FONDO DE CATÁLOGO
«La cara A es una soberbia colección de gemas que descubren a una Karina inmensa, que acaricia la melancolía con una maestría que emociona»
Después de seguir los pasos de Karina y Tony Luz en el recién publicado Cuadernos Efe Eme número 26, César Campoy recupera uno de los discos más interesantes que grabó la artista, a pesar de la falta de uniformidad que propició su sello.
Karina
Lady Elizabeth
HISPAVOX, 1974
Texto: CÉSAR CAMPOY
Tras el dignísimo concurso de Karina en Eurovisión con “En un mundo nuevo”, el tándem integrado por la propia cantante y Tony Luz, su pareja personal y profesional, se embarca en un proceso de gradual renovación estilística y filosófica que trata de dejar atrás a aquella niña traviesa y candorosa. El objetivo no es otro que cincelar una nueva Karina más madura, como evidencia su progresivo cambio de imagen. El elepé Tiempo al tiempo (Hispavox, 1972), producido por Rafael Trabucchelli, con arreglos de este, además de Waldo de los Ríos y Juanito Márquez, se convierte en punta de lanza de esa operación. Junto con alguna contada concesión, se construye a partir de temas repletos de melancolía y sensibilidad extrema, muchos de ellos, compuestos por el propio Luz, o revisiones interesantes como la del “Vincent” de Don McLean. Incluso la propia Maribel Llaudes se lanza a crear.
No obstante, la maniobra definitiva, la más arriesgada, comenzará a gestarse en los meses siguientes. Tony, conocedor de la obra y el buen hacer de José María Guzmán y Rodrigo García (Hispavox había sido la encargada de publicar la admirable cosecha de Solera), cuenta con ellos para armar una banda con la que arropar a Karina (pronto se añadirán Adolfo Rodríguez y Juan Cánovas). Además, tira de la faceta compositiva de los dos genios para ir armando un nuevo repertorio con el cual construir ese elepé que, definitivamente, sitúe a la artista en un plano superior. Llevará por nombre Lady Elizabeth (precisamente, como una de las criaturas de Rodrigo), y ya no se edificará bajo la atenta mirada de De los Ríos y Trabucchelli, sino que será el propio Luz quien dirigirá la grabación, en connivencia y convivencia con García y Guzmán.
Aquel disco quedará estructurado en dos partes bien diferenciadas. La segunda (su cara B) es una clara concesión a la discográfica, a partir de revisiones de clásicos como “Be my baby”, “Hello, Mary Lou” u “Oh, Carol”. La primera (la que realmente nos importa, impresa en la cara A), se convierte en una soberbia colección de gemas que descubren a una Karina inmensa, curtida, tremendamente profesional, que acaricia la melancolía con una maestría que emociona. Por si esto fuera poco, el colchón instrumental en que se mece dota de una honestidad y credibilidad indudable al proyecto.
Rodrigo y José María imprimen su huella de manera rotunda en sus préstamos sonoros. El primero, como avanzábamos, regala a Karina una “Lady Elizabeth” marca de la casa, repleta de tics inconfundibles: su letra, las líneas de teclado, esa melancolía decadente. El segundo, inspiradísimo, hace lo propio con la insuperable “Aquel lugar”, luminosa, convertida en un estribillo constante, mientras que, con su hermano Camilo, construye una suerte de habanera titulada “Luna blanca”. “Palabras de cristal”, a partir del “Herzen haben keine Fenster” popularizado por la austriaca Elfi Graf, es la única versión incluida en esta parte del proyecto.
Los otros temas restantes son cosa de un Luz que, a esas alturas, había alcanzado su cima como creador. “¿Y después?” es una pieza que incorpora elementos (sobre todo, esas guitarras) que le dotan de una modernidad manifiesta. La letra con moraleja y las pinceladas sintetizadas (evidentemente, obra de Rodrigo) se encargan del resto. No obstante, la joya de la corona lleva por nombre “Ven, aquí siempre estaré”. Ideada por Tony y Maribel, combina tonalidades menores y mayores de forma tremendamente efectiva. Karina borda una interpretación sobresaliente y modula su voz como nunca antes, al alternar rabia y desesperanza en partes iguales. El apoyo orquestal, por otra parte, es de un barroquismo moderado, y aparece y desaparece, mientras elementos dispares (flauta, timbales, teclados, coros etéreos…) van desfilando certeros. Todo ello logra que el clímax emocional y dramático permanezca en todo lo alto durante los cuatro minutos de letanía.
Como era de prever, los resultados obtenidos con este disco, que casi nadie entendió (o, mejor dicho, casi nadie hizo el más mínimo esfuerzo por comprender y asimilar), no satisficieron a una Hispavox que, desde entonces, y hasta la traumática salida de la artista del sello, en 1978, apenas mostró interés por una Karina cuya carrera pudo discurrir por unas sendas muy diferentes a las transitadas posteriormente.
–
Anterior entrega de Fondo de catálogo: Adiós, tormenta, de Fabián.