«Me encanta dónde he llegado; podrá gustar más o menos, pero he hecho el disco que estaba en mi cabeza»
La artista regresa con Lento ternura, un álbum donde reivindica la delicadeza, la pausa y el amor en tiempos de inmediatez, a la vez que explora nuevos registros. María Canet charla con ella.
Texto: MARÍA CANET.
Fotos: ADRIÁN CUERDO.
En tiempos de inmediatez constante, parar, observar o reflexionar son actos de rebeldía. Un órdago al tornado capitalista que convierte el consumo en el latido de la sociedad y que impide ver algo tan sencillo como lo bueno que nos rodea, la humanidad sin artificio. Esa necesidad de frenar se hizo evidente para Zahara cuando estaba inmersa en la gira La puta rave, a raíz de la presentación de “Esto no es una canción política”. Tras la vorágine que supuso PUTA (G.O.Z.Z. Records, 2021), un disco con el que la artista puso sobre la mesa abusos y violencias sufridos, e interpeló a multitud de mujeres dentro y fuera de la industria musical, necesitaba «salir de esa narrativa. Llevé mi show a un nivel que me encantaba, pero era tan político, tan violento, tan dark, que empecé a tener la necesidad de buscar otra cosa porque, si no, iba a dominar mi vida e iba a estar en esta espiral de exposición continuamente», confiesa con serenidad. Esa voluntad por «no tener presente las violencias que sufro, sino al revés, las cosas que me han hecho feliz», fue el germen de un poemario que se convirtió en la matriz de las canciones que conforman Lento ternura (G.O.Z.Z. Records), su nuevo trabajo discográfico.
Para poder hablar desde «otro lugar y expresar la contraposición de lo que estaba viviendo durante la gira», Zahara también tuvo que dejar el centro de Madrid e instalarse en un pueblo de La Mancha. Coñohondo, la casa de campo donde ha grabado el álbum —«tengo mi propio estudio con mis aparatos, mis micrófonos, mis sintes y mi vida musical»—, que comparte con Martí Perarnau, su cómplice musical y vital, se ha convertido en ese refugio que le ha permitido pararse a observar. «Estar simplemente en la terraza contemplando, un verbo que casi no usamos ya, me llevaba a unas sensaciones muy peculiares. Normalmente miramos algo y enseguida ya tenemos un estímulo: cogemos el móvil, le escribimos a alguien, miramos Instagram… Cuando tienes delante lo que yo llamo el decorado, el paisaje, me daba cuenta de que los cambios suceden, pero a un ritmo no superevidente». La lentitud de los procesos naturales ha impregnado el grueso de las melodías construidas a partir de la percusión electrónica, —«aunque nunca me he considerado batería, toqué durante la gira y fue un aprendizaje del que saqué muchísimo, no solo del instrumento, sino a nivel de estructuración, de patrones, de sentido rítmico, que siempre he considerado que era mi punto débil»— y profundizar en beats que ha tratado «como si fueran la propia naturaleza. Hay mucho patrón rítmico que se repite, pero todo el rato con unos cambios pequeños que hacen que nunca vuelva de la misma manera. Ha sido algo mágico, místico», confiesa con auténtica emoción. Sin apenas presencia de guitarras —«el único tema que empecé con la guitarra fue “Formentera” y dije, “no me encuentro”»— el piano y sintetizadores como el melotrón o el omnichord se han convertido en sus principales aliados a la hora de componer con el objetivo de «alejarme lo máximo posible de mi rueda de acordes natural, de no estar siempre en el mismo sitio. Luego cambiaba todo, lo pasaba a la guitarra, al piano, y volvía a estar en el mismo sitio. Es una de las conclusiones que he sacado: la vida es siempre la misma casilla de salida, cambiando ciertos elementos, pero al final es bastante parecido siempre», admite entre risas.
«Esa falta de respeto con mi voz, que siempre ha sonado superpulcra, ha sido lo más guay»
Más allá de enfrentarse a nuevas formas de componer y de mirar a su alrededor, Zahara ha tomado, por primera vez, las riendas de la producción para «ponerme a prueba. Me preguntaba ¿soy capaz yo sola o produzco porque tengo a Martí, que es maravilloso, y sabe hacer cada cosa que tengo en mi cerebro? Pero, también necesitaba encontrar mi voz, no cantando, porque, de hecho, en este disco juego de una manera divertidísima; ya me la conozco tanto que digo, “pues da igual, no tengo que demostrar nada a nadie”. Por ejemplo, esa falta de respeto con mi voz, que siempre ha sonado superpulcra, ha sido lo más guay». Alcanzar objetivos de manera paulatina ha sido el gran aprendizaje que extrae de este viaje: «casi nada se consigue rápido. Empecé muy lenta, pero acabé a un ritmo de una canción por día. No me ha salido ni a la primera ni a la segunda ni a la décima, a lo mejor me sale a la vez un millón, pero aquí estamos. Es un esfuerzo mental», reconoce.
Para su autora, Lento ternura «funciona como una película. El único motivo por el que lo he desmenuzado en singles se debe a la presión de la industria: «Donde sí que he sentido presión ha sido una vez a la hora de plantear todo el lanzamiento; al ser un sello pequeño, no me la puedo jugar todo a lanzar un disco sin adelantos. Quería reivindicar que se escuchara el disco entero y elegir los adelantos ha sido muy complicado. Le he dado tantas vueltas a todo, que he acabado harta de mi parte discográfica», confiesa. La narrativa cinematográfica se percibe desde su inicio al situar al oyente en “Formentera”, isla a la que «huyo para olvidarme de esas preguntas que me hago, mirándome al espejo, en realidad intentando ver si lo que tengo ahí delante es lo que soy», y que termina con la vuelta a las raíces que plantea “Soy de un pueblo pequeño”, a través de una melodía dulce donde la sección de vientos remite a la Semana Santa de su Úbeda natal: «los metales que acompañan a las procesiones forman parte del sonido que está en mi cerebro tatuado desde que era una niña. Ese arreglo lo hizo Martí, con lágrimas en los ojos. Parece que esa afirmación define quién soy y, en realidad, acabo diciendo que no soy de ninguna parte y que busco mis raíces para intentar entenderme, pero que sigo sin sentirme en mi casa en ningún lugar. Me permite reconciliarme con mi pueblo, por eso, para mí, era tan importante terminar con esta canción».
Entre medias, pasajes surrealistas propios de un film de Tim Burton: Coñohondo cobra vida propia en “Yo solo quería escribir una canción de amor”. La personificación de un sitio que «me ha enamorado y al que siento que puedo llamar hogar», y le ha enseñado a comprometerse: «siento que la casa tiene personalidad y que me permite estar ahí porque le he caído bien. Martí y yo hemos aprendido a convivir en ella, respetando nuestros espacios, conviviendo de una manera bastante respetuosa con el otro, con sus límites, con sus necesidades… De eso es de lo que quiero hablar». Desde la seguridad que ofrece ese espacio en el que permitirse ser libre, Zahara no pierde su vis crítica y cuestiona los cánones sociales en cortes como “Nuestro amor”, que aborda su personal forma de entender las relaciones sobre una melodía oscura que se transforma en rave electrónica, o “Quién dijo”, con una dulce introducción al piano que deforman progresivamente los sintetizadores y crea una sinergia letra-música que rompe los tópicos del amor romántico: «yo descubro quién soy a través de las canciones, y en las propias plasmo lo que siento sin juicio. Cuando luego lo analizo con el cerebro, que es un juez, es cuando veo lo que hay detrás y te das cuenta, por ejemplo, de todas esas veces que amabas desde la necesidad y la agonía. El amor es mucho más sencillo, pero claro, tardas en darte cuenta. Parece que estoy diciendo una banalidad, pero es que llegar a sentir eso es muy complicado porque parece que si no te quieren muriéndose de amor por ti es que no te quieren y en realidad no tiene nada que ver con eso».
Si, en ocasiones, la melodía camina de la mano con el mensaje, “CRTL+ Z” juega con el efecto contrario: el ritmo bailable contrasta con la disociación que aborda la letra para «reírme, si no me tiraba del avión. ¿Cuántas veces estás en los lugares y tienes la cabeza completamente en otro sitio? Llegar a una isla preciosa, estar viendo el mar y decir: no estoy. O estar sufriendo algo triste e intentar no vivirlo, no procesar nuestros lutos personales».
«Mi objetivo era alejarme lo máximo posible de mi rueda de acordes natural, de no estar siempre en el mismo sitio»
La enumeración, presente en la mayoría de los cortes, se ha erigido en una nueva herramienta para «darme cuenta de que estoy necesitada de entender. No es algo que me haya sucedido antes, sino que ha aparecido en este disco, y, por algo será». Ocurre, por ejemplo en “Demasiadas canciones” que, a ritmo de reggaetón, lanza dardos a la industria —«demasiadas pocas mujeres tocando en festivales»—, y al frenético capitalismo, una «mirada a una realidad de la que soy cómplice porque el sistema me obliga a participar en la rueda de la sobreproducción». “La ternura”, donde la entonación de la cantante coquetea con la copla, y “La violencia”, de poso lírico—«quería buscar algo casi dramático, como si estuvieras viendo un aria en la ópera»—, funcionan como dos caras de la misma moneda. Si la primera coloca la belleza de las cosas pequeñas al lado del dolor, —«tu canción favorita, el cocido de tu abuela / las veces que ayunaste/ te metiste en la cama muerta de hambre/que tu cuerpo era una talla, una cárcel, una trampa /»— la segunda conserva la esencia combativa de PUTA, como cicatriz palpable del daño sufrido: «aún guardo las armas con las que atacaban / siento el pasado en cada mirada / qué poco espacio ocupo en mi historia/ Mi cuerpo aún lleno de rabia e igual de inseguro». Un pozo, el de la presión estética y social, del que las mujeres luchan por salir: «¿de verdad era tan importante? ¿Tenía sentido algo de lo que hacía por gustarle a alguien que te trata como una auténtica mierda?». Bajo esa premisa de «prestar atención a lo bello, a lo bueno de mi vida», destaca “Tus michis”, construida sobre beats de gatos bebiendo agua sacados de Tik Tok y que dedica a su amiga, la poeta Patricia Benito, puesto que las amistades femeninas, subraya, «están muy escondidas en el relato, cuando es algo que nos ha cambiado la vida, porque, a través de las amigas hemos aprendido a cuidarnos y a tratarnos bien».
El abrazo amigo o esas flores que anticipan la llegada de la primavera, necesitan de ese alto en el camino. «No hay que ser ingenuas, no hay que pensar que las cosas salen solas, sino que hay que dedicarles tiempo. A mí me encanta dónde he llegado; podrá gustar más o menos, pero he hecho el disco que estaba en mi cabeza». Lento ternura, el particular nirvana de Zahara es, ante todo, un estado donde conseguir «encontrar lo que soy y lo que quiero hacer», sentencia con orgullo y una amplia sonrisa. En tiempos de inmediatez, la revolución se hace sin prisas y con delicadeza.