“Yo de niño soñaba, y entonces mis héroes eran Jacques Brel, Georges Brassen, Edith Piaf… y esos cantaban aquí, en el Olimpo”.
Joaquín Sabina se enfrentaba a una de las citas más esperadas de su vida: cantar en el Teatro Olympia de París. Una noche en la que cumplió su sueño, dentro de la gira de “Lo niego todo”. Allí estuvo Marta Sanz.
Joaquín Sabina
Olympia, París
9 de septiembre de 2017
Texto y fotos: MARTA SANZ.
Es una tarde casi otoñal y por las amplias aceras del Boulevard des Capucines desfilan elegantes bombines negros, radiantes. A simple vista podría parecer una nueva tendencia de una de las capitales mundiales de la moda, pero no: es París dándole la bienvenida a Joaquín Sabina. Ha venido a cumplir un sueño, y desde primera hora de la mañana empieza a tejerse su nombre con las inmensas luces de neón que visten la fachada del Olympia. Como promesa, el cartel de entradas agotadas colgado en la taquilla.
El aforo completo y las intensas medidas de seguridad ya típicas de la capital hacen que la cola para entrar al teatro se alargue varias manzanas. Las conversaciones de espera son un alegre crisol de acentos. Al entrar siguen los abrazos y las risas, que tardan en llegar al patio de butacas. Sus asientos de terciopelo rojo no son los mas confortables del mundo, pero la noche promete y eso es lo que importa. Es el Olympia. Y será Joaquín Sabina.
En el escenario los micrófonos y un piano esperan a dos músicos, los flamantes teloneros. Leiva, productor del último disco del maestro, y César Pop, pianista y compositor. Cuando salen no hay sorpresas: Pop se hace con las teclas, y Leiva, con chapita de George Harrison a la solapa, coge la guitarra. A pesar de que la algarabía previa parecía ponerlo todo en contra, el respetable les regala el silencio necesario para hacer un acústico maravilloso. Desgranan canciones sin rumbo fijo, desde Pereza hasta una versión de Calamaro, y en sus ojos brilla una ilusión difícil de impostar. Qué bonitas las miradas entre Leiva y Cesar Pop, qué bonitas las miradas de cada uno de ellos al teatro. A él le dedican la última canción, reconvertida en ‘Lady París’.
“Somos una familia no solo para los conciertos, sino también para los discos, para componer, para viajar, para reír, para llorar… para vivir”
Poco antes de las nueve de la noche, tras un inmenso telón rojo, con las luces aún encendidas y aires de orquesta antigua suenan las notas de ‘Noches de boda’. El público, impaciente, empieza a cantarla a gritos hasta que el telón se levanta y deja ver en fila a la banda. Cuando ya ha roto el aplauso, aparece por la izquierda y negándolo todo Joaquín Sabina. Él, que ha toreado en todas las plazas, reconoce que ha esperado a este 9 de septiembre para cumplir un sueño: “Yo de niño soñaba, y entonces mis héroes eran Jacques Brel, Georges Brassen, Edith Piaf… y esos cantaban aquí, en el Olimpo”. Esto que podría sonar al manido halago de cantante que toca por primera vez en un sitio, se llena de entrañable verdad en sus manos nerviosas, que no saben si temblar o aferrarse al micro. Quizá son esos mismos nervios los que hacen que cante casi todo el concierto sentado sobre un taburete blanco, o los que mantienen a sus músicos en una terca segunda fila.
Entre todas las emociones no se disimula un ápice de su felicidad. Con ella empieza a enmarcar las canciones de su ultimo disco, y promete que terminará con todos los clásicos infaltables. La formalidad dura cuatro canciones, hasta que llega ‘Lágrimas de mármol’. Entonces Pancho Varona da un paso al frente, y le sigue José Miguel Sagaste, al que pararle los pies es cortarle las alas. La férrea línea instrumental se contagia e invade los alrededores de Sabina, que aprovecha para presentarles uno a uno, y jurarles la misma fidelidad que recibe. “Estos músicos no son de esos que se alquilan para un bolo de verano; esta gente y yo somos desde hace muchos años una familia no solo para los conciertos, sino también para los discos, para componer, para viajar, para reír, para llorar… para vivir. Llevan conmigo muchos mas años que los que la mujer que más me haya aguantado a mí.”
A esta familia cede el paso, se retira entre bambalinas y deja a Mara Barros cantando la bellísima ‘Hace tiempo que no me hago caso’, compuesta por el propio Joaquín, y que lleva por título la respuesta que un ajado García Márquez le dio cuando le preguntó cómo se encontraba. Después toma el timón Pancho Varona, que defiende ‘La canción del pirata’ que todos quisimos ser poco antes de que el de Jaen vuelva para recordar a la Magdalena y sobre todas las cosas, siempre, a su Chavela Vargas.
«La férrea línea instrumental se contagia e invade los alrededores de Sabina, que aprovecha para presentarles y jurarles la misma fidelidad que recibe»
A estas alturas de la noche, Joaquín se va mostrando cada vez más suelto. Chapurrea francés entre bromas y disfruta cada acorde con su banda. De pronto todos los instrumentos se callan, suena solo su guitarra, y sin coros ni artificio canta ‘Peces de ciudad’, inmensa, llena de vida. Para que no olvidemos nunca qué bien sabe en las distancias cortas. Para devolvernos el aliento, enfila ‘19 días y 500 noches’. Continúa sentado, pero es el único. Sabina ha puesto en pie al Olympia, y París fue, como escribía Hemingway, una fiesta. En su mirada se puede leer agradecimiento, y tal vez un “hay que ver lo que he montado”. Deja a todos bailando y se retira un ratito, que aprovechan Jaime Asúa para marcarse las ‘Seis de la mañana’ y Antonio García de Diego se encarga de ‘Tan joven y tan viejo’, que cierra Joaquín saliendo de nuevo al escenario para advertir que nada de adioses, muchachos.
«En su mirada se puede leer agradecimiento, y tal vez un “hay que ver lo que he montado”»
Llega el turno de sus bazas seguras, las niñas bonitas del público, y aunque entre ‘Noches de boda’ y ‘Nos dieron las diez’ parece que se despide, presenta, cariñoso, a Leiva, que regresa para cantar con él ‘Por delicadeza’, y Joaquín confiesa que su plan es “Volver a tocar aquí dentro de unos años, como su telonero”. El punto gamberro ya ha contagiado a toda la banda. Asúa y Leiva son acero rockero, y apuntalan una ‘Princesa’ que de nuevo eleva el patio de butacas.
Tras la celebración, llega la hora de la despedida. Mal acogida. En cada asiento del Olympia ruge una voz, los pies patean el suelo sagrado, Sabina tiene que volver a salir. Y lo hace para emocionarse entonando las letras de siempre, pero que suenan distintas sobre esas tablas de París. ‘Contigo’ se reinventa bajo el aguacero, y aún con la mirada llena del eco del teatro, coge unos platillos y termina, esta vez sí, con ‘Pastillas para no soñar’. Esta es otra fiesta antes de dejar el escenario. Joaquín levanta su bombín para agradecer el abrazo de la Ciudad de la Luz, y mira con esos ojos casi tristes que de vez en cuando deja escapar. Ese crisol de acentos que escuchábamos en la puerta, que no se rinde, sigue aplaudiendo y pidiendo otra hasta quince minutos después de que Sabina haya abandonado el escenario. Las voces corean su nombre mientras los operarios desmontan cada tarima. Me acerco al escenario, paso mi mano sobre la madera negra y aún no me puedo creer que ya haya sucedido. Tardaré en asimilar que una noche de septiembre, en París, vi a Joaquín Sabina cantar en el Olympia.
Lista de canciones:
Lo niego todo
Quien más, quien menos
No tan deprisa
Lágrimas de mármol
Sin pena ni gloria
Las noches de domingo acaban mal
Hace tiempo que no me hago caso (interpretada por Mara Barros)
La del pirata cojo (Pancho Varona)
Una canción para la Magdalena
Por el bulevar de los sueños rotos
Y sin embargo
Peces de ciudad
19 días y 500 noches
Seis de la mañana (interpretada por Jaime Asúa)
Tan joven y tan viejo (interpretada por Antonio García de Diego y J. Sabina)
Noches de boda / Y nos dieron las diez
Por delicadeza
Princesa
Contigo
Pastillas para no soñar