CINE
“Parece haberse convertido en víctima de su azarosa gestación, una criatura nacida muerta ante la que solo cabe preguntarse cómo habría sido de haber caído en otras manos”
“La venganza de Jane” (“Jane got a gun”)
Gavin O’Connor, 2016
Texto: HÉCTOR GÓMEZ.
Corría el ya lejano 2011 cuando la historia escrita por Brian Duffield, ligeramente inspirada en el desconocido western “Ana Caulder” (Burt Kennedy, 1971), formaba parte de la habitual “lista negra” de guiones pendientes de convertir en película, una lista que da una idea de cuál es el tipo de historias que tienen más problemas a la hora de encontrar financiación en Hollywood. Finalmente se consiguió sacar adelante el proyecto, pero todo pareció tambalearse de nuevo en 2013 cuando la directora Lynne Ramsay (“Tenemos que hablar de Kevin”) abandonó el barco después de numerosas disputas con los productores en torno a la libertad creativa que estos negaban a la realizadora escocesa. Con Ramsay se marcharon también el director de fotografía Darius Khondji y el que iba a ser protagonista, Jude Law, como también fueron apareciendo y desapareciendo actores vinculados al proyecto como Bradley Cooper o Michael Fassbender. Con todos estos avatares, los principales artífices de que “La venganza de Jane” acabara por rodarse (todavía en 2013) y estrenarse (casi tres años después) son los que acabarían siendo la pareja protagonista: una Natalie Portman en labores también de producción, y Joel Edgerton, quien contribuyó también a perfilar el guion definitivo con el que acabó trabajando el neoyorquino Gavin O’Connor.
Todo lo mencionado hasta ahora puede servir para contextualizar la situación en la que se ha desarrollado una película que precisamente peca, en un primer vistazo, de una llamativa falta de garra, a pesar de una premisa argumental que podría dar para mucho más. “La venganza de Jane” (otro flaco favor de las traducciones al castellano al espíritu del título original, “Jane got a gun”) parece un enfermo terminal a punto de morir, al que solo por dignidad se le ofrece una última oportunidad de mostrar ciertos destellos de brillantez. No hay en ella nada de la fisicidad y la intensidad que O’Connor había mostrado en la muy destacable “Warrior” (2011), sino un lánguido discurrir –salpicado por unos innecesarios flashbacks – por una historia con las resonancias trágicas de Solo ante el peligro (Fred Zinnemann, 1952), por aquello de la inevitable cita con el destino, pero que sin embargo se desarrolla en un devenir completamente despojado de épica al que se suma, por si fuera poco, un ‘happy ending’ tan impostado como innecesario.
Tan solo la presencia de Edgerton en un papel arquetípico del western (al que al menos logra dotar de cierta profundidad) compensa la visión de una Natalie Portman algo descolocada en un género que le es ajeno y el tremendo desaprovechamiento de un villano al que Ewan McGregor encarna con precisión pero al que un clímax final excesivamente confuso e inverosímil acaban echando por la borda. En definitiva, la película parece haberse convertido en víctima de su azarosa gestación, una criatura nacida muerta ante la que solo cabe preguntarse cómo habría sido de haber caído en otras manos.
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Anterior crítica de cine: “Capitán América: Civil war”, de Anthony y Joe Russo.