Las mejores portadas del rock: The Doors, “Strange days”

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«Una vez reunidos todos, se les subió a una limusina para llevarlos al lugar elegido; Harvey nunca olvidará la imagen dentro de aquel gran coche de dos enanos sentados en el regazo de un grandullón, fumando sendos puros»

 

La portada del segundo disco de los Doors, con sus personajes circenses, guarda toda una historia que Xavier Valiño nos relata pocos días después del fallecimiento de Ray Manzarek. Sirva de homenaje.

Una sección de XAVIER VALIÑO.

Diseñador: William S. (Bill) Harvey.
Fotógrafo: Joel Brodsky.
Fecha de edición: 25 de septiembre de 1967.
Discográfica: Elektra.
Productor: Paul A. Rothchild.

Cuando un artista inicia una carrera, hay muchas cuestiones a las que antes o después tendrá que enfrentarse. Su imagen y cómo venderla es una de ellas. El dilema se le presentó muy pronto a The Doors, especialmente a su cantante, Jim Morrison. Formados en 1964 tras un encuentro casual de este con un viejo compañero de la Universidad de UCLA en una playa, el teclista Ray Manzarek, The Doors habían editado en enero de 1967 su debut homónimo, con el retrato de sus cuatro componentes en la portada.

No era algo que le apeteciera especialmente, pero Jim Morrison cedió a las presiones de su compañía discográfica y posó para aquella cubierta. Uno de los fundadores del sello Elektra, Jack Holzman, decidió que había que impulsar al grupo y su disco, así que ideó una campaña de promoción en la que utilizaba profusamente la imagen del grupo. Llegó incluso a colocar vallas publicitarias en Sunset Boulevard, la avenida de Los Ángeles considerada un icono de la cultura de las celebridades. Era la primera vez que se hacía algo así con un grupo de rock. Tal vez fue demasiado lejos.

Preocupado porque se le empezase a considerar un símbolo sexual, Jim Morrison exigió no aparecer en la portada de su segundo disco, que sería editado solo ocho meses después de su debut. Curándose en salud ante lo que temía sería una imposición de su compañía, empezó a barruntar ideas descabelladas que fuesen difíciles de llevar a cabo, por no decir directamente imposibles.

Así, su propuesta más seria, que trasladó al director general de la compañía –y también director artístico– Bill Harvey, fue la de aparecer los cuatro componentes del grupo en una gran habitación rodeados de cien perros. Este la rebatió argumentado la imposibilidad de organizar algo así, además de dejarle caer lo peligroso que podría llegar a ser. Ante la pregunta de cuál era la razón para pensar en los perros, Jim Morrison le explicó que era algo simbólico, ya que la palabra «god» (Dios, en inglés) al revés se escribe «dog» (perro).

Con sugerencias de ese tipo, estaba claro que Morrison estaba intentando obstaculizar que alguien pretendiera colocarlo en la carátula de ese segundo disco. Aseguró que preferiría ver antes allí a una modelo o una planta como un diente de león. En cualquier caso, coincidía con el resto del grupo en que no quería una portada similar a las del resto de los grupos psicodélicos del momento; por el contrario, lo que querían proponer era algo que fuese más extraño, algo que se pudiera relacionar con el título del álbum, «Strange days» («Días extraños»).

Según Bill Harvey, se celebró una reunión en las oficinas de Elektra. El grupo empezó pidiendo algo surrealista, ya que en aquel momento les interesaba mucho la obra de Dalí y, además, porque venían de experimentar bastante en el estudio con voces distorsionadas o notas de piano reproducidas al revés. Poco a poco, de la conversación fue surgiendo una idea en la que todos participaron y todos estuvieron de acuerdo: hacer algo en Nueva York, como si esos «días extraños» estuvieran llegando a la ciudad. Para ello pensaron en una troupe de circo al estilo de «El séptimo sello», de Ingmar Bergman, o de las películas de Fellini, en las que aparecieran personajes de rasgos muy acusados.

El diseñador tuvo completa libertad para hacer lo que le pareciese con aquellas escasas instrucciones. La referencia que Harvey siempre señaló como la más evidente es la película de Federico Fellini «La Strada», la historia de un mísero artista circense que se gana la vida en las calles de la hambrienta Italia de posguerra y quien, al morir su compañera, adopta como ayudante a una muchacha inocente y bondadosa que parece sufrir también una discapacitada psíquica.

No obstante, y aunque nunca se haya mencionado, también se puede intuir la influencia de una película como «La parada de los monstruos» («Freaks»), de 1932, dirigida por Tod Browning. El film, basado en el cuento ‘Espuelas’ de Tod Robbins, narra la venganza de un enano, artista de circo, hacia la trapecista que había intentado quedarse con su dinero casándose con él. Además de trabajadores habituales del circo, la película fue interpretada por personas con deformidades físicas y enfermedades mentales. Una de las consecuencias más inmediatas que trajo su estreno fue la propagación del uso de la palabra «freak» en inglés –y de su adaptación al castellano, friqui– para designar a alguien anómalo, extraño, anormal o marginal.

Esos seres extraños son los que Bill Harvey se propuso buscar para retratarlos en algún lugar de Nueva York, pero no encontró un grupo que representase lo que iba buscando ya que la temporada de circo estaba en pleno auge, así que no había nadie disponible en la ciudad. Por lo tanto, no le quedó más remedio que improvisar y contar con amigos, profesionales y gente que fue conociendo casualmente, siempre que pudieran estar disponibles la mañana de finales de verano de 1967 en la que se iba a tomar la imagen. Una vez reunidos todos, se les subió a una limusina para llevarlos al lugar elegido; Harvey nunca olvidará la imagen dentro de aquel gran coche de dos enanos sentados en el regazo de un grandullón, fumando sendos puros.

Lejos de ser un músico real, al trompetista que aparece en la parte izquierda de la portada editada finalmente se lo encontró Harvey en un taxi. El diseñador quedó prendado de su viejo sombrero desgastado, así que le ofreció cinco dólares por posar haciendo que tocaba la trompeta. Tanto le gustó su papel al taxista que intentó continuamente aproximarse más al centro de la imagen durante la sesión de fotos, con el objeto de tener más protagonismo, así que tuvieron ciertas dificultades para que se mantuviera en su lugar. Tras aquel primer contacto con el mundo del espectáculo, el taxista no dejó de llamar a la compañía Elektra durante meses pidiendo asesoramiento para trabajar en el mundo de los modelos.

Los únicos auténticos profesionales que aparecen en la imagen son los acróbatas que están al lado del taxista. A pesar de ello, el fotógrafo no quedó precisamente asombrado con sus habilidades. “Eran terribles”, llegó a decir Joel Brodsky, el hombre tras la cámara aquella mañana y habitual encargado de estos trabajos durante toda la trayectoria de The Doors. “El tipo que está debajo solo era capaz de sostener a su pareja en alto durante unos pocos segundos. Se le caía continuamente. Hubo muchas discusiones. Por lo tanto, nos llevó horas conseguir la imagen”.

Incapaces de encontrar un malabarista, Harvey contó con Frank Kollegy, ayudante del fotógrafo. Lo maquillaron y lo colocaron en el centro de la imagen, pero había un serio problema: no era capaz de tirar las bolas rojas y recogerlas bien con sus manos, por lo que desperdiciaron mucho tiempo mientras él las perseguía cada vez que se le caían. Como no era capaz de lanzar tres al mismo tiempo, al final decidieron que lo hiciera solo con dos, retocando la imagen posteriormente para añadir una tercera.

El fortachón bigotudo que aparece a la izquierda de la imagen levantando pesas sí había trabajado en un circo. Sin embargo, el equipo lo conocía por su trabajo como portero en un local clásico de la Gran Manzana, The Friars Club, donde su apariencia era causa suficiente para disuadir a los clientes más pesados.

En cuanto a los enanos gemelos, el ejecutivo de Elektra los localizó a través de una agencia de actores situada en Broadway. Por su especial condición, solían tener mucho trabajo para ellos, por ejemplo como elfos de Santa Claus. En principio no quisieron participar, pero su actitud cambió radicalmente desde el momento en que la agencia los logró convencer. Finalmente, ellos mismos le abrieron la puerta a Harvey cuando fue a buscarlos y, según manifestó este en varias ocasiones, desde el primer momento se comportaron como unos auténticos profesionales, atentos y amables, aceptando todas las indicaciones que les dieron, lo que sirvió de contrapeso frente a todas las otras dificultades.

 

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Todos ellos se hallan en la imagen tomada por Brodsky, que se extiende a lo largo de la portada y la contraportada. En el primer plano de la parte frontal se ve a uno de los gemelos bailando con su varita mágica en alto, mientras que su hermano aparece en la parte de la instantánea situada en la contraportada, sosteniendo una pandereta con la que pide dinero a una mujer apoyada en la puerta de una de las viviendas.

La modelo en cuestión, que calza sandalias y viste un largo caftán colorido en una portada por otra parte bastante gris, era la estilista de la mujer del fotógrafo, de nombre Zazel Wild, quien sería posteriormente redactora de la revista «Country Living Gardener». En sus propias palabras, ella era la única persona «seminormal» de aquella sesión y no le impresionó especialmente el grupo y su líder Jim Morrison.

“La gente tiende a asociar el misterio de The Doors y Jim Morrison conmigo”, aseguró Zazel años después. “Yo estaba metida en la escena del rock and roll de entonces, pero no la de su lado más oscuro. Se me pidió que mirase de una forma pensativa o como quiera que sea que mira una chica de 21 años. Más tarde conocí a Jim Morrison en una fiesta. Se quedó de pie en una esquina todo el rato y le tiró comida a todo el mundo. Él tenía su propia realidad y no era precisamente: ‘Hola, Zazel, gracias por aparecer en nuestra portada’. Fue más algo así como: ‘Hay una albóndiga en tu pelo’”.

Con Zazel en la portada, se cumplían dos objetivos, uno buscado expresamente y otro que le convenía al grupo, aunque se intentase evitar en un primer momento: por un lado, se respetaba una de las primeras sugerencias de Morrison, incorporar a una joven a la imagen; por otro, se relacionaba la cubierta con la época en la que el disco aparecía, el esplendor de la época hippie, representado por la vestimenta de la chica.

La fotografía se hizo en un callejón-patio privado de Nueva York, Sniffen Court, nombre que honra al supuesto arquitecto que lo diseñó, John Sniffen, del que no se tienen más referencias. El lugar se encuentra en el número 150-158 de la Calle 36 Este, entre la Tercera Avenida y la Avenida Lexington, en el distrito de Murray Hill de la Isla de Manhattan. Su construcción data de 1860 y su función era servir como establos. Cincuenta años después se convirtió en un complejo de viviendas residenciales. En aquella mañana de 1967, a nadie se le ocurrió que pasaría a formar parte de la historia del rock. Hoy en día, Sniffen Court es un lugar prominente y destacado para el turismo de la ciudad de Nueva York.

Una sesión de fotos como esta en un lugar público requería un permiso del Ayuntamiento, pero el fotógrafo decidió correr el riesgo y no lo solicitó. A cambio, pagó a los residentes 400 euros de entonces por las molestias ocasionadas. Según sus propias declaraciones, es más de lo que cobraron entre todos los que participaron en aquel trabajo.

 

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A pesar de lo que le había pedido expresamente Jim Morrison, Harvey quería que de alguna forma fuese posible identificar el disco en la portada con sus autores, así que le dio vueltas a la idea de cómo incorporar a The Doors a la imagen. La primera idea fue descartada: que los enanos portasen un espejo en el que se vería una imagen reflejada del grupo. Finalmente se optó por colocar, tanto en la portada como en la contraportada, un póster de The Doors con el logo de su nombre y una fotografía de ellos. El retrato utilizado era precisamente el que había aparecido en la contraportada de su debut unos meses antes. La forma de actualizar aquella imagen fue situar en su parte inferior un cartel con el título de su segundo álbum. De esta forma, el grupo aparecía en su portada sin tener que «aparecer» en la misma.

La banda estaba entonces de gira, así que no era fácil presentarles el trabajo finalizado para conocer su opinión. Harvey y Brodsky se acercaron al aeropuerto Kennedy de Nueva York para encontrarse con ellos mientras hacían un transbordo entre dos aviones. A todos les encantó. “Era justo lo que habíamos pedido”, aseguró Ray Manzarek. “Estaba todo ahí. Bill y Joel habían reunido una troupe de circo como la de La Strada, con el fortachón, el malabarista, los enanos…” Y Jim Morrison había logrado finalmente su propósito, evitar aparecer como reclamo sexual en aquella cubierta. No ganaría esa guerra, pero al menos salió victorioso en una de sus batallas.

Anterior entrega de Las mejores portadas del rock: Gorillaz, “Demon days”.

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