DISCOS
«Poco importa si estuvimos o no en esos conciertos: logra trasladarnos a ellos, nos instala en aquel verano de inquietantes nubarrones»
Loquillo y Gabriel Sopeña
La vida es de los que arriesgan
DRO/WARNER, 2023
Texto: JUAN PUCHADES.
Loquillo, como todos, tuvo que suspender sus planes para 2020. La pandemia y el consiguiente confinamiento y restricciones obligaron a parar a quien vive por y para el escenario. Pero si alguien creía que una pandemia podía dejarlo amarrado a puerto mucho tiempo, estaba muy equivocado. Loquillo, siempre en movimiento, trabaja sin descanso: su cabeza no para de idear planes con los que apurar la vida, disfrutar del oficio y sí, claro, como usted y como yo, llevarse unos euros para casa. De tal modo que el 3 de julio de 2020 abrió el WiZink Center madrileño en un concierto para solo 1.700 personas con fines solidarios: esta vez lo recaudado sería para el Banco de Alimentos. Ese concierto, primero en Europa de esas características tras los confinamientos, fue la antesala de lo que vendría ese verano y que ahora se recoge en este La vida es de los que arriesgan.
Y lo que vino fue una gira acústica. Efectivamente, el tipo que más se ha ciscado en los conciertos acústicos, iba a girar en acústico… Pero para no desdecirse, dejó a un lado el repertorio de rock and roll y recurrió al otro, al más delicado, el de poesía y cercanías que ha ido construyendo junto a Gabriel Sopeña. Precisamente, en aquella aventura veraniega de 2020, Sopeña (guitarras, piano, armónica, mandolina y voces) iba a acompañarlo en escena, y junto a ellos, Josu García (guitarras, armónica, voces, dirección musical), Alfonso Alcalá (contrabajo y voces) y Laurent Castagnet (batería). Cinco músicos sobre las tablas empotrados en un equipo que, contándolos a ellos, sumaba solo ocho personas (frente a las treinta que mueven para un concierto de rock). Economía de guerra para tiempos de excepción: una furgoneta, un coche y carretera por delante. Y a ver qué pasaba. Y lo que pasó fueron conciertos para audiencias reducidas, separadas en sillas, con suspensiones constantes en función de la evolución del virus y las medidas que fueran decretando las autoridades. Incluso una tromba de agua provocó una cancelación.
De todo ello dan cuenta Loquillo y Gabriel Sopeña en los diarios que fueron escribiendo y que, parcialmente, se recogen en un libreto que acompaña a esta edición de La vida es de los que arriesgan (quizá limitado a los primeros compradores). Y como lo más destacado queda reflejado ahí, les ahorraré los detalles. Solo decir que, por momentos, y sobre todo en los textos de Loquillo de la primera parte de la gira (antes de que la mala leche, por las suspensiones que no terminaba de entender y el desinterés de los diferentes gobiernos por la música en vivo y sus trabajadores, fuera haciendo acto de presencia), no es difícil conmoverse ante algunos párrafos o anécdotas, como la de esa sanitaria que le hace un regalo y le agradece por las canciones mientras lucha contra el Covid. Un Loquillo que, en los conciertos finales, se enfrentará a su propia enfermedad.
Lo que recoge el álbum doble (solo en vinilo, hay que joderse: ¡viva el cedé!) son dieciocho canciones grabadas en Barcelona, Gijón, Aranda de Duero, Burgos, Valladolid, Fuengirola, Úbeda, Alicante, Torrelavega y Navalmoral de la Mata. Tomas capturadas directamente de la mezcla de la mesa de sonido de cada concierto, sin maquillajes posteriores, sin retoques, sin pistas añadidas: tal cual llegaba el audio a la mesa. Y se nota. Que ningún melómano tiquismiquis y amante de la pureza espere encontrar aquí el clásico directo de fuegos artificiales. Esto es un disco en penumbra, y el sonido, a ratos rozando lo apurado, ayuda a situarnos, a comprender mejor, incluso a emocionarnos sabiendo las circunstancias de aquellos conciertos. Esto es un testimonio. Esto es lo que hubo. Esto es lo que fue. Esto es lo que ha quedado.
Por aquí desfila ese repertorio magnífico que es parte del «otro» Loquillo, el de canciones como “La vida que yo veo”, “Cuando pienso en los viejos amigos”, “Cuando vivías en la Castellana”, “La vida es de los que arriesgan”, “El hombre de negro” o “La mala reputación”. Incluso se dejan ver gemas como “Antes de la lluvia”, “De tripas corazón” (Aute, siempre Aute) y “John Milner”. Canciones tocadas con elegancia y entrega por una banda de virtuosos temerarios, y con un Loquillo que interpreta que da gusto (acabemos con el manido y cansino topicazo de que canta fatal). Gabriel Sopeña, por su parte, que este es un álbum compartido, pone voz a “Acto de fe” y a las incombustibles “Yo y Bobby McGee” y “Apuesta por el rock and roll”.
Quizá sea un disco este destinado a figurar entre paréntesis en la discografía de Loquillo (como lo fue la gira que lo alumbró), pero su valor documental es enorme. Poco importa si estuvimos o no en esos conciertos: logra trasladarnos a ellos, nos instala en aquel verano de inquietantes nubarrones. Quizá no fuera la intención de Loquillo y Sopeña, pero fija nuestro pasado reciente (ese que ya estamos olvidando, si no es que lo hemos olvidado ya). Esta grabación somos nosotros en un tiempo en el que la vida se detuvo. Pero sí, «la vida por delante», siempre. «La poesía como resistencia», escribe Loquillo en las notas del libreto, y me atrevo a añadir que la música como salvación. Y más en 2020, cuando nos ayudó a respirar día a día. Otros muchos ya no la escucharán jamás. Por ello no hay que olvidar. Gracias a Loquillo y Gabriel Sopeña por hacernos recordar.
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