«He descubierto que no se pueden hacer planes, aunque esto ya lo sabía. Sobre mí, todavía no me ha dado tiempo, sigo siendo un completo desconocido»
En la vida que no llegó a fructificar, Diego Vasallo se hubiese subido al escenario del Teatro Principal de San Sebastián el pasado 15 de marzo. Pero sus rutas, ahora más desiertas que nunca, deben esperar el fin del aislamiento. Por Arancha Moreno.
Texto: ARANCHA MORENO.
Atravesando la tercera semana de encierro, hay quien pierde la cuenta de los días y quien los tacha uno a uno, como los presos en la pared. Diego Vasallo recuerda con precisión cuando se decretó el estado de alarma, porque fue el mismo fin de semana que tenía un concierto clave: presentaba su nuevo disco, Las rutas desiertas, en el Teatro Principal de Donostia. Un concierto que debería haber ofrecido el domingo 15 y que cambió por encerrarse, como todos, en casa.
Las rutas desiertas. Profético título que describe bien nuestras calles vacías, los lugares que anhelamos, aquellos a los que Diego iba a cantar en una gira bruscamente abortada. «Ha sido un parón total. El disco se ha quedado a medias, y hemos suspendido cinco conciertos. Veremos si se pueden hacer más adelante. Para el disco es un desastre, por el poco tiempo de vida que tienen hoy en día. Intentaremos mantener el tipo como podamos cuando todo pase», cuenta a Efe Eme. Nos manda unas líneas desde San Sebastián, donde dice acostumbrarse poco a poco a este aislamiento, «aunque si se prolonga mucho creo que a todos se nos va a hacer difícil», piensa.
No son días que aproveche para escribir letras ni componer músicas. Su creatividad está también enjaulada. «No, para mí esta situación no es inspiradora. Cada vez más necesito en aire libre para escribir, y que surjan las ideas. Me estoy poniendo un poco al día con las redes sociales. Aunque nunca me han gustado demasiado, ahora me están sirviendo un poco de válvula de escape. Quizás les llegue a coger el truco después de todo», se plantea.
Diego lee, escucha música y ve los informativos —«aunque empiezo a pensar que no es una buena idea», advierte—. A ratos medita y hace algo de ejercicio, pero no mucho, porque le cuesta hacerlo dentro de casa. El cansancio le llega por más vías que las físicas: «Estoy con una historia de la Alta Edad Media y me está dejando agotado, creo que voy a necesitar combinarlo con otra cosa. Tengo unos cuantos esperando: El viento, de Dorothy Scarborough, los relatos autobiográficos de Thomas Bernhard, Éramos unos niños, de Patti Smith… no sé cuál será el elegido», duda.
Cuando enciende el televisor lo hace para ver la serie Versailles —«no está mal, aunque mi favorita fue Bloodline»— o volver a disfrutar de una película que considera «potente»: La isla mínima. Su espectro musical es variado: «Escucho de todo, he rescatado discos de hace años. Suede, Curtis Mayfield, The family Stone, Bowie… también los últimos de Mark Lanegan. Y he descubierto por Fernando Neira alguien que me ha llamado la atención: Rustin Man, lo tengo que investigar».
Pero Rustin Man no ha sido su único hallazgo reciente. «He descubierto que no se pueden hacer planes, aunque esto ya lo sabía. Sobre mí, todavía no me ha dado tiempo, sigo siendo un completo desconocido». Un tipo enigmático que, cuando pueda volver a hacerlo, saldrá con la bici, irá al cine, cenará en cualquier lado y se tomará «una cerveza en el primer bar que me encuentre abierto». Y borrará el desierto de sus antiguas rutas.
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Anterior entrega de La otra vida: Igor Paskual, el silencio y los guajes.