«Llegué a ver el disco en la pared de la choza de un chamán en Níger, dentro de un camioneta de un rastafari que transportaba cannabis en Jamaica, en el suelo del salón de la mansión aristocrática Woburn Abbey del Duque de Bedford en Inglaterra, en los estudios en los que se rodaba ‘Miami vice’ o en el bar de una sala de masajes de Bangkok»
«Abraxas», el excitante segundo disco de Santana, pasaría a la historia no solo por sus sonidos calientes, sino por su portada, obra de un pintor de largo recorrido que vivió en Mallorca.
Una sección de XAVIER VALIÑO.
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Ilustrador: Mati Klarwein.
Tipógrafo: Robert Venosa.
Fotógrafa: Marian Schmidt.
Fecha de edición: septiembre de 1970.
Discográfica: Columbia.
Productores: Fred Catero y Carlos Santana.
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La isla de Mallorca ha sido, desde hace tiempo, uno de los lugares preferidos por gente de distintas nacionalidades para retirarse a vivir una vida tranquila. Entre todos sus municipios, el de Deià es quizás el que ha contado con huéspedes más ilustres. No hay más que pasarse por la página web de su Ayuntamiento para descubrir que allí moraron, entre otros, el Archiduque Luis Salvador de Austria, el compositor Manuel de Falla, los pintores Santiago Rusiñol, Ulrich Leman y Sebastià Junyer y los poetas Robert Graves y Laura Riding.
No obstante, se olvidan de otro artista célebre, Mati Klarwein, que pasó temporadas en la isla antes de instalarse definitivamente en Deià, en donde residió hasta su muerte en 2002. Tampoco resulta extraño el olvido porque lo habitual es que se conozca mejor su obra que su nombre, representando esta paradoja especialmente la portada del disco «Abraxas» de Santana –a pesar de que en ella incluso figura la cala de Deià en la que vivió–. De hecho, él mismo se definía como “el más célebre pintor desconocido del mundo”.
Matias Klarwein nació en Hamburgo en el seno de una familia judía. Su padre, polaco de origen español, había estudiado arquitectura con Walter Gropius en la Bauhaus, y su madre era una cantante lírica. Vivió en Palestina e Israel escapando de los nazis, antes de mudarse a Francia, donde estudió en la Escuela de Bellas Artes y trató a Boris Vian, André Malraux o Salvador Dalí, del que decía que era “mi padre espiritual y algunos incluso piensan que soy su hijo ilegítimo”.
Tras vivir en Asia y el Norte de África, Klarwein se establece en Nueva York en los años sesenta. Allí se relaciona con Jimi Hendrix, Andy Warhol, Jerry Garcia o Timothy Leary. Entonces cambia su nombre por el de Abdul («sirviente» en árabe), ya que creía que para entenderse mejor en el conflicto entre Israel y Palestina cada judío debería adoptar un nombre árabe y cada palestino uno hebreo.
Por aquel entonces empieza a viajar a Mallorca y, a partir de 1984, se instala definitivamente en una casa diseñada por su padre sobre la playa de La Cala. Más adelante la vendería para costearse una vuelta al mundo, viviendo a su regreso en distintas viviendas de alquiler de la zona. Allí siguió trabajando hasta su fallecimiento, pintando cuadros influidos por el surrealismo, la contracultura de los sesenta, la psicodelia, el movimiento hippy y la cultura pop.
Además de sus más de seiscientas pinturas, de entre las que destaca Grain of Sand (que ocuparía el techo de su Capilla Sixtina, el Santuario Aleph), Klarwein llegó a poner su firma en 52 discos de artistas como Miles Davis, The Chamber Brothers, The Last Poets, George Duke, Osibisa, Leonard Bernstein, Gregg Allman, Jon Hassell, Jam & Spoon, The Money Suzuki, Elements, The Chamber Brothers o Earth, Wind & Fire. Esa obra «musical» se puede contemplar en un libro editado no hace mucho en España titulado Mati Klarwein y la música. De todas esas portadas, la más celebrada es la que ilustraba la cubierta de «Abraxas».
En el verano de 1962, en Mallorca, Mati había pintado un cuadro titulado «Anunciación». Tenía 28 años y se sentía influenciado, como en gran parte de su obra, por el primer Renacimiento y el kitsch oriental. En él había utilizado una técnica que consigue llamar poderosamente la atención al obtener un colorido vibrante y unos detalles extremadamente minuciosos. Para ello, tal y como había aprendido de su mentor Ernst Fuchs, mezcló témpera de caseína con pintura al óleo. Esta técnica había sido usada por los maestros flamencos del siglo XVI, y permite obtener un gran detalle en el trazo al evitar que los colores se mezclen.
Ocho años después, Carlos Santana estaba buscando alguna imagen que le sirviera para ilustrar la carpeta de su segundo disco, y se encontró con la pintura de Klarwein en una revista. Inmediatamente supo que aquella sería la imagen que necesitaba. Indagó sobre el paradero del estudio de Klarwein y fue a su encuentro, pero el pintor estaba entonces en Tánger con el gurú del LSD Timothy Leary. Santana firmó con sus representantes un contrato para utilizar la pintura, a la que Marian Schmidt hizo la oportuna fotografía, pero él y Klarwein nunca llegaron a hablar ni a encontrarse en persona.
Según Santana, lo que más le atrajo de la obra fue la conga entre las piernas del ángel y los vibrantes colores de la composición. “Cuando lo vi descubrí que la música y el color eran alimento para el alma”, aseguró, sobre aquel instante iluminador. “Cuando me fijé en la pintura, me dije: “¡Esto es un gran festín! ¿Quién ha hecho esto? Se ajustaba como un guante a la mano y la música”.
El cuadro de Klarwein pretendía representar la Anunciación de la Inmaculada Concepción, el momento en el que el arcángel Gabriel anuncia a la Virgen María que va a dar a luz a Jesús. La idea, según explicó su autor, le vino al pensar en la naturaleza de Dios en varias religiones, ya que tanto en el budismo como en el cristianismo este había sido concebido inmaculadamente.
“Anunciación’ es el primer cuadro que pinté después de mi primer idilio con la ciudad de Nueva York. Tenía 28 años y estaba en la cima de mi bioenergía molecular. Se puede sentir el repentino impacto eléctrico de la Gran Manzana en la obra después de todos los años que le precedieron criándome como un adolescente a base de huevos con patatas”.
Lo primero que llama la atención en la pintura es su figura central, una mujer desnuda de color con una paloma mensajera entre las piernas, rodeada de imágenes relacionadas con la fertilidad. En el disco se le suprimió el vello púbico que sí estaba en el cuadro original. Para la Virgen desnuda el pinto había tomado como modelo a Jill, una joven que había nacido en la Isla Guadalupe, en el Caribe, y que era entonces su novia, apareciendo como musa en muchas de sus pinturas. “En aquellos días yo tenía una pasión obsesiva por los cuerpos de mujer, que duró hasta bien entrado en la treintena, para ser sustituida después por piedras y rocas. ¿Por dónde empiezo y dónde sigo con Jill? Siempre fue mi problema. Ella era un volcán de Guadalupe, exuberante y carnoso. El Monte Pelée en aquella Isla no entra en erupción muy a menudo pero, cuando lo hace, 40.000 personas fallecen arrastradas por su lava al Mar Caribe. Y todos ellos eran sus amantes”.
En su provocativa interpretación de la Anunciación, hay otra mujer desnuda: el Arcángel carmesí San Gabriel desciende del cielo en forma de una joven alada y tatuada, con una conga entre las piernas. “Las percusiones siempre se utilizaban para anunciar algo. Son un medio de comunicación en África”. En el cuadro, la mujer apunta al cielo hacia el símbolo hebreo Aleph (que significa principio). Para la pose, la muchacha colocó su rodilla apoyándose en una silla, mientras que su mano colgaba de un hilo suspendido del techo del estudio.
Aunque siempre se ha comentado que se trataba de una joven mallorquina de Deià que había conocido mientras dibujaba, en la única ocasión que habló en público de ella el pintor situó su origen también en la Isla de Guadalupe, tal vez para preservar su intimidad en una época en la que aquel tipo de trabajos no estaba bien visto. “En aquellos días una fotografía no valía: necesitaba la tensión erótica de una modelo viva en mi estudio. Se trataba de una campesina musculosa que, por pura coincidencia del “destino” (mi diosa favorita), era también de Guadalupe. No, ella no era una bailarina, sino que había adquirido esos músculos acarreando verduras al mercado local. La encontré posando para estudiantes de arte en la academia donde yo dibujaba por las tardes”.
A la izquierda de la imagen de la pintura original, que en el disco aparecería en la contraportada de la carpeta desplegable, aparecen tres bailarinas nómadas de la tribu Wodaabe de Nigeria que representan a los Reyes Magos. Justo debajo de ellas, el artista colocó un autorretrato suyo en el papel de José, tocado con un sombrero de paja. Su autor había conocido a la tribu nigeriana en alguno de sus viajes por África: “Al final de la temporada de lluvias, el pueblo Wodaabe de Níger celebra un ritual anual de siete días, juzgado exclusivamente por mujeres, en el que los hombres realizan una serie de encantamientos intentando destacar por su belleza. Durante la semana, las mujeres señalan a los hombres más deseables. Como parte del ritual, los hombres decoran sus caras para atraer a las espectadoras. Un hombre que puede mantener un ojo inmóvil mientras mueve el otro es considerado especialmente atractivo para sus juezas”.
Hay más detalles que no deben pasar desapercibidos en la pintura. En la parte superior derecha, Buda es representado como un elefante que insemina a su propia madre con su trompa, con el objeto de llegar hasta nuestro mundo encarnado en un Buda humano o en Cristo. Además, en el borde inferior de la portada se observa una pequeña cala con varias cabañas de pescadores colgando del acantilado, que se abre en terrazas delimitadas por tapias de piedras secas y por las que discurre agua transparente que moja los guijarros de la playa. Esa era justo la vista desde la casa que Mati tenía en Deià, lugar al que llamaba “mi ombligo del mundo”, y al que aseguraba haber llegado a principios de los cincuenta después de haber perdido un barco para Ibiza.
La tipografía la puso Robert Venosa, discípulo de Dalí, en su estudio de Colorado, a partir del título del disco, que Santana había tomado de una frase del libro Demian de Herman Hesse: “Nos paramos ante ella y comenzamos a helarnos del esfuerzo. Cuestionamos la pintura, la reprendemos, le hacemos el amor, le rezamos. La llamamos madre, la llamamos puta y vulgar, la llamamos nuestra amada, la llamamos Abraxas”.
Aunque el título de la pintura, «Anunciación», junto con la representación de la Virgen María como una joven negra de voluptuosidad sensual es un claro desafío a los prejuicios de la sociedad occidental, también puede ser vista como una celebración visual de la vida en la tierra en toda su riqueza y diversidad: en ella están representados la música, el olor, el sexo, la sensualidad, el color, el sabor, la textura, el erotismo de las flores, la sensualidad de la piedra, la belleza natural de los paisajes así como de todos los frutos de la naturaleza.
El álbum, en el que se podía ver claramente a esas dos mujeres desnudas, fue publicado en España en 1970, pasando la censura franquista en una época en la que cualquier desnudo era tajantemente prohibido. José Luis Gil, director de la discográfica CBS, compañía que editó el disco, tuvo que defender ante los servicios de censura su publicación con el formato original, consiguiéndolo finalmente. Así se lo explicaba al autor de estas líneas en una conversación mantenida el 30 de abril de 2008: “Hubo un amago de prohibición que se quiso hacer para que no se publicara el disco por la desnudez de las mujeres en la portada y la posición de la paloma. Pero lo rebatí argumentando los múltiples desnudos en la pintura clásica y que se trataba de una pintura, no una foto, de un destacado artista plástico afro-americano (sic)”.
No fue la única ilustración de Mati Klarwein que pasó la censura en España sin problemas, a pesar de su contenido. Otras portadas suyas con desnudos, de discos de principios de los setenta, fueron publicadas sin ninguna alteración en nuestro país, con lo que se podría pensar que este autor fue el único que tuvo una cierta bula por parte del régimen. Es el caso de los álbumes «New generation» de The Chambers Brothers, «Miss Lady» de Buddy Miles, y «Live Evil» de Miles Davis.
Ninguno alcanzaría la repercusión que tuvo la aparición de su cuadro «Anunciación» en la portada de «Abraxas»: “Todo fue positivo. Ha conseguido tener tanta popularidad como el bigote de la Mona Lisa. Llegué a ver el disco colgado de la pared de la choza de un chamán en Níger, dentro de un camioneta de un rastafari que transportaba cannabis en Jamaica, en el suelo del salón de la mansión aristocrática Woburn Abbey del Duque de Bedford en Inglaterra, en los estudios en los que se rodaba ‘Miami vice’ o en el bar de una sala de masajes de Bangkok. ¡Estaba en una inmejorable compañía global!”. Y, a pesar de que su pintura está omnipresente en medio mundo, Mati Klarwein murió siendo “el más célebre pintor desconocido del mundo”.
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Anterior entrega de Las mejores portadas del rock: Blondie, “Parallel lines”.