Texto: ADRIÁN VOGEL.
“Con un propósito mercantil, las emisiones de Los 40 Principales servían para fijar una lista de éxitos musicales, de modo que la emisora pudiese sacar partido de la industria del disco.”
Así se expresaba José María Íñigo en su libro Orígenes de la radio musical española. ¿Queda claro o todavía hay dudas?
Lo pregunto porque después del articulo de la semana pasada, donde repasaba “el cuerpo teórico” surgían preguntas sobre el rol que desempeñaban medios y periodistas en este espinoso asunto (donde hasta ahora los malos de la película siempre han sido las discográficas).
Y sucedía a pesar de las citas a Emilio Romero –“maestro de periodistas”– o las multas a empresas de ambos sectores (un inciso para Clear Channel, sancionada hace unos pocos años en USA y hoy presente en España, a través de los chirimbolos y vallas publicitarias en “dudosas” adjudicaciones en varios ayuntamientos, incluido el de Madrid).
“Formé parte de la primera generación de disc-jockeys de la radio española, reproduciendo un esquema ya afianzado en las emisoras estadounidenses” escribía Íñigo en el ya mencionado libro. Obviando que importaron “lo malo”, en 1965. Alan Freed ya había sido condenado (1960) y como consecuencia la payola fue incluida como delito en la legislación americana (como documentábamos la semana pasada).
“Hoy todo es un negocio. Estar en las listas de éxitos cuesta su dinero. Todo está comercializado. Se paga por poner los discos en la radio. Se paga por todo. Salvo Radio Nacional de España, casi todo el resto está comercializado”. declaraba el año pasado, olvidando su pasado –y el de su hermano– como director y presentador de programas de TVE, cuando ésta era la única cadena. Lo que le situaba en una posición “dominante” a la hora de negociar, no desde una organización privada y comercial sino desde una pública (aunque su revista fuese un negocio privado).
Hay que hablar también de la competencia desleal que se produce, respecto a los editores y productores, cuando grandes grupos mediáticos forman editoriales y discográficas. Con la teoría de las sinergias de grupo como excusa. Así el hoy director de Propiedad Intelectual de uno de estos grupos era el encargado de perseguir a artistas, autores, discográficas, editores o managers para coeditar con la empresa que aún le emplea. Y si no se compartían los Derechos de Autor con ellos simplemente no sonabas. ¿Compartían ellos los ingresos por publicidad? Y cuando vendieron la editorial basada en los copyrights logrados de la manera descrita ¿repartieron los ingresos? ¿Y qué decir de su discográfica? Donde eligieron como personal a lo peor del sector y luego se echaron las manos a la cabeza. ¿El que seleccionó y asesoró sigue en la casa? Seguro que sí.
Aunque lo realmente preocupante es cuando algunos de los “habituales” se convierten en protagonistas o popes de programas informativos, deportivos, etc., y pretenden darnos moralinas al respecto de la vida político-social. O cuando los gurús de músicas (presuntamente) alternativas como el heavy o la new age están pringados hasta las cejas. Su sofisticación para sacarle los cuartos a una industria complaciente –¿pueden hacer algo al respecto?– llega a inventarse asesorías, agencias o supuestas campañas publicitarias, para justificar los pagos a cambio de tocadas y apoyo.
Tuve que sufrir, cuando trabajaba en CBS, el boicot de uno de estos “líderes de opinión” por negarnos a entrar al trapo. Por ello, todo lo que oliese a esa multi era boicoteado sistemáticamente en los medios en los que colaboraba el periodista en cuestión. Asunto que para una líder de mercado, como era la CBS entonces, podría tener bastante menos trascendencia que para una independiente, que también sufrió su “acoso”. Ni corto ni perezoso escribió una carta al dueño de ECM despotricando de su distribuidor en España ¡y recomendando la empresa donde estaba su esposa!
No es cuestion de rasgarse las vestiduras, como hacen las voces críticas a la industria discográfica (que en muchos casos manejan una agenda oculta ligada a intereses económicos) sino de empezar a intentar poner las cosas en su sitio. Y valorarlas en su justa medida. Se trata de defender una ética y unos valores, basados en la credibilidad y la honestidad. Al igual que hay delitos y faltas, o pecados mortales y veniales si así se prefiere, no debemos medir por el mismo rasero a quien acepta dádivas por su posición con quien abusando de esa posición, impone sus condiciones (y tarifas) a cambio de apoyar o no a determinados artistas. Diego A. Manrique en su “El rey de la envidia” esbozaba algunos de estos aspectos hace unas semanas en El País.
Observemos el ejemplo que, una vez más, nos viene de USA: la radio musical ha perdido peso e influencia, por la falta de credibilidad derivada de la deshonestidad. Incluso la hasta hace bien poco poderosa MTV (la eme es de music) ya casi no programa música…