LIBROS
«No se puede soltar de las manos, pero en ocasiones la espera hasta la siguiente sorpresa ocupa demasiado»
Claire Douglas
La pareja del número 9
PLANETA, 2022
Texto: CÉSAR PRIETO.
Las reglas de juego del thriller exigen que en las primeras páginas explote un hecho sorprendente, desmesurado, que rompa una aparente situación estable. De hecho, en cualquier novela es condición sine qua non, pero aquellas que basan su estructura en la tensión lo necesitan mucho más. En el caso que nos ocupa, Tom y Saffro, un joven matrimonio, se ha mudado a un pueblo de la Inglaterra profunda, a una casa que pertenecía a la abuela de la esposa, aunque la había tenido siempre alquilada.
Ella está embarazada, por lo que la aparición de restos humanos en su jardín, al hacer unas obras, consiguen que se preocupe por si todo el trajín afecta a su estado. Han de trasladarse a un hotel mientras la policía trabaja y los interroga. También a su madre, una alegre cuarentona que se ha trasladado a San Sebastián y tiene un amante bastante menor, y a la abuela, que ha de vivir en una residencia por complicaciones derivadas de su demencia senil.
Al mismo tiempo, un médico jubilado de gran prestigio y muchos contactos, que habita solo en un gran caserón, recibe visitas de su hijo —que ha esquivado las pretensiones académicas de su padre para él y es un conocido chef— que intenta mantener una relación de armonía familiar a la que su padre es muy reacio.
A partir de aquí, nada más se puede desvelar. Es el hándicap de reseñar textos donde el misterio, los volantazos y los asombros son el sustento de la novela; desvelarlos la dejaría más vacía que un pantano en el Sáhara. Apenas podemos hablar de los personajes, porque es tradición que estén poco trabajados. Quizás Lorna, la madre, apunte un poco hacia la jovialidad de su vida rodeada de jóvenes, y Theo, dividido entre la lealtad a su padre y su rechazo visceral hacia él, apunten maneras de estudio psicológico, pero desde luego, la autora no lo desarrolla. Tampoco importa mucho en este género, aunque sí que se debería haber evitado ese tufillo sentimental que se derrama en algunas páginas.
Ello hace que, tras alguna escena de verdadero músculo y nervio, se deslice otra que pone toda la incidencia en las emociones, creando así en el lector una dicotomía, un no saber lo que está leyendo, que se habría solventado no poniendo tanto énfasis en episodios que endulzan demasiado las relaciones familiares.
No es, desde luego una mala novela. Lo que se pretende en ella está perfectamente alcanzado: el sobresalto del lector. No se puede soltar de las manos, pero —en ocasiones— la espera hasta la siguiente sorpresa ocupa demasiado y la tensión ante el giro de guion que el lector espera empieza a perder fuelle. Pero no se preocupen, siempre les va a llegar esta sorpresa. Hasta la última página.
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Anterior crítica de libros: Letra y música, de Gerardo Irlés.