 2012
Palacio de los Deportes de la Comunidad de Madrid
Texto: HÉCTOR SÁNCHEZ.
Aleluya. Un acto mezquino puede crear algo bello. En el año 2005, la situación económica de Leonard Cohen pendía de un hilo: Kelley Lynch, su representante, y con quien había tenido una relación, le había estafado y robado sus ahorros mientras él se encontraba de retiro espiritual. Para poder sanear sus cuentas, el cantautor canadiense volvió a salir de gira en 2009 y lanzó dos discos en directo, “Live in London” (2009) y “Songs from the road”. Estos dos trabajos no incluyeron ninguna canción nueva. La espera para poder escuchar un álbum nuevo de estudio concluyó a principios de 2012 con “Old ideas”. El hecho de que su nuevo disco tenga ese título parece ser un guiño que Cohen se ha lanzado mirándose al espejo. Las máximas de las composiciones del canadiense son atemporales y, como buen judío mediático, no puede dejar de lado temas como las relaciones, el sexo, la religión y la fe.
El pasado viernes, el Palacio de los Deportes de la Comunidad de Madrid extendió una enorme alfombra sobre su escenario para que Leonard Cohen presentara sus nuevas viejas ideas. Se hizo de rogar después de veinte minutos de retraso. Cohen apareció en el escenario corriendo. Sobre la alfombra, le acompañaron un grupo de brillantes músicos de lo más cosmopolita: países como Estados Unidos, México, Moldavia y España, de la mano de Javier Mas, estaban representados sobre el escenario. ‘Dance to me to the end of love’ abre el espectáculo y el maestro comienza arrodillado. No será la última vez que lo haga: a sus 78 años, el cantautor pasó gran parte de su actuación arrodillándose, como si estuviera rezando para que pudiéramos escuchar sus plegarias.
Después de la primera canción, Leonard Cohen hace una declaración de intenciones: “No sé cuándo nos volveremos a ver, pero seguro que esta noche les daremos todo lo que tenemos”. Le sigue ‘The future’, cuyo mensaje sigue siendo tan actual como el primer día. Con ‘Bird on the wire’ recibió la primera de las muchas ovaciones de la noche y con ‘Everybody knows’ el público le acompañó con las palmas.
Una de las primeras sorpresas de la noche no vino de la mano del canadiense, sino de los portentosos dedos del virtuoso Javier Mas, que tocó un solo de los que erizan el vello de la nuca para introducir ‘Who by fire’. No todos los aplausos fueron para Leonard Cohen. En determinados momentos de la noche, Cohen es capaz de ocultarse de los focos y dejar que brillen con luz propia los músicos que le acompañan. ¿Y qué decir de sus coristas? El trío formado por las dos hermanas Webb, quienes demostraron sus dotes acrobáticas, y Sharon Robinson crea un contraste delicioso frente a la voz grave y profunda del maestro; ‘Come healing’, fue un ejemplo de ello. También dejó volar solas a sus mujeres. ‘The gypsy’s wife’ corrió a cargo de Charlie y Hattie Webb mientras él, como si se tratara de un padre orgulloso viendo la actuación de sus hijos, movía los labios recordando las letras mientras las observaba desde la sombra. Las hermanas volverían a demostrar su talento en solitario tocando la guitarra y el arpa en ‘Coming back to you’ después de que Cohen recitara al principio del tema. Vuelve a recitar con ‘Alexandra leaving’ pero esta vez es Sharon Robinson, su habitual compañera musical, la que lleva la voz cantante.
Pero no nos vayamos del tema. Como no podía ser de otra manera, el protagonismo recayó en el genio de Leonard Cohen y su voz vibrante. Una voz que sale de lo más profundo de su ser. Más que cantar, lo que el poeta hace es hablar al micrófono como si te susurrara al oído. Te seduce. Cuando Cohen interpreta ‘Suzanne’ o ‘So long, Marianne’ lo hace como si sus respectivas musas, Suzanne Verdal o Marianne Jensen, estuvieran frente a él en ese momento. Es hipnótico. Pero su voz cavernosa no es el único instrumento que el músico utiliza en el espectáculo: echa mano de la guitarra en varias ocasiones, el teclado para ‘Tower of song’ e incluso el arpa de boca para ‘Democracy’ mientras simula desfilar.
De su nuevo trabajo, extrajo cuatro canciones: la blusera ‘Darkness’, ‘Amen’, ‘Going home’ y, la citada anteriormente, ‘Come healing’. Pero los mayores aplausos vinieron con temas clásicos como ‘Sisters of mercy’, ‘Hey, that’s no way to say goodbye’ y su versión de ‘The partisan’. Leonard Cohen se guardó tres platos fuertes con los que finalizar su número antes de los bises: primero tocó ‘I’m your man’, después, con su majestuoso himno ‘Hallelujah’, todo el público ya estaba en pie y con su peculiar homenaje a Lorca, ‘Take this waltz’ resultaba imposible no sentir cosquillas en el estómago. Cuando Cohen volvió para los bises, el público que se encontraba en la pista del Palacio había abandonado sus asientos para estar más cerca del músico. La parte más movida de la noche llegó con ‘First we take Manhattan’; no se nos podía olvidar que era un concierto y también había que moverse. La noche se cerró con ‘Famous blue raincoat’, ‘Closing time’, ‘I tried to leave you’, que fue el colofón ya que cada músico hizo un solo con su instrumento, y su versión del tema de los Drifters, ‘Save the last dance for me’. Después de un concierto estructurado en dos bloques con un intermedio de veinte minutos, porque los genios también merecen descansar, después de tres grupos de bises, después de casi cuatro horas, Leonard Cohen y los suyos han cumplido su palabra: han dado todo lo que tenían.
Cohen se ha arrodillado, ha presentado a sus músicos tres veces, ha hecho reverencias al público, se ha quitado su sombrero y lo ha puesto sobre su corazón como señal de respeto, ha saltado como un duendecillo entre las diferentes partes de la actuación y ha recogido las cartas y los ramos de flores que sus fieles le han dejado sobre el escenario. Cohen hace que la música sea trascendental. Su concierto no solo es un placer divino para los oídos, sino que es un concierto que se siente con las entrañas. Transmite paz y serenidad. Hace que uno se sienta bien consigo mismo. Existen muchas razones para no creer en Dios, pero una actuación como la suya, hace que uno se lo replantee. De aquel acto mezquino, se creó algo bello. Amén.