«Sus canciones ganan con cada año que cumplen y su carisma, imbatible, deslumbra y ciega»
Son días de acordarse de Lennon, que esta semana hubiera celebrado su ochenta cumpleaños, y aunque vivió el mismo tiempo que lleva ya ausente, su legado sigue manteniéndole absolutamente vivo. De ello habla Julio Valdeón.
Una sección de JULIO VALDEÓN.
9 de diciembre de 1980. Bruce Springsteen y la Street Band presentan The river en el Spectrum de Filadelfia. La noche anterior alguien de la comitiva que rodea a los músicos les había dado la peor noticia. John Lennon ha sido asesinado a las puertas del Dakota. Liquidado a tiros por un zumbado, Mark David Chapman. Al día siguiente Steve Vand Zant no quiere salir al escenario. Considera que mantener el show tiene algo de blasfemia. Los músicos recuerdan al héroe, el que les voló la cabeza cuando bajó del avión en Nueva York acompañado por los otros tres monstruos de Liverpool. El promotor y el mánager sostienen que suspender no es posible, que no hay forma de devolver el importe, que el espectáculo debe continuar y blablablá. Desde el escenario Springsteen acabará por homenajear a uno de los padres de la enciclopedia del rock and roll y el pop. Hacer la cuenta es repasar la historia del siglo. “Straberry fields forever”, “Across the universe”, “In my life”, “A hard day´s night”, “Don´t let me down”, “Ticket to ride”, “Woman”, “Instant karma”, “I am the walrus”, “Revolution”, “Norwegian wood”, “Come together”, “Eight days a week”, “Lucy in the sky with diamonds”, “Help!”…
40 años y un mes antes, el 8 de octubre de 1940, había nacido el chico airado y chuleta, provocador y brillante, que hizo la mili del rock y las anfetas en Hamburgo y regresó a Inglaterra para cambiar el mundo. Como cada vez que rondamos los aniversarios de Lennon, encuentro montones de tributos emocionados y un despreciable manojo de comentarios más o menos despectivos. Conocen los argumentos. Que si “Imagine” resulta intragable en su utopismo y que si es adolescente suponer un planeta sin alambradas ni cultos esotéricos, sin pasaportes ni dioses. Allá ellos. Como ya he comentado en otras ocasiones, hago mías las palabras de Pablo de Lora, profesor de Derecho Público y Filosofía Política, que en declaraciones a CTXT explicó que «las fronteras son un desgraciado “accidente” y por eso no establecer más me parece un imperativo moral y político, y suprimirlas un paso en la dirección de hacer efectivo el carácter universal de los derechos humanos». “Imagine” les jode porque pone mazapán musical a un empeño ilustrado.
Aquel frío invierno del 80 Bruce arrancó su concierto del Spectrum explicando que «es difícil salir y tocar esta noche cuando tanto se ha perdido. El primer disco… El primer disco que aprendí fue Twist and shout, y si no fuera, si no fuera por John Lennon, todos estaríamos en algún lugar muy diferente esta noche. Es un mundo irracional. Y tienes que vivir con muchas cosas que son simplemente insoportables. Y es difícil salir y tocar. Pero no hay nada más que puedas hacer». Después sonó, arrolladora y anticipadamente nostálgica, “Born to run”, esa declaración de amor a las promesas del rock and roll. Las mismas que Lennon trajo cosidas al cuero y la guitarra. En el siglo XXI, el del resurgimiento del culto a la aldea, los fundamentalismos religiosos y los nuevos puritanismos, su música y sus versos suenan mejor que nunca. Sus canciones ganan con cada año que cumplen y su carisma, imbatible, deslumbra y ciega en un tiempo de enanos.
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Anterior entrega de Combustiones: José Luis de Carlos, un gigante olvidado.