LA ESPUMA DE LOS DÍAS
«Soul era entonces sinónimo de autenticidad, de rebeldía, de profundidad y estilo. Sin embargo, hoy apenas quedan rescoldos de aquel fuego»
A veces se nos escapa el auténtico significado de las palabras y no acertamos a definir sensaciones y emociones que percibimos en la piel, como aquella primera vez que escuchamos a Sam Cooke o aquella otra en que la voz de David Ruffin en “My girl” nos anegó el corazón de lágrimas. De eso hablábamos cuando hablábamos de soul. De eso habla Luis Lapuente en esta entrega de su columna “La espina de los días”.
Una columna de LUIS LAPUENTE.
Foto: DIRK NEVEN / WIKIPEDIA.
En 1942, la revista Billboard inauguró su lista de música negra, denominada Harlem Hit Parade, «los discos más populares en Harlem», agrupados desde 1945 bajo el título Race Records Juke Box. Y entonces apareció Jerry Wexler, que acuñó el término rhyhtm and blues para referirse a un nuevo género que ya despuntaba tras la segunda guerra mundial en los suburbios negros de las grandes ciudades del norte y en los garitos sureños para «gentes de color». Las listas de éxito de rhythm and blues (R&B) ocuparon las páginas de Billboard entre 1949 y 1969, cuando se entronizó oficialmente el nombre de música soul, esa música del alma y la carne que ya defendían con orgullo en sus discos gigantes del género como Solomon Burke (King of rock’n’soul), Ben E. King (“What is soul?”), Arthur Conley (“Sweet soul music”), King Curtis (“Memphis soul stew”) o Aretha Franklin (Lady Soul). Soul era entonces sinónimo de autenticidad, de rebeldía, de profundidad y estilo.
Sin embargo, hoy apenas quedan rescoldos de aquel fuego y para muchos, la propia palabra, soul, no es más que un reflejo caduco de otra época, una rémora de connotaciones racistas que ofende a los nuevos afroamericanos, como le recriminó el padre de Beyoncé, Mathew Knowles, al periodista Manu Piñón cuando este último utilizó el término música soul para referirse a los discos de su hija: «Hay que informarse bien y veo que tú no estás bien informado. Esa es una forma muy poco respetuosa de referirse a un género, nadie la utiliza ya y se sustituyó por R&B hace mucho tiempo. Es tu obligación actualizarte. Y mi deber es educarte, aprovecha esta oportunidad».
¿De qué hablamos, pues, cuando hablamos de soul? Mal que le pese al señor Knowles, la bandera del soul sigue siendo enarbolada con orgullo en el siglo XXI por un puñado de artistas que no necesitan pedir perdón por reclamarse herederos de aquellos pioneros que crearon el género hace alrededor de sesenta años. Por ejemplo, Lady Blackbird. Nacida en Nuevo México en 1985, y afincada en el Reino Unido, Marley Munroe tomó su nombre artístico del clásico de Nina Simone que abrió su primer álbum, el celebrado Black acid soul (2021). Gilles Peterson se refirió a ella como «la Grace Jones del jazz», pero Lady Blackbird demostró que el epónimo apenas le hacía justicia cuando publicó su segundo trabajo, Slang spirituals (2024), donde resplandece una paleta musical políglota, a un tiempo vanguardista y anclada en las tradiciones.
Hace unos días, Lady Blackbird actuó en el marco del festival de Jazz de Madrid, una de esas citas donde los genuinos aficionados a la música negra conviven con el runrún de cierta gauche divine pedante y pomposa, esos aprendices de sabelotodo que Woody Allen se las apañaba para silenciar en la cola del cine de su Annie Hall, sacando a escena al mismísimo Marshall McLuhan.
En concierto, Lady Blackbird se mueve con cierta dificultad sobre unos grandes zapatos blancos de plataforma, envuelta en una gasa blanca transparente y apretada en una especie de corpiño blanco, a medio camino entre la imaginería de los Parliament y de la Nona Hendryx del trío Labelle. Pero su talento escénico y su garganta educada en el canon del viejo soul enseguida obran el milagro, cuando aquí y allá uno cree estar escuchando ecos de Donny Hathaway, de Tina Turner, de la mismísima Nina Simone, de Amy Winehouse. Más soul que jazz, más Gregory Porter que Jose James, más Bettye LaVette que Cassandra Wilson, más Back to black que Frank.
Escribe Ted Gioia, en su muy recomendable blog The honest bróker, a propósito del significado de las canciones de los Beatles: «Antes de Internet, a menudo no sabíamos de qué trataban las canciones de éxito. Hoy en día, puedes ir a Wikipedia y obtener un resumen completo de cualquier canción de éxito. Todo está explicado y documentado. Pero en aquella época predigital no teníamos ninguna autoridad a la que recurrir, así que discutíamos constantemente sobre el verdadero significado de nuestras canciones favoritas. A veces ni siquiera nos poníamos de acuerdo sobre la letra que cantaba el grupo».
Esa es una de las raras cualidades del soul, que apela a las emociones y puede disfrutarse en toda su gloria sin apenas reparar en el contexto, sin tener todas las claves para descifrar su significado. No hace falta rememorar al Sam Cooke íntimo y desvalido que cantaba “Lost and lookin’” en su álbum Nigth beat para emocionarse con la versión de Lady Blackbird en Black acid soul. No hay que conocer los entresijos de la historia que cuenta la vocalista en “The city”, clásica eterna de Slang spirituals y uno de los momentos sublimes de su concierto en Madrid, para dejarse atrapar por su encanto irresistible. Entusiasmado con esta canción mágica, el periodista británico Richard Williams remacha que «la voz de Lady Blackbird es fuerte, endurecida por el dolor, aunque no inflexible, con un discreto uso del vibrato rápido, distintivo pero sutil. “The city” son cuatro minutos y medio de esa clase de música soul que mezcla un grito de triunfo y desafío con una resaca de melancolía, mucho más convincente que la mera euforia. Como “Taste of bitter love”, de Gladys Knight & The Pips, y “Native new yorker”, de Odyssey».
Es esa especie única de canción de la que hablamos cuando hablamos de soul. Música viva, como dijo Dylan en su discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura ante la Academia sueca: «Nuestras canciones están vivas en la tierra de los vivos».
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Anterior entrega de La espuma de los días: Quincy Jones y los dioses del cool.