“Tengo la impresión que la movilidad de la música, facilitada por la reducción del tamaño de los reproductores (aparte de una pasión por los cascos que no comparto), ha ido en detrimento de nuestras exigencias de calidad”
Una sección de ADRIAN VOGEL.
“La distribución electrónica de música limita el sonido, lo comprime, lo transforma… entonces, ¿para qué hemos desarrollado un conocimiento tan preciso de cómo utilizar un micrófono?”
(Manfred Eicher en “Babelia”)
He elegido esta cita de la entrevista realizada por Chema García Martínez, en el suplemento cultural de “El País” del pasado sábado, para reanudar la colaboración semanal con EFE EME en este nuevo año.
Manfred Eicher, músico de formación clásica –alternaba su trabajo de contrabajista en la Filarmónica de Berlín con actuaciones en grupos de jazz– dio un paso adelante hace cuarenta años: formó un sello discográfico, ECM. Los riesgos que asumió cambiaron el panorama de la música europea. Su elenco de artistas y descubrimientos (Pat Metheny, Jan Garbarek, Hilliard Ensemble, Keith Jarrett, Egberto Gismonti, etc.) transformaron el jazz, la música clásica y la contemporánea y posibilitó el nacimiento y desarrollo de la new age. Su influencia desde su Alemania natal ha sido tremenda.
Desde siempre me ha preocupado la calidad de reproducción del sonido. Lejos quedan mis años infantiles de singles y EPs, que destrozaba en los “comediscos” o en aquellos primeros tocatas, en los que apilabas varios vinilos (caían sobre el plato de uno en uno).
Nunca me gustaron las casetes. Apreciaba su portabilidad y el poder escuchar mi música en los coches. Eran un engorro a pesar de las mejoras en la calidad de la cinta (dióxido de cromo). Se atascaban y enrollaban en las bobinas del aparato. La aparición del Walkman de Sony acrecentó su popularidad. En sus mejores momentos en España representaban entre el 50 y el 70 por ciento de las ventas de un álbum de éxito (el resto eran para el LP de vinilo). Y el planeta se acostumbró a llevar cascos. Los “loros” o “ghetto blasters” eran la otra cara de la moneda de las casetes. Hoy en día ya no se fabrican.
Tengo la impresión que la movilidad de la música, facilitada por la reducción del tamaño de los reproductores (aparte de una pasión por los cascos que no comparto), ha ido en detrimento de nuestras exigencias de calidad. En España los melómanos que ahorrábamos para mejorar nuestros amplis, platos, cápsulas, altavoces, etc. no éramos demasiados. La puntilla final la ha dado la aparición del MP3. A mi juicio son el equivalente de hoy en día a las casetes de antaño. Y no quiero entrar en asuntos de salud para nuestros oídos (en USA este asunto incluso está en los tribunales).
Pero antes de la perdida de calidad de los MP3 hubo otro fenómeno curioso (todavía presente en muchos puntos): el Top Manta. Comprar ahí era y es el claro ejemplo de que te importa un bledo la calidad de escucha o visionado. El colmo es adquirir o descargar películas que han sido rodadas durante su proyección en una sala de cine.
Estas circunstancias, unidas a la falta de exigencia del consumidor, han llevado a un “abaratamiento” de las grabaciones. Y no me refiero a la lógica disminución de los costes de producción, por las posibilidades que ofrecen herramientas como el Pro Tools.
No acepto ser “obsoleto” porque me guste la música bien producida: desde la grabación y mezcla hasta el mastering, pasando porque esté bien tocada e interpretada.
“Lo importante es mantener la capacidad para seguir produciendo música de calidad” afirmaba Eicher. Pero el deterioro al que me refiero, unido a otros factores ya tratados en notas anteriores (como la falta de adaptación de las tiendas a la revolución digital), hacen que una propuesta empresarial como la de ECM sea inviable hoy en día. Y darse cuenta que estoy hablando de una discográfica independiente creada por un músico.
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Anterior entrega de La Música de El Mundano: Hasta el año que viene.
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