“Confiesa que escribe con música de fondo y defiende que dentro de una canción puede haber toda la poesía del mundo”
Francisco Sierra Ballesteros sigue las pisadas musicales de Benjamín Prado, desde las canciones escritas con Joaquín Sabina o Pancho Varona hasta los escenarios compartidos con Coque Malla, Rubén Pozo o Rebeca Jiménez.
Texto: FRANCISCO SIERRA BALLESTEROS.
Una mañana de octubre del año pasado, el mundo de la cultura despertó con una noticia tan sorprendente como esperada: la Academia sueca concedía el Premio Nobel de Literartura 2016 a Bob Dylan. Es curioso, pero lo primero que pensé fue en la alegría que ese galardón despertaría entre un buen número de defensores de los lazos que anudan la mejor música popular con la poesía. De entre ellos, claro está, Benjamín Prado ocupa un puesto destacado.
A estas alturas nadie duda de que el madrileño es uno de los mejores poetas que pisan este país; un dato menos conocido es que las metas del adolescente Benja tenían más que ver con pisar un escenario acompañado de una guitarra que con escribir algunos de los versos más inspirados de la literatura actual. Con apenas 17 años, escuchar a Bob Dylan en la radio cantando ‘Hurricane’ le impactó de tal forma que intentó seguir su senda. El resultado inmediato tuvo forma de cuaderno repleto de canciones que imitaban las del genio de Duluth. Un cúmulo de casualidades hizo que se tropezase con Alberti días después de ser deslumbrado por algunos de sus libros. El autor de “Sobre los ángeles” consiguió atraer a aquel joven inquieto a su mundo, que no era otro que el de la más alta poesía. Teniendo en cuenta aquellos polvos es posible comprender con más facilidad estos lodos; aunque lo niegue todo.
Alardea el poeta de poseer una discoteca capaz de tirar de espaldas a cualquiera, se define como un hombre pegado a unos auriculares, confiesa que escribe con música de fondo porque favorece su concentración y defiende que dentro de una canción puede haber toda la poesía del mundo, citando las de Dylan, Waits y Sabina como máximos exponentes de la teoría. Pero sus conexiones con el mundo del rock and roll no se acaban aquí. Nos remontamos al final de la década de los setenta para establecer un importante punto de inflexión: su encuentro con Sabina. Se conocieron en un bar una noche cualquiera y conectaron inmediatamente. Por aquel entonces, el segundo no conocía la obra del primero, pero recuerda que escuchó cantar al de Úbeda una canción en la fecha de autos. A partir de ahí la relación de amistad se consolidó con vivencias conjuntas, entre ellas una gira de recitales poéticos en la que participaron acompañados de Alberti. Los tres acababan de publicar en la colección Maillot Amarillo y se aprovechó la coincidencia para organizar una serie de lecturas entre 1986 y 1987 por algunas ciudades de la geografía española.
Es normal que la cercanía entre ambos creadores desembocara, antes o después, en una influencia artística mutua reflejada en sus obras. Ejemplos de ello son un par de canciones incluidas en discos del genio del bombín. La primera de ellas aparece en “El hombre del traje gris” (1988) y se titula ‘Cuando aprieta el frío’. El madrileño guarda un cariño especial por esta composición, ya que fue la primera ocasión en la que uno de sus poemas dio el salto a la música popular. Corre el rumor de que su amigo leyó “Viajero que abandonas esta ciudad del norte” y no pudo aguantar la tentación de otorgarle una nueva vida lejos de la página de aquel libro: “Dile que estoy parado al final de mí mismo / igual que un aduanero sin nadie a quien multar, / como un autoestopista debajo de la lluvia, / como la menopausia de una mujer fatal. / Y dile que la echo de menos, / cuando aprieta el frío”
Seis años más tarde (1994), el de Úbeda publicaría “Esta boca es mía”, trabajo que incluiría ‘Esta noche contigo’, cuyo texto inició Prado y modificó Sabina, obteniendo la segunda canción que firmarían a medias: “Porque voy a salir esta noche contigo/ se quedarán sin beatas las catedrales/ y seremos dos gatos al abrigo/ de los portales”.
Poco después puso su granito de arena en el disco en solitario de Pancho Varona, de título homónimo (1995), en el texto de ‘Al otro lado’: “Quiero volver al árbol prohibido/ y a tu piel encendida por los coches, / volver a ser dos ángeles caídos/ oyendo el río en llamas de la noche.”
La presencia de Benjamín en el “Planeta Sabina” siguió siendo una constante que influía directa o indirectamente; tanto es así que fue el encargado de conectar a Alejo Stivel con el compositor de ‘Princesa’ justo en el momento en el que planeaba un nuevo disco. Y se convirtió en el productor del célebre “19 días y 500 noches”.
Lazos con Coque Malla, Pereza y Rebeca Jiménez
Su relación con los músicos fue acumulando amistades en el circuito rock. Calamaro, Christina Rosenvinge, Miguel Ríos, Rubén Pozo, Leiva, Sidonie, Rebeca Jiménez y Coque Malla pueden dar fe de ello. Con este último se embarcó en un interesante proyecto en el que entrelazaban canciones y poemas en un show que en la actualidad recibe el apelativo de “Rock & Poetry”.
El destino le brindaba la oportunidad de recuperar, durante un instante, el camino que dejó de lado en su adolescencia sintiéndose estrella del rock junto al ex Ronaldo y al guitarrista Nico Nieto. Este tipo de asociación tiene ventajas e inconvenientes para los implicados. Los pros están claros, ya que el estímulo creativo recíproco tiene toda la pinta de llegar a ser bastante importante. Preguntado al respecto, Coque Malla admite que durante los meses previos a la composición y grabación de “Termonuclear” experimentó un cúmulo de vivencias enriquecedoras que influyeron en el resultado final. Entre ellas, estos recitales.
Ahora bien, si ponemos el foco en los contras, es imaginable que comparar el cancionero de cualquiera con los textos de un poeta de la magnitud del que nos ocupa puede llegar a ser algo así como caminar por la cuerda floja sin red. No obstante, Coque siempre fue un letrista sólido y por aquel entonces llevaba bajo el brazo “La hora de los gigantes”, un disco especialmente brillante. Para cualquier escritor puede ser complicado mantener la intensidad en un show de este tipo, compitiendo contra una melodía pegadiza acompañada de solos de guitarras eléctricas y todo el repertorio de “trucos” que desarrolló el rock and roll a lo largo de su historia. Pero el autor de “Marea humana” tuvo a Rafael Alberti como excelente maestro también en estas lides: absorbió de él la capacidad de recitar de una forma teatralizada con la que poder hacerse un hueco en la atención del respetable. Además, durante los shows de este tipo, el poeta no duda un segundo en cantar, bailar, soplar la armónica e incluso empuñar la guitarra acompañando a los expertos en la labor; a estas alturas va quedando claro que no estamos ante un escritor al uso. Durante ese 2010 también compartió este tipo de experiencia con Pereza, una banda viva por aquel entonces.
Siendo tan satisfactorias estas veladas músico-poéticas, le sobran los motivos para repetirlas con otros músicos, entre ellos Rubén Pozo y Rebeca Jiménez. La cantante segoviana afirma que la propuesta partió de él: “Me lo propuso Benjamín Prado directamente; él ya había hecho más espectáculos de Rock & Poetry y creo que pensó en la opción de hacerlo con Rubén y conmigo. A mí me encantó la idea, porque soy muy fan de Benjamín como escritor y me parecía un lujo ¡Además con Rubén Pozo! El trabajo con los dos es muy fácil y lo pasamos muy bien. No nos costó entrelazar las canciones y los poemas; Benja siempre encuentra alguno que cuadra perfectamente. Yo creo que seguiremos haciéndolo siempre que nos llamen”.
Pero antes de saltar a los escenarios, el poeta ya se había aliado con su compadre del alma para escribir la mayoría de los excelentes textos incluidos en “Vinagre y rosas” (2009). Todo comenzó una madrugada en casa de Joaquín en la que, sin ninguna pretensión, escribieron la canción que terminaría llevando el título de ‘Parte meteorológico’. Ante la fluidez y el placer proporcionado por este método de trabajo, el genio del bombín planteó a su amigo la posibilidad de escribir un disco entero; y para ello viajaron a Praga, donde compusieron el grueso de lo que llegaría al estudio de grabación. Fe de ello da el libro “Romper una canción”, editado por Aguilar en 2009. Un documento de valor incalculable que detalla el proceso.
Siete años después, y con la esperanza de que tan fabulosa combinación de talentos se repitiera casi muerta, la pareja de letristas anunció oficialmente el suministro de una nueva dosis de canciones, lo que despertó la lógica expectación que está desencadenando “Lo niego todo”, el disco que Sabina publica el 10 de marzo.
Rock en sus poemas
Si hemos dado buena cuenta de la huella que el poeta ha dejado en el rock and roll, debemos detenernos ahora en analizar el recorrido en sentido opuesto: las señales que la música popular ha marcado dentro de la obra poética del autor de “Iceberg”. Puesto que son innumerables y citarlas todas daría para, al menos, una tesis, daremos fe de las dos más obvias.
Es poco menos que obligado que el primer ejemplo sea el de un poema convertido en himno para los fieles dylanitas de habla hispana. Lleva por título “Mi vida se llama Bob Dylan” y dice cosas como ésta: “Hay canciones que tallan dioses en nuestro oído, porque existe Bob Dylan…”. La otra muestra la encontramos en su admiración hacia la inmensa ‘Contigo’, que considera la mejor canción escrita jamás en castellano Los versos de Sabina “Yo no quiero domingos por la tarde / yo no quiero columpio en el jardín / lo que yo quiero, corazón cobarde, / es que mueras por mí” le influyeron al construir el poema “Las reglas del juego” (incluido en “Ya no es tarde”): “No quiero que nos sobren las palabras/ y lo que calle busque a otro que lo diga./ No quiero ver el vaso medio lleno./ No quiero que pudiese haber sido peor. / Sólo quiero/ saber que cambiarías a cualquiera por mí”.
De los lazos que unen ambas disciplinas, lazos que teje con sus propias manos, habló el propio Benjamín en el ciclo “Literatura y Música” organizado por la escuela Julián Besteiro de la UGT. Con sus palabras nos quedamos:
“No creo que haya ninguna poesía que merezca la pena que no tenga dentro ritmo, música y estructura. Tampoco creo que haya música, al menos que a mí me interese, que no tenga dentro algo de poesía, algún verso memorable, alguna idea que uno quisiera robar para meterla dentro de un poema. Yo he buscado versos dentro de los poemas de los escritores a los que admiro y también los he buscado dentro de los discos que me interesan”.