FONDO DE CATÁLOGO
«Uno de los ejemplos más bellos de poesía cantada en español de lo que llevamos de siglo»
Luis García Gil nos propone regresar a La palabra en el aire, el disco que firmaron al alimón Pedro Guerra y el poeta Ángel González en 2003. Un trabajo que aborda, en forma de canción, todas las etapas poéticas del asturiano.
Pedro Guerra y Ángel González
La palabra en el aire
EL EUROPEO, 2003
Texto: LUIS GARCÍA GIL.
Pedro Guerra despuntaba como cantautor a finales del siglo pasado con el rutilante Golosinas, y comenzaba el siglo veintiuno, que Aute convertiría en canción profética y discepoliana, con dos discos, Ofrenda grabado en 2001 e Hijas de Eva editado un año más tarde. Tras esos dos discos, y antes de Bolsillos, el canario se refugió en la poesía de Ángel González, publicando un hermoso discolibro titulado La palabra en el aire. En la portada el músico, de negro, contemplaba de pie al poeta asturiano consagrado de Palabra sobre palabra que posaba de perfil, sedente, con su característica y poblada barba encanecida. En la contraportada, otra foto, esta vez de espaldas, mostraba al poeta y al cantautor conversando por la calle.
Con este disco Pedro Guerra remitía a otras duplas de poetas y cantautores tan eminentes como aquella que llegó a formar Paco Ibáñez con José Agustín Goytisolo o Rafael Alberti, o la de Daniel Viglietti con Mario Benedetti, es decir, el concepto de canción a dos voces y de poesía cantada, en la que la complicidad de poeta y cantautor podía permitir una gira conjunta de versos recitados mezclados con canciones.
La palabra en el aire es, por tanto, un diálogo del verso de González con el quehacer musical de Guerra. El poeta recita un poema, en una grabación tomada en Oviedo, su ciudad natal, y luego el cantautor escoge otro poema y lo canta. El disco empieza con Ángel González recitando uno de sus poemas más célebres, “Para que yo me llame Ángel González”, que Miguel Ríos, por cierto, ha grabado en su último disco. Tras esa introducción entra Pedro Guerra cantando “Estos poemas” y realizando un melodioso tratamiento de los versos cantados, encargándose de voces, guitarras, teclados, programaciones, arreglos y producción.
La palabra en el aire construye una antología de González, a su modo didáctica y pedagógica, en la que caben todas las etapas de sus versos, desde los poemas casi testamentarios del libro Otoño y otras luces hasta los que conforman su ópera prima, Áspero mundo. En “Así nunca volvió a ser” se mezclan —se hará más veces— el recitado del poeta y la voz de Pedro Guerra. El caso es ir dibujando una senda por la que fluye la poesía, entre melancólica y tierna del poeta con algún apunte social e irónico. A “Cumpleaños de amor”, recitado por González y otro de sus poemas más recordados, parte de su libro Sin esperanza con convencimiento, le sigue “Por aquí pasa un río”, de Áspero mundo, que el poeta recita acompañado de la guitarra del canario que finalmente entra y canta aquello de «Si vas deprisa, el río se apresura/ si vas despacio, el agua se remansa». Filosofía del río, de quien glosó a Heráclito, y que corre manso o raudo, según el ojo que lo observa y siente.
“Muerte en el olvido” es otro de los grandes poemas de Ángel González. Precede a “Me he quedado sin pulso y sin aliento”, otra de las canciones que Pedro compone a partir de los versos del poeta. Y así, verso a verso, va discurriendo La palabra en el aire, con el reposo de las obras cimentadas en torno a la palabra poética.
La poesía melómana de González permite algún que otro guiño a músicas populares como refleja el “Vals del atardecer”, o el “Tango de madrugada”, con su sonoridad porteña, bandoneón inclusive, o la delicadeza cómplice de “Habanera”, en la que poeta y cantor vuelven a juntar sus voces. Es, en estos destellos, donde el disco gana en densidad, constituyendo un documento sonoro muy valioso.
Entre los momentos culminantes de La palabra en el aire destaca “Donde pongo la vida pongo el fuego”, una de esas canciones que mejor se liberan de la atadura del poema. Ayuda que el verso no es blanco ni libre, sino que se ajusta al patrón del soneto. Guerra borda la música, hasta el punto de que “Donde pongo la vida pongo el fuego” es para quien esto escribe una de sus grandes canciones. De ahí que se erija en la más trascendente del disco, como prueba que Miguel Ríos la grabe en 2008 para su disco Solo o en compañía de otros, o Miguel Poveda haga lo propio con Ana Belén en su disco Sonetos y poemas para la libertad grabado en 2015. La destreza de Guerra para ponerle música a sonetos sería corroborada en su disco sabiniano 14 de ciento volando de 14.
La palabra en el aire tiene veintiséis cortes, entre recitados y canciones. Entre las segundas destaca “En este instante breve y duro instante” o “Son las gaviotas, amor”. Pedro Guerra frasea impecablemente el verso de González. Lo hace suyo, lo siente musicalmente, lo lleva a su territorio intimista, que se presta muy bien a la poesía amorosa del poeta, tal como refleja “Mientras existas” o la bellísima “Me basta así”, otra de las joyas del cancionero lírico de González, donde el asturiano y el canario vuelven a cruzar sus voces. El arranque es prodigioso: «Si yo fuese Dios / y tuviese el secreto / haría / un ser exacto a ti…».
El disco culmina con “Ayer”, en la voz del poeta, y con la melancolía otoñal de “A veces en octubre es lo que pasa…”, otro poema hecho a la medida del timbre vocal y melodioso de Guerra que logró con La palabra en el aire uno de sus grandes trabajos musicales y uno de los ejemplos más bellos de poesía cantada en español de lo que llevamos de siglo.
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Anterior Fondo de catálogo: Some girls (1978), de The Rolling Stones.