FONDO DE CATÁLOGO
«Trataron de alejarse del country y expandir sus horizontes compositivos en busca de un mayor abanico de sonidos»
Al filo de los noventa, La Frontera se cansó de cargar con la sempiterna etiqueda de grupo country y decidió abrir su abanico estilístico. Lo hizo y firmó uno de sus discos más valorados, La rosa de los vientos. Por Manel Celeiro.
La Frontera
La rosa de los vientos
POLYGRAM, 1989
Texto: MANEL CELEIRO.
Rafa Hernández, Quino Maqueda, Tony Marmota, José Bataglio y Javier Andreu eran amigos, estudiaban juntos y daban sus primeros pasos como músicos en diferentes bandas hasta que llega el momento en que deciden unir fuerzas y converger en un nuevo proyecto. Tras barajar varios nombres escogen el título de una de sus primeras composiciones: La Frontera. Bajo ese apelativo empiezan a rodarse y a los pocos meses de su nacimiento ya se llevan el premio de festival Villa de Madrid. Corría 1984 y el periodista Santiago Alcanda decía de ellos, en la crónica escrita para El País, que lo suyo era «punk pistolero». Y no andaba desencaminado.
En sus tres primeros discos, La frontera (1985), Si el whisky no te arruina, las mujeres lo harán (1986) y Tren de medianoche (1987), podríamos considerar a la banda como la representación cañí del nuevo rock americano o paisley underground, la escena musical norteamericana surgida en los ochenta que trataba de recuperar los valores del rock de raíces a través de inyectarle la energía del punk y la frescura de la new wave y cuyos máximos valedores serían combos como Long Ryders, Green On Reed, Rain Parade o Dream Syndicate. Sin embargo, un servidor los considera mucho más próximos en espíritu al movimiento cow punk, mezcla de country y punk como su propio nombre indica, capitaneado por Jason & the Scorchers o Beat Farmers. En fin, sea como sea, estábamos ante una banda que tomaba la temática vaquera como punto de partida para su propuesta y que captó un buen número de seguidores gracias a canciones como “Judas El Miserable”, “Duelo al sol”, “Cuatro rosas estación”, “Pobre tahúr”, “Siete calaveras” o “Siempre hay algo para celebrar” y a su condición de animales de escenario. Ofrecían conciertos que eran —perdonen la metáfora obvia— como una estampida de búfalos. Todo un irresistible derroche de adrenalina y rock.
Hartos de la etiqueta country
Tras ese trío inicial de grabaciones, por sus cabezas empezaba a revolotear la losa de estar demasiado aprisionados dentro de una etiqueta, sobre todo para algunos de los componentes del grupo, con mayor énfasis en la figura de su vocalista, Javier Andreu. Si se repasa la hemeroteca podemos encontrar declaraciones suyas que afirman esa sensación. Sirva esta como ejemplo, quizás, la más diáfana sobre el asunto: «Bueno, lo que yo quería en ese momento era apartarme un poco de la imagen en la que nos habían encasillado, la de grupo vaquero, de rock vaquero. Ahí saqué todas mis armas del alma, más relacionadas con David Bowie y con la música pop, en lugar de las armas del rock and roll. Después de tres años de entrevistas y de que me señalaran «country, country, country», había llegado la hora de que demostrase que me gusta más Nick Lowe que otra cosa». Con esa idea en mente trabajaron las canciones que irían incluidas en su cuarto disco, tratando de alejarse de la citada etiqueta y expandiendo sus horizontes compositivos en busca de un mayor abanico de sonidos. Con el disco en la calle, editado por Polydor en 1989, se pudo comprobar que sí, que daban un golpe de timón artístico con el que triunfaron por todo lo alto, ya que La rosa de los vientos se convirtió en un éxito de ventas e hizo que La Frontera fueran uno de los emblemas del rock nacional durante esos años.
Apertura estilística
El álbum contaba con una producción más amable y pulida que los anteriores, así como un claro cambio de orientación en las letras que abandonaban la temática habitual para experimentar con otros temas de inspiración y una diáfana apuesta por dotar de más melodía y de un tono más liviano a las composiciones. Chocante quizás para sus seguidores acérrimos, pero muy del gusto del consumidor convencional del rock cantado en castellano de la época. Así pues, no es de extrañar que se convirtiera en todo un triunfo a nivel comercial gracias a apuestas de mucho potencial, como “El límite”, “La rosa de los vientos” o “Nacido para volar”, arropadas por canciones que tenían todos los números para cautivar al público, el aire melancólico de baladas como “Lluvia” o “La herida”. En el conjunto también había rocanroles ligeros como “La verdad”, y riffs de la escuela Chuck Berry con un estribillo puramente pop en “Tu ángel caído”, además de novedosos apuntes de soul en los arreglos de viento y el ritmo de “Hotel Mediodía”.
No obstante, sí que nos tropezamos con un par de puntos de conexión con su pasado que además son, en mi opinión, los mejores temas del disco. Hablamos de “La reina del ragtime”, con compases inspirados en el citado estilo, y la magnífica “Juan Antonio Cortés”. Un tema seco y árido, en cuyas notas casi puedes sentir el sol abrasador y el sabor de la arena en la boca, que narra la historia del personaje con una fuerza tremenda y frases lapidarias.
La rosa de los vientos significó un punto y aparte para La Frontera, además de cargar sobre sus hombros la presión con la que hay que lidiar cuando se obtiene el favor del público mayoritario y las emisoras de radio mainstream emiten a todas horas tus canciones. Hay mucho que contar de lo que vino con posterioridad; ahora no toca, pero lo más importante es destacar que su historia todavía continua en pleno siglo XXI. Incombustibles al desaliento.
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Anterior entrega de Fondo de catálogo: Cantares de vela (2002), de Juan Perro.