La otra vida: la lección cósmica de Juan Aguirre

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«Oscilo entre la dejadez absoluta, la sensación de abandono y una actividad enloquecida, grabando ideas que comparto con Eva, y escribiendo»

 

Entrena, toca la guitarra enfurecido, lee, escucha música y, a ratos, apaga completamente el motor. Adaptarse a tantas semanas de confinamiento no es fácil, pero Juan Aguirre espera que, a pesar del dolor, logremos sacar algo en claro. Por Arancha Moreno.

 

Texto: ARANCHA MORENO.

 

Lo que andaba haciendo Amaral cuando se decretó el estado de alarma lo contó Eva en la entrega anterior de esta sección «pandémica» o «confinada», como algún lector la llama. Juan Aguirre, la otra mitad del dúo, matiza que venían de tocar en Asturias y que próximamente iban a presentar Salto al color Valladolid, Madrid y San Sebastián, la ciudad donde él nació. Todas esas fechas han quedado aplazadas, con la misma duda con la que nos levantamos todos cada día desde que se instaló el coronavirus por estos lares. «Es una incógnita total porque es una situación absolutamente nueva. Tengo cierta estabilidad emocional y a veces abatimiento. Mis amigos y familia, los miembros de nuestra banda y de nuestro equipo se encuentran bien afortunadamente, y hago esfuerzos por no perder el ánimo», nos revela Juan.

Estos días Aguirre no toca la guitarra en la 304, sino en su casa de Madrid. Ahí le ven, sentado junto a una hilera de instrumentos musicales (y efectos, y aparatos para grabar música) que le están haciendo más llevaderos los días. «Cuando me canso de leer toco la guitarra, sobre todo una Fender XII. Es la guitarra que mas toco últimamente. Cuando era un adolescente, tocaba y los problemas desaparecían, igual porque no eran tan importantes. Ojalá ahora pudiera hacer desaparecer los problemas tocando la guitarra», dice, y casi podemos imaginar el tono de sus palabras.

Hay quien tira de disciplina militar y quien se deja por completo; hay gente en el término medio y gente en ningún lado, que se sigue buscando a sí mismo para entender el maldito agujero en el que nos hemos caído. Juan no se asienta en ningún bando definido; atiende a sus impulsos vitales. «Oscilo entre la dejadez absoluta, la sensación de abandono y una actividad enloquecida, grabando ideas que comparto con Eva, y escribiendo. Tengo momentos de euforia creativa y momentos de bloqueo y tristeza. No creo que esta situación sea especialmente inspiradora. Creo que los viajes y el movimiento lo son mucho más. Pero no me quejo, sobre todo cuando veo que hay personas ahí afuera cuyas actividades son mucho mas valiosas para el bien común».

Echa de menos salir a correr o montar en bici, algo que hace con frecuencia (y damos fe: alguna vez nos hemos cruzado con él mientras pedaleaba por el centro de Madrid). «Siempre he hecho deporte y en cierto modo soy adicto a él», explica, pero ha cambiado el asfalto por entrenar en casa. Entrenar le sienta bien; leer también. Acaba de devorar dos títulos de Manuel Vilas, Ordesa y Alegría: «Escribe muy bien, sin artificios del lenguaje, con belleza y profundidad». Ahora le esperan la Poesía completa de Sylvia Plath, la obra que sostiene en la foto que hay sobre estas líneas, y Viviendo en el final de los tiempos de Slavoj Zizek. «Leo a toda velocidad, hay cosas que igual debería leer más despacio», reconoce. El resto del tiempo, cuando no está tocando, casi siempre hay música sonando en su casa: le encanta el disco de Caribou (Suddenly, 2020), y pone también a Boards of Canada, Big Thief, canciones pop y la banda sonora de Echo in the Canyon. «(Es) Maravillosa. Con Jakob Dylan, Regina Spector, Beck, Fionna Apple, Josh Homme y Cat Power. Está dedicado a la escena de Los Ángeles en los sesenta: Buffalo Springfield, The Byrds, Beach Boys, etc. Leyendas, canciones hermosas», recomienda.

Cuando se hace el silencio, Juan piensa en los destrozos que está ocasionando este vendaval, sobre todo en aquellos que lo han sufrido de primera mano: «Como individuo siento el dolor de tanta gente que ha perdido a seres queridos sin ni siquiera haberse podido despedir de ellos». Pero también reflexiona sobre el escenario social que estamos viviendo todos los ciudadanos: «Me gustaría que hubiera una mayor conciencia del valor de lo colectivo, de lo público, no solo en nuestro país, en toda Europa y en el resto del mundo, y me asusta que este desastre pueda ser utilizado por mentes totalitarias para restringir la libertad del ser humano y aumentar las diferencias económicas entre las clases sociales más poderosas y las clases populares». Aun así, se aferra a la esperanza: «Quiero ser optimista y pensar que como sociedad vamos a aprender una especie de lección cósmica y a saber valorar lo verdaderamente importante. Quiero pensar así y no incidir en lo que no me gusta a nivel social, porque no acabaría nunca y creo que si algo podemos aportar los músicos en este mundo es un poco de energía positiva».

El futuro de su profesión es preocupante, pero como indica Aguirre, ya lo era antes del coronavirus: «Los problemas de nuestro sector son anteriores a este desastre y tienen que ver con el escaso valor que los grandes suministradores de Internet otorgan a la música, y con nuestra absoluta desunión e inacción ante esto. Por supuesto hay mucha gente que lo está pasando mal. Técnicos de sonido, montadores de escenarios, muchas bandas, toda la gente que trabaja en festivales. Una debacle similar a la que van a sufrir muchos empleados de otros sectores y cuyo trabajo no valoramos en tiempos de normalidad». La música está herida, pero en una guerra es difícil que nadie salga sin fracturas, brechas y golpes.

Eva Amaral dice que nunca ha sido amiga de hacer planes; Juan Aguirre parece que tampoco: «Cada día es un nuevo plan y forma parte del mismo». Llegará el día en que podamos abrir los cerrojos de la puerta de casa para algo más que hacer la compra, y entonces hará todo lo que no está pudiendo hacer en este abril robado: «Salir a la calle y abrazar a mucha gente a la que solo veo por Skype. Volver a Zaragoza, ciudad en la que he crecido, para ver a mi familia y a un montón de amigos, subir al Pirineo si fuera posible. Deseo con toda mi alma subir a un escenario y tocar».

 

Anterior entrega de La otra vida: el shock de Eva Amaral.

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