Las eras de Bunbury

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«La investigación, el preguntarse e intentar responder, el no tener prejuicios y tocar todos los palos, aunque ese palo no parezca que se deba tocar, han sido constantes en la carrera de Bunbury»

 

Con motivo de la gira que Enrique Bunbury arrancó ayer en Buenos Aires, para continuar este mes de diciembre por Latinoamérica y concluir con ella en 2024 desde Estados Unidos y Madrid, es buen momento para hacer un exhaustivo repaso a su obra en solitario. Desde Radical sonora a Greta Garbo, pasando por Pequeño, Flamingos o aquel unplugged, entre otros muchos. Un artículo de Sergio Almendros.

 

Texto: SERGIO ALMENDROS.

 

Con una personalidad tan admirada como denostada, dueño de un legado artístico tan incontestable como continuamente vilipendiado por ciertos sectores después de más de treinta y cinco años de trayectoria, el músico zaragozano y sus canciones aguardan muchas constantes, pero también una continua evolución e innumerables giros y cambios de tercio. Y ahora, ante lo que se presenta como la serie de conciertos más importantes, o al menos los más emotivos, de su carrera, un pequeño tour —imposible hace algunos meses cuando anunció su retirada de los escenarios—, recordamos y ponemos en valor las diferentes etapas que han formado parte de la trayectoria en solitario de Enrique Bunbury.

 

El verso suelto

La división de la carrera de Bunbury en las siguientes fases es una clasificación que él mismo ha hecho en diferentes ocasiones, una concatenación de intervalos a todas luces evidente y en los que únicamente un disco queda fuera de cualquiera de estas etapas: su primer álbum en solitario, Radical sonora (1997), su primer trabajo tras Héroes del Silencio. Un álbum que bien podría ser lo más parecido a su anterior banda, en cuanto se le despojara de la atrevida producción y las capas de electrónica, ya que en el fondo casi cualquier tema de él podría haber encontrado hueco en el grupo a poco que este hubiera aceptada esta evolución sonora o que los temas se hubieran desnudado a guitarra, bajo y batería.

Sea como fuera, y como no fue así, Radical sonora se apegaba a los sonidos más vanguardistas de la época, para llenar de loops y programaciones unas composiciones que realmente, casi todas, tenían todas las hechuras de la canción rock y muchos de los dejes de sus temas con Héroes. Impregnado por la cultura más alejada de lo occidental, el disco presentaba además numerosos sonidos e instrumentaciones árabes con los que se le pretendía dar un toque más personal, aunque realmente este barniz quedó en poco más que eso y fue el elemento electrónico el que lo impregnó todo. “Alicia (expulsada al país de las maravillas)” ha quedado como la canción más recordada de aquella turbulenta etapa de lucha entre el artista y sus seguidores, quizás incluso del artista contra sí mismo.

 

La búsqueda de las raíces

La investigación, el preguntarse e intentar responder, el no tener prejuicios y tocar todos los palos, aunque ese palo no parezca que se deba tocar, han sido constantes en la carrera de Bunbury. Y esta inquietud y curiosidad quedaron palpables en casi los primeros momentos de su carrera en solitario, esos en los que lo fácil hubiera sido seguir la senda de Héroes del Silencio aunque, en cambio, mudó el traje de rock star por el de crooner para dar buena cuenta de estilos tan alejados a él hasta entonces como el cabaret, las rancheras, los tangos, los dejes flamencos y los aires portuarios e incluso copleros. Con un pie en el Mediterráneo como punto de unión de culturas, el otro en la música tradicional latinoamericana y bajo el ropaje sonoro de su nueva banda de acompañamiento, El Huracán Ambulante, Pequeño (1999) terminó de conformar la nueva personalidad de Bunbury como músico inquieto y abierto. Canciones como “El extranjero”, “Infinito” o “De mayor” hicieron de este disco el auténtico renacer de Bunbury, obviando totalmente cualquier prejuicio y «solo quien me quiera seguir que me siga».

A continuación llegaría el enorme Flamingos (2002), que presentaba en ciertas canciones algunos cánones más rockeros, como “El Club de los Imposibles”, un rock iniciático, descarado y plagado de vientos y distorsiones. El álbum contenía el que puede ser el mayor hit de Bunbury en solitario, “Lady blue”, bebiendo más directamente que nunca de su adorado David Bowie. Una canción emocionante, preciosa y muy cercana a la perfección. Pero en tan tremendo disco, que contenía joyas de su cancionero como “Sácame de aquí”, “Enganchado a ti” o “Sí”, también había espacio para ese buscar y rebuscar en las raíces y en los estilos más tradicionales, como “Al final”, “Hermosos y malditos”, o “Ciudad de bajas pasiones”.

Y abandonando la parte europea y sumergiéndose en la cultura panamericana, El viaje a ninguna parte (2004) daba buena cuenta de su amor por Sudamérica, con un doble álbum de recorrido y homenaje a esa tierra tan rica en sonidos, ritmos y folclore. De todo ello impregnaba canciones tan arraigadas al pasado como “Que tengas suertecita”, “Lo que queda por vivir”, “En la pulpería de Lucita” o “El aragonés errante”, entre otras muchas; aunque de nuevo la joya de la corona era una de las que más se alejaba de esos sonidos, la emocionante y siempre reivindicable “El rescate”.

 

Con aroma americano

Con el tríptico terminado, llegó la hora de disolver El Huracán Ambulante, tirar de bate y romper con los muebles para alejarse de los focos una temporada, mudarse a Cuba y regresar con nuevas energías para encarar lo que a la postre sería lo que él llama «canciones desde el puerto». Asentado en El Puerto de Santa María, su primer nuevo paso fue junto a Nacho Vegas con el disco El tiempo de las cerezas (2006),en el que el oficio de escritor de canciones se presentaba como el leitmotiv de muchas de las composiciones, un disco producido por Paco Loco y donde el sonido se presentaba netamente norteamericano.

A continuación, y tras la gira de reencuentro con Héroes del Silencio en 2007, Bunbury formó Los Santos Inocentes y dio forma a Hellville deluxe (2008), el trabajo en el que se sumergió en las raíces de la música norteamericana y que contenía canciones como “El hombre delgado que no flaqueará jamás”, “Porque las cosas cambian” o “Bujías para el dolor”. En ese momento, Bunbury mostraba el sonido más rockero de toda su carrera en solitario, y su continuación llegaría bajo el bello nombre de Las consecuencias (2010), su álbum más reposado e íntimo, un disco especial para Bunbury, pero para el que el cantante no auguraba un éxito excesivo. La belleza de muchas de sus canciones le quitó la razón, hoy es uno de los más queridos por sus seguidores y uno de sus mejores álbumes, destacando en él, por ejemplo, el único destello de pura energía, “Los habitantes”, tema que irrumpe en mitad del lote entre la calma y el fogonazo, tan necesario como desconcertante. Pero también encontramos canciones tan emocionantes como “De todo el mundo”, “Ella me dijo que no” o “Es hora de hablar”. Me atrevo a asegurar que este es su primer disco en solitario perfectamente cerrado y conceptuado.

Esta etapa se culminaría con Licenciados cantinas (2011), su última mirada a Latinoamérica en profundidad, una revisión del cancionero tradicional del lugar, sin rubor y sin tener que dar ya explicaciones. Un álbum de versiones con sonido fronterizo, a la postre de transición, pero que dejaría momentos para recordar en “Ódiame”, “El solitario”, “Ánimas, que no amanezca” o la escalofriante “El cielo está dentro de mí”.

 

El foco en el presente

Con todo lo revisable ya revisado, sabiendo de dónde venimos para saber las opciones que tenemos por delante, llegó la hora de dejar de mirar hacia atrás para centrarse en el presente y anclarse a él. Así, en una especie de transición accidental, Palosanto (2013) posiblemente sea el disco de más complicada ubicación en un periodo concreto, y es que, quizá, pecaba de eso, de falta de concreción. Sí que había en él una importante carga rockera, especialmente en “Despierta”, “Los inmortales” y “Destrucción masiva”, con una instrumentación y producción muy contemporánea, al igual que en las baladas “Salvavidas”, “Prisioneros” y “El cambio y la celebración”. Pero luego contenía alguno de los temas más olvidables de toda su carrera como “Causalidades”, “Hijo de Cortés” o “Mar de dudas”, junto con dos canciones que, creo, son las más afortunadas del lote aunque, quizá, no encontraran en él el acomodo idóneo: “Plano secuencia” y “Todo”.

Poco después, le llegaría un encargo tan extemporáneo como un unplugged para la MTV. Evidentemente, un artista de la inquietud de Bunbury no se iba a limitar a presentarse en el estudio con tres acústicas y dos alfombras para tocar sus canciones más conocidas, así que tomó el reto y lo convirtió en una nueva reinvención de su propio cancionero. Además, este disco, El libro de las mutaciones (2015), y su posterior gira supusieron el reencuentro de Bunbury con las composiciones de Héroes del Silencio. Hasta ahora no había dejado espacio en sus conciertos más que para una o dos canciones, en el mejor de los casos, de su antigua y superexitosa banda. Y es aquí cuando Enrique Bunbury abraza un cancionero que siempre había sido suyo para, con unos ropajes sonoros muy novedosos, recuperar himnos como “Sirena varada”, “Mar adentro”, “La chispa adecuada” o “Maldito duende”. Estos arreglos, además, dejaban entrever por dónde irían los tiros en sus siguientes álbumes: con mucho sintetizador, mucha atmósfera, y mucho presente (pero sin perder de vista la forma de trabajar del pasado, ni las inquietudes por el futuro más inminente).

El siguiente disco de Bunbury sería Expectativas (2017), uno de sus trabajos más celebrados y reconocidos. Retomando el aire social, contestatario y descreído, que ya estaba presente en las letras de Palosanto, todo este álbum estaba impregnado de un muy personal sonido de saxo que, unido al uso de mucho sintetizador de vieja escuela, le daba un empaque y una personalidad acentuadísima. Un álbum que contaba con enormes canciones como “Parecemos tontos”, “Cuna de Caín”, “La actitud correcta” o “La constante”. Nombres como Depeche Mode o PJ Harvey nunca habían estado tan presentes en el sonido de Bunbury, un sonido actual pero tratado a la antigua usanza, una elaboración artesanal para abrazar nuevos conceptos con los que reinventarse y firmar uno de sus mejores trabajos de siempre.

En 2020 llegaría el tiempo de pandemia y, en él, la doble apuesta de Bunbury: primero con Posible y, meses más tarde, con Curso de levitación intensivo. Ambos trabajos seguían la senda marcada por Expectativas, si bien Posible se presentaba más oscuro y atmosférico, con más experimentación instrumental, destacando el precioso primer single, “Deseos de usar o tirar”. También la vigorosa “Hombre de acción” o el cierre con “Los términos de mi rendición”, una balada que musicalmente se separaba del resto del lote y en la que, por primera vez, miraba al punto y final; algo tan inevitable como inesperado meses más tarde (y afortunadamente pasajero).

Como decíamos, en momentos de nula actividad exterior, el resultado fue duplicar la producción discográfica y casi por sorpresa, poco después de Posible, Bunbury publicaría Curso de levitación intensivo, un álbum más orgánico, menos experimental sonoramente, pero en el que las novedades llegaban en algunas bases rítmicas cercanas al afrobeat. “El precio que hay que pagar” y “El momento de aprovechar el momento” eran dos de las canciones más instantáneas, pero, quizá, otras como “Ezequiel y todo el asunto del Big-Bang” o “Tenías razón en todo” fueron las que debieron haberse llevado todas las medallas.

Ya es sabido y resabido todo el asunto de su retirada de los escenarios por unos problemas físicos, un tema ya felizmente solventado que, sin embargo, ha propiciado un nuevo enfoque en sus futuras giras. Todo este episodio fue la base fundamental de su último trabajo discográfico, Greta Garbo, un álbum en el que prescindió de Los Santos Inocentes, puso la producción en manos de otra persona después de mucho tiempo (Adan Jodorowski) y en el que abrazó un sonido directo, fresco y rejuvenecedor, casi en las antípodas de Posible.

Mirando al interior después de varios discos eminentemente sociales, esa lucha con el adiós, ese nuevo renacer obligado, ese desaparecer que parecía que iba a marcar su futuro más inmediato, marcaba la lírica de los principales temas del disco (“Vuelta a casa”, “Desaparecer” o “Alaska”), aunque la crítica al exterior tenía su espacio en, por ejemplo, “Autos de choque” o la tremenda “La tormenta perfecta”. Aunque el disco tuvo un recibimiento sobresalientemente entusiasta entre sus seguidores, no me atrevo a asegurar que con el tiempo este Greta Garbo vaya a quedar como parte fundamental de la discografía de Bunbury. Retomando palabras del propio artista, si alguien pretendiese hoy en día una iniciática inmersión en su producción, Senderos de Traición (de Héroes del Silencio), FlamingosLas Consecuencias y Expectativas quizá serían los mejores discos a elegir para ello, por conceptos, importancia y calidad.

Me permito cerrar este repaso a las diferentes etapas o eras de Enrique Bunbury, retomando unas palabras ya vertidas por otro rincón; y es que sigo pensando que, aunque el rumbo que tome a partir de ahora Bunbury vuelve a ser una incógnita, lo que es seguro es que los versos de “Contradictorio”, el tema con el que cerraba “Pequeño”, y que era una auténtica declaración de intenciones, continúan vigentes y seguirán siendo su camino: «Y si ayer dije blanco y mañana de un salto me paso a lo negro, no lo veas extraño, aún ando buscando dónde me quedo», porque la búsqueda fue siempre su destino.

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