Fernando Ballesteros se aleja de los grandes tótem de los noventa para recordar diez canciones que también definen aquellos años, desde The La’s hasta Beck.
Selección y texto: FERNANDO BALLESTEROS.
Hagamos una lista de diez grandes canciones de la década de los noventa. Grandes y también representativas. No serán las más célebres, porque esa lista ya ha sido confeccionada muchas veces y no admite mucho margen de maniobra: Nirvana, REM, Oasis, Blur, Soundgarden…No está ninguno de ellos. Tampoco ‘Creep’, ni aquella otra de los Cure cuando se pusieron alegres y Robert Smith decía estar enamorado y comenzaba el fin de semana. Ni siquiera ‘Basket Case’ ni los himnos rabiosos de Rage Against the Machine.
Tampoco nos equivoquemos. No hay aquí grupos desconocidos ni canciones que se quedaron al margen de alguna discografía. Aquí hay títulos y autores muy reconocibles y que también definen la década. Cuando decido las que voy a incluir, estas son las elegidas. Una excusa más para pasar un buen rato con la música y volver a escuchar alguna que otra canción que tal vez llevábamos ya algún tiempo sin escuchar. ¡Vamos a jugar!
1. The La’s: ‘There she goes’ (“The La’s”, Polydor, 1990).
Ya hemos contado aquí la historia de Lee Mavers y The La’s. Un único y maravilloso disco y el silencio que dio paso a mil historias con algo de verdad y mucho de leyenda. En aquel elepé había una canción inmortal que podría haber sido grabada veinticinco años antes. Algunas de las muchas historias que han circulado durante estos años, hablan de una obsesión de su autor por un tema que regrababa una y otra vez buscando la perfección incontestable. Cierto o no, esta declaración de amor ¿a la heroína? es un buen lugar en el que perderse. Al menos durante tres minutos.
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2. Teenage Fanclub: ‘The concept’ (“Bandwagonesque”, Creation Records, 1991).
Somos esclavos de nuestras palabras y yo nunca podré olvidar que un día, hace mucho tiempo, le dije a un amigo que los escoceses iban a ser el grupo de los noventa. Es cierto que tampoco sabía qué significaba ni qué conllevaba tan grandilocuente sentencia. El caso es que, con esos antecedentes, no puedo dejarlos fuera de una lista que mira a aquella década. Había visto el video de ‘God knows it’s true’ y escuchado ‘A catholic education’ pero la llegada de ‘Bandwagonesque’ fue la señal definitiva. Es verdad que nos dejaron canciones incluso mejores en discos posteriores, pero el impacto de este disco y su tema inicial, desde el primer acople hasta los maravillosos coros finales y sus guitarras tan Crazy Horse, marcaba la diferencia.
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3. Sugar: ‘If I can’t change your mind’ (“Copper blue”, Creation Records, 1992).
Una canción esencial de los noventa a cargo de un actor principal de la década de los ochenta. Con la explosión de Nirvana cambiándolo todo, Bob Mould, que había dejado atrás a los esenciales Hüsker Dü, pone en marcha un grupo capaz de firmar un debut colosal que se coloca entre lo mejor de su año de publicación. Hay mucho donde elegir en las diez canciones de “Copper blue”, pero ‘If I can’t change your mind’ brilla con luz propia porque alcanza una perfección pop sólo al alcance de los grandes.
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4. Blind Melon: ‘No rain’ (“Blind Melon”, Capitol Recrods, 1993).
En 1995 nos dejó Shannon Hoon. Apenas había empezado una carrera que prometía ser muy grande. Las obligaciones del negocio le empujaron a salir de gira para promocionar “Soup”, su segundo disco, al que le estaba costando alcanzar el éxito de su debut. No era aconsejable volver a la carretera porque sus problemas con las drogas estaban muy lejos de ser superados y, precisamente, en el autobús de gira murió.
Dos años antes, su primer disco había sido multiplatino gracias al carisma del vocalista y a la personalidad de un grupo, Blind Melon, cuya fórmula, que poco o nada tenía que ver con sus compatriotas de Seattle, fue propulsada por este himno vitalista a la sencillez y a las pequeñas grandes cosas de la existencia.
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5. Pavement: ‘Cut your hair’ (“Crooked rain, crooked rain”, Matador Records, 1994).
Cuando lo alternativo se convirtió en la norma, emergieron estos chicos para darle un nuevo sentido al término y a una propuesta que hacía fortuna en el circuito de las radios universitarias. Aquello se confirmó con un debut espléndido. “Slanted and enchanted”. A la hora del difícil segundo disco, Stephen Malkmus y compañía pasaron la reválida con nota. Sin perder un ápice de originalidad —aunque las fuentes de las que bebían estaban claras— ganaban a la hora de ir al grano: cuando se trataba de ser accesibles, eran capaces de firmar un single tan rotundo como ‘Cut your hair’.
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6. Matthew Sweet: “Sick of myself” (“100& fun”, Zoo Entertainment, 1995).
Hablamos de canciones, y el power pop es sobre todo la búsqueda de la canción redonda. Puestos a rescatar un nombre al que tradicionalmente se ha situado en esta etiqueta, Matthew Sweet no parece una mala elección. Si me dan a elegir un disco suyo, seguramente me decantaré por “Girlfriend” y, sin embargo, “100% fun” —qué título tan ajustado, señores— contiene algunos de sus mejores temas. El más destacado o, mejor dicho, el que he escuchado hasta reventar y que hoy me sigue haciendo vibrar como el primer día es ‘Sick of myself’.
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7. Social Distortion: ‘Don’t drag me down’ (“White light, white heat, white trash”, Epic Records, 1996).
Andaba en esto de la lista y decidí que el empeño era inabarcable. Cambiaba de parecer cada diez minutos más o menos, así que me propuse que alguien me ayudase a incluir una canción que no podía faltar aquí. Le pregunté a un buen amigo que me ha enseñado mucha música, y tras decirme que era una misión imposible quedarse con unas cuantas canciones y, mucho menos, con una sola, me dio varios títulos. Una de ellos me hizo ver la luz punk and roll de la década.
Aunque la cosa venía de atrás, en los noventa vieron la luz dos de los grandes trabajos de Social Distortion. Posiblemente, los dos mejores. En “White light, white heat, white trash”, la continuación de “Somewhere between heaven and hell”, estaba incluída ‘Don’t drag me down’, una canción que define a las mil maravillas el espíritu de un grupo y de un artista, Mike Ness, convertido ya en clásico e influencia de muchos que siguieron su camino.
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8. Redd Kross: ‘Mess around’ (“Show world”, Universal International,1997).
Huyendo de ‘Creep’ me planté en “OK Computer”. Fue difícil resistirse a ‘No surprises’. Tengo claro que “Ladies and gentlemen we are floating in the space” de Spiritualized estaría en la lista de diez discos de la década, pero no me decidía por una canción. Y así estaba cuando caí en la cuenta de que se iba a quedar fuera un grupo que firmó tres obras maestras de esos años. Redd Kross tenían que estar aquí y ‘Mess around’ es otra de esas pequeñas maravillas de los hermanos McDonald que nos siguen alegrando la vida.
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9. Backyard Babies: ‘Look at you’ (“Total 13”, Scooch Pooch, 1998).
La segunda mitad de la década de los noventa nos devolvió el rock and roll festivo, la alegría, las ganas de ser estrella. Aquella reacción vino desde el Norte. Las frías tierras escandinavas nos trajeron de vuelta parte del espíritu de aquel Los Angeles de Guns N’ Roses y sus compañeros teñidos, tatuados y escandalosos, que la explosión alternativa se había llevado por delante.
Entre las hordas vikingas que nos alegaron la vida, Turbonegro fueron los más impactantes en directo y Hellacopters tejieron la discografía más sólida, pero los Backyard Babies nos dejaron unos cuantos cañonazos para la posteridad. Si hay algún escéptico en la sala, se recomienda la escucha de ‘Look at you’.
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10. Beck: ‘Sexx laws’ (“Midnite Vultures”, DGC, 1999).
Me resultó difícil no caer en ‘Loser’. Me perseguía aquel tema que buena parte de su generación adoptó casi como un himno, cuando casi sin darme cuenta aterricé en 1999. El siglo tocaba a su fin y Beck, que tras la gloriosa campanada inicial se había doctorado con nota en “Odelay”, firmaba “Midnite vultures”, discazo en el que su batidora sonora alcanzaba el sobresaliente.
‘Sexx laws’, apoteosis rítimica con trompetas, metales y todo el arsenal que se le puede pedir a una explosión de diversión funk, se convirtió aquellas semanas finales de la década en una buena excusa para esperar bailando, a ver qué daba de sí, el temido efecto 2000. Finalmente no perdimos todo nuestro dinero —o por lo menos, no por el caos informático del cambio de siglo— y todo siguió más o menos igual. Y, por supuesto, seguimos escuchando a Beck. Hasta hoy.