La vuelta, de Naked Family

Autor:

DISCOS

«La banda madrileña propone una psicodélica regresión a las décadas de los sesenta y setenta con su último trabajo»

 

Naked Family
La vuelta
RASO STUDIO, 2024

 

Texto: MARÍA CANET.

 

Soñar puede ser una buena forma de viajar en el tiempo. Tener la oportunidad de vivir dos veces; adelantarse al futuro o retroceder a un pasado que solo se palpaba a través de los recuerdos de otros. Las canciones también ofrecen la posibilidad de rozar con la punta de los dedos un pasado ajeno que, en realidad, se siente más propio que el presente. El segundo disco de Naked Family, La vuelta (Raso Estudio, 2024), es la puerta que permite fantasear durante treinta y dos minutos con vivir la segunda mitad de los sesenta y los primeros setenta, a través de una regresión al pop psicodélico al igual que bandas como Los Estanques o Cometa.

Esta gran familia de siete miembros con sede en Madrid publicaba la pasada primavera un álbum conceptual con estructura de ópera rock donde cada tema —unido melódicamente al anterior— conforma un capítulo de esta particular Odisea. Una epopeya lisérgica que, como Ulises, emprenden para volver al punto de partida: la melodía pop. Al timón de la producción, Íñigo Bregel (Los Estanques) ha dejado su reconocible huella de barroquismo y esquizofrenia psicodélica heredera del genio de Brian Wilson o Paul McCartney.

Una solemne introducción musical, “Ida (intro)”, lanza un aviso a navegantes: el violonchelo y el piano serán los dos protagonistas del viaje. La nave se pone en movimiento gracias al pellizco de las cuerdas que evoca a las composiciones de Jeff Lynne para la ELO en “Tumbado en la hierba al sol”, que acaba de cobrar dinamismo gracias a los coros, las guitarras setenteras que se funden con el sitar y las teclas saltarinas. “Leda” asalta con vertiginosos cambios de ritmo, sintetizadores, violonchelo y festín de teclas que construyen laberintos pop de los que resulta difícil escapar. No hay salida, sino un recoveco más en el que perderse; “Bebé terrestre (Un cuadro de John Collier)” y “El encuentro”, dos piezas gemelas que avanzan en crescendo al estilo de “Braindamage” y “Eclipse”, suite con la que Pink Floyd cerró su mítico Dark side of the moon.

La ruptura con la dimensión orquestal llega con “Cartagena”, divertido guiño a la ciudad de su vocalista, Antonio “Chas”, que repasa la historia de la ciudad murciana a golpe de disco setentero. “Por ti seré” es una delicada joya artesanal de pop acústico que remite a la escuela española de los sesenta y setenta: Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán o Los Ángeles, entre azucarados coros y clavicordio.

A modo de canción bisagra entre ambas caras, “Vas a morir/ Bardo (Interludio)”, es un impasse a modo de nana donde la sección de cuerdas arraiga en un universo onírico e introducir un paisaje oriental con la oscura y sugerente “El espejo”. Un duelo interior dotado del misticismo de George Harrison, gracias a hipnóticos arpegios de sitar y una prosa que anhela encontrar respuestas. Un hechizo que se rompe abruptamente con un destello góspel a lo Ray Charles mediante teclados y coros celestiales. “Cuckoo”, otra fantasía delirante entre el rock progresivo y pasajes beatlelianos, vuelve a transmitir la sensación laberíntica, mientras “Cogiendo naranjas” aparece a modo de espejismo andalusí mecido entre suaves acústicas y guiños a Crosby, Stills & Nash. El final se anuncia con notas de sitar diluidas en la primera parte de “La vuelta (Outro)”, que rompe como brusco despertar de un plácido sueño, a través de un crescendo progresivo sustentado en fieros riffs setenteros y teclas que caen como losas para lanzar una última reflexión «¿Cómo acabé donde empecé? Di la misma vuelta otra vez». El despertar del sueño devuelve al presente. La epopeya siempre termina con una vuelta a casa.

Anterior crítica de discos: Viva tú, de Manu Chao.

 

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