La Música de El Mundano: Las diosas de Cohen y Waits

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Una sección de ADRIAN VOGEL.

La amistad entre artistas y disqueros suele venir condicionada por una agenda de trabajo. Que coincide con calendarios de grabación, edición, giras de promoción y conciertos. Un cambio de discográfica, de cualquiera de las partes, enfría la más cordial de las relaciones. Aunque siempre hay excepciones.

Por eso cuando salí de Sony (antes CBS) en 1992, para montar Compadres, me sorprendió la llamada de Leonard Cohen. Tras la sorpresa inicial al oírle al otro lado del teléfono, me pudo la satisfacción y más teniendo en cuenta la naturaleza de la llamada. Pero antes de centrarme en el favor que me pidió, quiero dar otro salto atrás en el tiempo. A la década anterior, los 80.

Nos conocimos cuando la CBS estadounidense rechazó editar Various positions. Lo cual eran muy malas noticias para la división internacional, donde trabajaba, y más concretamente para las compañías europeas. Mi jefa en Nueva York, Bunny Freidus (vicepresidenta de operaciones creativas), se movilizó rápidamente y montó una reunión para escuchar el repertorio disponible. La química fue muy buena. Posteriormente Cohen y yo tuvimos varias reuniones más para perfilar detalles (mezclas, mastering, diseño, partes de producción, información de etiqueta, calendarios, etc.). En una de esas citas, en un bar, sellamos ¡en una servilleta! las bases de su contrato con CBS Records International (que excluía a Canadá y USA). Así que resulta que Florentino Pérez no inventó nada, pero tanto a su manager (jefe de la entonces fiel y eficiente Kelley Lynch) como al abogado de la compañía, no les hizo demasiada gracia la movida.

El álbum se editó en 1984. Habían pasado cinco años desde el anterior, Recent songs. Muchos meses después Various positions también fue lanzado en su país natal y en Estados Unidos.

En 1986 ya de vuelta en España, mi jefe Manolo Díaz (presidente de la compañía española) puso en marcha Poetas en Nueva York, un disco colectivo de cantautores basado en el libro de Federico García Lorca, con portada de Úrculo. Manolo, que fue cantautor y autor pop de éxito, conocía el potencial musical de la obra del genial poeta. Con Aguaviva (que también triunfó en Italia). Asimismo sabía de mi afinidad con Cohen. Y me pidió que gestionase su colaboración para el disco, que sería la guinda del proyecto. Cuando le conté que no creía que hubiese problemas, porque la hija de Leonard se llamaba Lorca, sonrió con satisfacción. A fecha de hoy no sé si porque veía realizable su sueño de contar con el maestro canadiense o porque conocía el dato. O por ambas cosas.

El caso es que Leonard Cohen eligió un poema fácil de musicar “Pequeño vals vienés” pero difícil de traducir. Le trajo de cabeza. Fueron dos meses de intenso trabajo (creo recordar que empleó unas 150 horas para adaptar el texto al inglés). Lo cual nos hizo cambiar el lugar de grabación de Nueva York a París (estudios Montmarte). “Take this waltz” fue el resultado que después retocaría para incluirla en su siguiente álbum I’m your man (1988).

En octubre del 86 vino a Madrid para la presentación de Poetas en Nueva York y para rodar un videoclip en Granada.

Dos pequeñas notas al margen: en Holanda Poetas en Nueva York recibió el Edison, su equivalente al Grammy, como mejor disco del año y en la casa de Lorca en Granada hizo el pino y la foto fue portada del New Musical Express (me encantaría tener esa foto, pero no la localizo).

Así que cuando llamó para pedirme un favor, no me podía negar. Dos buenas amigas suyas venían a Madrid y quería que las atendiese. Eran Kathleen Brennan, la esposa de Tom Waits, y su novia, la actriz Rebecca de Mornay, con la que estaba a punto de romper (si no lo había hecho ya).

La Brennan me pareció una mujer fascinante. De tremenda cabeza. Entendí perfectamente cómo había encauzado no sólo la vida de Tom Waits sino también su talento.

Rebecca de Mornay era un bellezón y tenía ganas de marcha. Así que después de la cena nos fuimos los tres de copas.

Durante la cena hablamos de lo humano y lo divino. Y de la casualidad y del destino (todavía no conocía a Paul Auster). Me quedé prendado de la historia de cómo se conocieron. Fue en 1980, durante el rodaje de una película maldita de Francis Ford Coppola, One from the heart.

Tom Waits estaba componiendo la banda sonora de la película, para que la cantase Cristal Gayle. La Brennan trabajaba como supervisora de guiones para la productora de Coppola, American Zoetrope. Y Rebecca era una de las actrices del reparto. Ellas se hicieron amigas y unas sugerencias a Waits sobre el texto de algunos temas produjeron el flechazo.

Me sorprendía como Kathleen hablaba de su marido, de sus hijos, de una vida absolutamente normal y burguesa, ¿había domesticado a la fiera? ¿O simplemente había encauzado su talento de forma productiva? Creo que más bien fue esto último. Y “el malditismo” ha sido su mejor marketing y el que les permite llevar una vida apacible, alejada de los focos del estrellato. Aunque sean los críticos más críticos con los asuntos del marketing, los que rinden culto y pleitesía a Tom Waits. Al que sinceramente creo que sobrevaloran. Lo cual no implica que me disguste o no sepa apreciarlo. En realidad quizás sea yo quien esté sobrevalorando a su diosa, Kathleen Brennan.

Estos días Tom Waits ha actuado en España por primera vez y Leonard Cohen ha vuelto a los escenarios ¡después de quince años! Muy atrás quedan su gira anterior, la de 1993, los cinco años en un monasterio budista o el desfalco de cinco millones de dólares que descubrió en 2005. Finalmente le ganó el juicio a Kelley Lynch, que no resultó ni tan dulce ni tan fiable como nos pensábamos. Hay diosas y diosas…

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