Las mil y una noches de Iván Ferreiro

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CRÓNICA DE DIRECTO

«Los Ferreiro ejercen de Sherezade y se convierten en los narradores de su peculiar historia»

 

La gira Cuentos y canciones de Iván Ferreiro hizo escala este martes en el festival Noches del Botánico de Madrid. Un escenario que conoce bien sobre el que ofreció, de nuevo, un giro de timón de su propia historia. Allí estuvo Arancha Moreno.

 

Iván Ferreiro
Noches del Botánico, Madrid
29 de junio de 2021

 

Texto: ARANCHA MORENO.
Fotos: J. PEREA.

 

Revisito Cuentos y canciones, la nueva gira que Iván Ferreiro puso en marcha con su hermano Amaro hace apenas tres meses. Tras un año de parón —escogido, inicialmente, pero casi obligatorio para todo el gremio en 2020—, a estos dos pequeños genios se les ocurrió volver a los escenarios dándole una vuelta de tuerca a su propuesta. Los Ferreiro ejercen de Sherezade y se convierten en los narradores de su peculiar historia con un espectáculo que recorre toda su trayectoria, y que defienden con una quincena de canciones, una fantástica narración de los hechos y un montaje audiovisual que completa la idea de quiénes son y de dónde vienen. Su pequeña historia, esa que dio título a Val-Miñor: Historia y cronología del mundo, pero esta vez, en formato escénico y atravesando todas sus épocas.

No es una gira de grandes éxitos, pero tampoco es exactamente una gira de caras B. Lo primero solo les interesaría a los que solo les interesa cantar todas las que se saben en los conciertos, pero el público de Ferreiro está más que acostumbrado a seguir a su particular flautista de Hamelín, aunque les lleve por mitad del campo con el barro hasta las rodillas. Iván huye del aburrimiento como del azufre y es incapaz de hacer lo previsible, lo cómodo, el guion pautado. Él se encarga de emocionarse con lo que llama jocosamente «sus mierdas» y a partir de ahí, por poco que te gusten los cables y los efectos de sonido, acabas cayendo en su red. Tiene la virtud de envolverte sea cual sea su punto de partida o de llegada, quizá porque ha encontrado el camino exacto para expresarlo todo a través de la canción, pero también se desenvuelve con naturalidad en el vis a vis con el público. Por eso estos Cuentos y canciones funcionan tan bien: cuando Iván teclea el Korg y Amaro empuña la guitarra, disfrutas del viaje hacia cualquiera de sus estaciones pasadas; pero cuando los instrumentos callan y son ellos los que hablan, entiendes aún mejor por qué ha sonado esa canción, en qué contexto gestaron el disco al que pertenece y quién les ayudó a hacerlo posible. Y por el camino siempre te arrancan una sonrisa.

En el frescor del jardín, antes de que caiga el sol por completo, empiezan a seducirnos con “Espectáculo”, una de las canciones más bellas de su debut solista, Canciones para el tiempo y la distancia. Ferreiro nos cuenta por que prefirió grabar el disco en una casa rural en el campo en vez de hacerlo en un estudio en Nueva York, y cómo se divirtió asistiendo a las peleas dialécticas entre su productor, Suso Saiz, y el recién licenciado en Derecho Amaro Ferreiro, debutante a las cuerdas. Recuerdan su etapa travesti-musical como Ray Doriva y As Ferreiro, cuando tocaban en El Ensanche de Vigo disfrazadas de mujer, interpretando “Love song for a vampire” de Annie Lennox. Y entonces pensamos en el pobre Amaro, que cambió la abogacía por ponerse un delantal en el escenario y encerrarse en el campo, en un salón forrado de sábanas para mejorar la acústica, y entendemos que Iván le puso a prueba desde el principio. Si podía con eso, podría con todo. Y vaya si pudo.

 

«Iván huye del aburrimiento como del azufre y es incapaz de hacer lo previsible, lo cómodo, el guion pautado»

 

“Me toca tirar”, su amuleto iniciático en tantos escenarios, sigue funcionando mientras se hace de noche. Prefiere no entrar en demasiados detalles sobre un disco —Las siete y media— que reconoce no recordar nítidamente haber grabado, y describe con cariño esa otra marcianada que fue Mentiroso mentiroso, el disco-comic del que recuperan “Secretos deseos”. Agradecen a Pablo Novoa que llenase “Paraísos perdidos” de acordes, y continúan reivindicando a su niña menos bonita —mediáticamente hablando—, Picnic extraterrestre, riéndose desde las pantallas de la feroz crítica que recibieron en la revista Jenesaispop. Lo que otros artistas ocultarían bajo la alfombra, ellos lo enmarcan y lo cuelgan en la pared, riéndose como nadie de sí mismos. Y siguen reconstruyendo su pasado y recordando aquel viaje a Buenos Aires, con el proyecto Laboratorio Ñ y acompañados por Pereza, Quique González y Xoel López, en el que todos se hicieron amigos.

Con “Picnic al borde del camino” celebran el fracaso de Picnic extraterrestre, del que se recuperaron grabando un disco en directo con los mejores temas de su carrera hasta el momento. Y eso que Iván, como él dice, es «un artista vivo: siempre miro hacia delante, como Miguel Bosé». Ni una sola noche «sin mentar a la bicha» entre risas. El álbum lo tituló Confesiones de un artista de mierda, y esta noche, como aquella tarde, vuelven a recuperar “El equilibrio es imposible”. Fon Román le visitó hace poco, y por eso también aprovecha para recuperar la cara B más cara B de toda la noche: “Sondear”, una de aquellas Sesiones perdidas de Piratas. Después llegan “Twin Peaks” y la historia de cómo Ricky Falkner cogió pudorosamente el testigo de Suso Saiz, que a Iván siempre le divierte mucho, casi tanto como interpretar “Me dejó marchar”, de su amigo Coque Malla. Y no será la única versión ajena que aborde antes de terminar.

De Nico Pastoriza, su amigo del alma, se acuerdan al interpretar “Una inquietud persigue mi alma”, reivindicando el talento de quien saben no tan conocido, pero a quien consideran uno de los mejores compositores del país. Continúan en Galicia hablando del disco que le dedicaron a Golpes Bajos, ese Cena recalentada que tuvieron la desfachatez de grabar después de que les abucheasen a base de bien en el PortAmérica, donde interpretaron de principio a fin solo las canciones del grupo de Germán Coppini. Las pantallas vuelven a reflejan los abucheos que recibieron entonces en Twitter, y el público no para de reír. Desde la última fila de la grada no puedo ver con detalle el gesto de Iván, pero noto que todo va fluido a pesar del desgaste que supone interactuar con el público hablando y cantando sin parar. Hasta Amaro se ha soltado la melena, mucho más activo que en los primeros bolos, haciendo el contrapunto con algunos de los mejores gags de la noche: «Esperemos que vuelvan los conciertos normales e Iván no tenga que hablar con vosotros nunca más», dice, arrancando carcajadas en el público. Y más o menos entonces llega el invitado sorpresa, alguien que estaba con ellos un rato antes, en los camerinos, asegurando que lleva dieciocho meses sin hacer un concierto, y que espera con expectación su vuelta al escenario en el Festival Crüilla. La sorpresa de la noche es Leiva.

 

«Lo que otros artistas ocultarían bajo la alfombra ellos lo enmarcan y lo cuelgan en la pared, riéndose como nadie de sí mismos»

 

El madrileño les acompaña, a voz y guitarra, en una celebrada “Breaking bad”. Divierte ver a los Ferreiro sentados, como en el salón de su casa, mientras su invitado les acompaña de pie y dice encontrarse «en familia». Es el momento perfecto para abandonarse a la romántica e inescrutable “El pensamiento circular”, que acompañan con un desfile de todos los músicos y amigos importantes de su carrera; un momento muy «gente que se fue», como el que se estila en los Goya, pero afortunadamente con todos vivitos y coleando. Y así, con unos preciosos coros finales, el público se apropia de uno de los últimos hits de Ferreiro, de aquel Casa que busca relevo y que lo tendrá, si Dios quiere, antes de lo que pensamos.

Para el final se guardan un par de sorpresas. Una de ellas es “Trincheras de la cultura pop”, ese nuevo experimento en el que cantan sobre una pieza de Max Richter, quien se basó a su vez en “Las cuatro estaciones” de Vivaldi. Una de esas letras que Ferreiro ruge, que le levantan de la silla, que le desbordan, que se llenan de épica. Y ahí, cuando nadie lo espera, le hacen un pequeño regalo al público: “Turnedo” a trío, con un Leiva a la guitarra que asegura, sin cortarse un pelo, que es «la mejor canción del pop español de los últimos veinticinco años». Y aunque no necesite aditamentos, ellos espolvorean en los primeros compases un guiño a los Stones y otro a Maga, porque la generosidad y el picoteo forman parte de su fórmula desde siempre.

Pero es en el corazón de “Turnedo”, en ese «quién no tiene valor para marcharse», cuando el público realmente enloquece. Por mucho que beban de unos y otros, es la factura Ferreiro lo que conmueve en las gradas, que están a punto de caerse entre coros y patadas al suelo. Por suerte, yo ya me he apeado y contemplo estos últimos instantes desde el jardín, disfrutando de la felicidad que se ha generado en el escenario y ha tenido su réplica en todo el auditorio. Una noche más de las que empiezan con un Ferreiro nervioso y culminan con la misma ilusión que se ha respirado durante todo el show. No habrá ninguna noche como esta, pero ojalá haya otras mil así.

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