“Tras la primera lección de rock de la noche, un descanso, y el músico regresa al escenario acompañado únicamente por el teclista Raúl Bernal para dedicar un sentido e íntimo homenaje a su amigo Jesús Arias, fallecido esa misma semana. Suena, a guitarra, piano y voz, ‘Con la lluvia del atardecer’”
José Ignacio Lapido
Sala Penélope, Madrid
3 de diciembre de 2015
Texto: ARANCHA MORENO.
El magnate que impulsó la prensa amarillista, William Randolph Hearst, dijo aquello que todos los periodistas escuchamos alguna vez en la Facultad: “No dejes que la realidad te estropee un buen titular”. Con ello defendía la idea de mentir si así la historia atraía más al lector. Algunos nos empeñamos en no defender la mentira, y por eso es difícil hablar del último concierto de Lapido en Madrid sin referirnos a cómo un mal sonido puede ensuciar el mejor de los conciertos. Y estropear la realidad y el titular.
Sala Penélope, jueves 3 de diciembre de 2015. Penúltima cita de Lapido en la segunda parte de la gira del disco “Formas de matar el tiempo”. Es la última presentación de sus canciones en Madrid, antes de recalar en su Granada natal, donde actuará el próximo viernes 18. Son conciertos importantes, porque suponen el punto final de una gira que emprendió en 2013, con la que ha recorrido una treintena de escenarios (quizá alguno más) dejando testimonio de su buen hacer junto a su espléndida banda. Recuerdo, entre otros memorables, el que ofreció en La Cochera de Málaga para cerrar la primera parte de la gira. Quizá no era una ciudad clave, y había menos medios de comunicación que de costumbre, pero desprendieron una energía y mostraron una solvencia que hicieron de aquella noche algo especial. Así lo reflejamos en el titular de la crónica: Que nunca se baje del escenario.
Entre ese concierto y el que ha ofrecido este mes en Madrid han ocurrido muchas cosas. Ha pasado una gira a medias con Quique González, “Soltad a los perros”, en la que ambos han desplegado un talento conjunto y coordinado en pro de dos repertorios hermanos y sublimes, un ejercicio maestro de rock and roll; han pasado más conciertos en solitario, como el que ofreció en el Festival de la Guitarra de Córdoba la noche que compartió cartel con Leiva; ha trabajado en las próximas canciones que compondrán su futuro octavo disco, y el inesperado regreso de los históricos 091, que dentro de un mes arrancarán la gira de su vuelta. El próximo marzo los Cero harán triplete en la madrileña Joy Eslava, y esa vuelta paraliza la carrera de José Ignacio hasta 2017, por eso se hacía necesario que Lapido diera una última actuación en la capital. Teníamos que despedirnos, temporalmente y en condiciones, del Lapido solista.
Los motivos eran tantos, y el granadino nos tiene tan bien acostumbrados a exigirle siempre más, que su paso por la sala Penélope dejó un sabor agridulce, aunque no por el recital ofrecido. No es un lamento nuevo: en Madrid no gozamos de muchos espacios realmente cualificados para ofrecer un sonido digno. Señalarlos llevaría a dar ejemplos de nombres propios que ahora no vienen al caso, pero que los músicos visitan (quizá porque no tienen muchas alternativas de aforo) y a los que el público acude. Y cuando sucede, ambos se van a casa con la sensación de haber vivido buenos conciertos según el lugar donde se hayan colocado o malos directos si el sonido les ha estropeado la noche. Quienes suben al escenario generalmente llevan meses trabajando en lo que van a ofrecer esa noche, y los que van a verlo pagan su entrada para que eso sea posible. Que un tercer factor, como el mal sonido de la sala, interfiera en todo eso, no es justo. No ayuda a la música. Artistas y público no deberíamos aceptar las condiciones solo porque no haya un sitio mejor, ni resignarnos a que el resultado de la noche dependa del equipo de sonido.
Acompañada de otro par de músicos que han acudido al concierto (entre el público abundan los compañeros de profesión), me intereso por saber si en el escenario serán conscientes de las dificultades acústicas para los que estamos asistiendo al concierto. Me dicen que cuando uno está tocando es complicado saber cómo te escuchan al otro lado, y que generalmente se hace un ejercicio de concentración para tratar de llevarlo a buen puerto. Si la banda granadina fue consciente de cómo se escuchaba al otro lado no llegamos a saberlo. Se afanaron por hacer el mejor de los directos, como están acostumbrados. Ahí está el Lapido que rompe el silencio con ‘El más allá’ y al poco saluda ironizando sobre la boina de contaminación que tiene Madrid, que casi les impide descargar los instrumentos por la prohibición puntual de aparcar en el centro. Ahí está el Lapido que despliega las artes de su último trabajo y entreteje los tiempos calmos (‘Cosas por hacer’, ‘Muy lejos de aquí’) con el rock más intenso (‘Cuando por fin’, ‘La ciudad que nunca existió’) y los clásicos del repertorio (‘El dios de la luz eléctrica’, ‘La antesala del dolor’, ‘Luz de ciudades en llamas’, ‘Ladridos del perro mágico’), además de alguna “canción del siglo pasado”, en referencia a 091. Sin embargo, la falta de nitidez de la escucha impide disfrutar las canciones al cien por cien. Y nos perdemos ciertos matices que nublan también la calidad de esta crónica.
En el centro del escenario, José Ignacio es el líder de una banda consistente, enérgica y de las mejor rodadas del panorama español (Víctor Sánchez, Raúl Bernal, Popi González), con un fichaje nuevo en las filas (David Herrera sustituyendo a Paco Solana al bajo). Tras la primera lección de rock de la noche, un descanso, y el músico regresa al escenario acompañado únicamente por el teclista Raúl Bernal para dedicar un sentido e íntimo homenaje a su amigo Jesús Arias, fallecido esa misma semana. Suena, a guitarra, piano y voz, ‘Con la lluvia del atardecer’. Un respiro acústico, con una voz que parece llegar mejor a nuestros oídos en ese formato minimalista, apenas un suspiro antes de volver a lo que acontece: un concierto de rock and roll, con espacio para desplegar sus bellas armas musicales y sus indiscutibles guitarras. Qué decir de la traca final: ‘En el ángulo muerto’, ‘Cuando el ángel decida volver’ y ‘Espejismo número 8’. Se me ocurren pocos finales para superar la selección, y compruebo que el repertorio de la gira, que he escuchado en varios de los shows de los últimos dos años, está vivo y en constante evolución. Lástima que a veces el canal no esté a la altura del intérprete, y que eso nos impida disfrutar al máximo de la noche. Esperemos que el próximo viernes 18 Granada escuche, con la nitidez que merece, al poeta eléctrico.