Una sección de ADRIAN VOGEL.
Hace unas semanas se celebró en Londres la primera edición de la Musexpo en Europa. Este seminario, de origen estadounidense, ya había celebrado cuatro ediciones, todas en Estados Unidos. Surgió como una idea para fomentar la comunicación entre los distintos sectores del arte y el negocio de la música. Y antes de proseguir revisemos definiciones para aclarar conceptos.
En ref. a Arte el diccionario de la RAE dice (y recojo tan sólo las dos primeras acepciones):
“(Del lat. ars, artis, y este calco del gr. ?????).
1. amb. Virtud, disposición y habilidad para hacer algo.
2. amb. Manifestación de la actividad humana mediante la cual se expresa una visión personal y desinteresada que interpreta lo real o imaginado con recursos plásticos, lingüísticos o sonoros.”
El término Negocio deriva de las palabras latinas “nec” y “otium”, es decir, lo que no es ocio. Para los romanos “otium” era lo que se hacía en el tiempo libre, sin ninguna recompensa; entonces negocio para ellos era lo que se hacía por dinero. Es una ocupación lucrativa que cuando tiene un cierto volumen, estabilidad y organización se llama empresa. Las cuales suelen ser reguladas por leyes. Un negocio industrial es referido comúnmente como una industria. Un ejemplo es la Industria del Entretenimiento y más concretamente la de la Música (que es la que nos ocupa).
El Artista –independientemente de su faceta creadora– también puede ser Empresa. Y si no lo es, necesitará asociarse con una o varias, para desarrollar su profesión y ser recompensado. Porque si no, su Arte será “otium” y no “modus vivendi”. Con esto vengo a decir que Arte y Negocio son uña y carne (lo cual no implica descartar la respetable opción “amateur”).
La industria de la música es compleja porque abarca varias áreas de negocio. Pero se rige por una serie de reglas básicas y sencillas. Sólo se precisa entender el tema de los Derechos que se generan (como los copyrights por los de Autor o los royalties por la venta de discos). Y a partir de ahí a volar y a echarle imaginación y talento.
En la edición europea de la Musexpo se constataron varios hechos, que de alguna manera hemos ido desgranando desde estas páginas. Principalmente el “business” de las grabaciones vs. el de los conciertos. Y en ambos casos con un trasfondo común: el del manager y/o editor. En un principio, antes de Edison, para realizar actuaciones se precisaban partituras (confundiéndose a veces el rol de representante y el de “publisher” o editor musical, dando lugar a los primeros emprendedores del negocio).
Hasta la decadencia de la supremacía de las discográficas las giras eran deficitarias, porque servían para apoyar el desarrollo de los Artistas y por ende la venta de discos (en el formato que fuese). Con las nuevas tecnologías y la revolución digital, aplicadas tanto al Top Manta como al P2P, se han cambiado las tornas. Ahora las grabaciones son el “loss leader” para promocionar las actuaciones en directo. Esta obviedad no deja de reflejar una fuerte marea de fondo, fuente de conflictos entre los distintos sectores.
Dejando aparte a los medios –que quieran o no forman parte del tinglado– el malo de la película siempre ha sido la compañía de discos. Ahora que tras la enésima crisis de su negociado ya sólo les llueven los palos de los ignorantes o de los que, ante su falta de inspiración, no tienen más argumentos que exponer, surgen otros “malotes”. Y los que siempre han estado ahí, siguen ocultos. Como los managers o representantes. Que siempre han sido los que han engañado sistemáticamente a los Artistas y a quien se pusiese por delante; han desarrollado corruptelas en ayuntamientos y comunidades autónomas, discográficas, editoriales, medios, empresas de alquiler de equipos de luces y sonido, etc., etc. Y se siguen frotando las manos, porque además ahora “el futuro son los directos”, como afirman partes interesadas.
A los conflictos de las editoriales musicales con las compañías productoras de grabaciones –lógicas en una lucha por la hegemonía del poder industrial– siguieron otras muchas, en las que los editores siempre han estado presentes. Porque controlaban/controlan uno de los bienes más preciados: el tesoro de las obras compuestas por los autores que representan y administran.
Durante mucho tiempo se ha achacado a las discográficas su no saber adaptarse a los nuevos tiempos. Siempre pensé que “opinar es gratis”. ¿Dónde estaban las soluciones? ¿Quién las aportaba? Y los que presuntuosamente se atrevieron –los listos de la prensa– se equivocaron de lleno. ¿Si tanto sabían por qué no lo intentaron? Se limitaron a seguir poniendo el cazo… ¿Qué podía hacer la industria, tanto los productores independientes como las multinacionales? “Si no puedes con tu enemigo, únete a el” podía ser una posibilidad. La misma que intentó BMG con Napster, con resultados funestos (como mostrábamos hace unas semanas aquí mismo). Permanecer a la expectativa, como así fue. A causa de la cual recibieron –y reciben– tantas críticas e insultos. O ser más modernos que nadie, y arriesgarse a que cuando has aprendido a decir “película” resulta que se dice “film”…
El caso es que nadie había marcado el territorio real de la confrontación: el poder de las editoriales. Las discográficas se han comido el marrón de ser los enemigos de los cambios tecnológicos. España es una excepción, gracias a SGAE, la sociedad de gestión de los derechos de autor convertida en enemigo nº 1 de todo el mundo. La Sociedad General de Autores y Editores ha sido la gran protagonista de todos los ataques por parte de quienes tienen una agenda oculta. O bien porque son contrarios a los derechos de propiedad intelectual –porque defienden los de propiedad industrial– o porque buscan un abaratamiento de costes en la elaboración de sus productos y contenidos o… El caso es que hasta esta reunión de Musexpo, celebrada hace dos semanas en Londres, no se habían puesto algunos puntos sobre algunas ies. Las quejas de las discográficas sobre la lentitud y el desmesurado proteccionismo de las editoriales sobre las obras que controlan, empiezan a ver la luz. Aportan dos razones. Ambas claras y diáfanas. Una, la que hasta ahora les achacaban a ellos: “las editoriales no han sabido adaptarse a los nuevos tiempos. A la velocidad que conllevan los cambios tecnológicos”. Y la otra, que en España sí hemos oído, en la que les acusan de tomar decisiones sobre repertorio sin consultar a los autores.
El panel del primer día se inauguró con un documental titulado “El negocio de la Música está roto. ¿Cómo podemos arreglarlo?”. No ofrecía ninguna solución. Como tampoco el panel correspondiente. Lo que confirma mi tesis, expuesta hace dos párrafos. Y se refrendó en los siguientes días. Conclusión: la falta de comunicación y entendimiento entre las partes, incluyendo a los usuarios, es manifiesta. Y sólo beneficia a quienes se aprovechan o quieren beneficiarse de la música (operadores de telefonía, medios o empresas de hardware, por citar tres ejemplos). Por lo que estamos lejos, muy lejos de algo cercano a una solución. Que quizás venga más del lado de los Steve Jobs de este mundo, que del planeta Música.
Al final me quedo con una cita de Seymour Stein, fundador de Sire Records, que preguntado sobre si fuese a empezar de nuevo ¿qué herramientas de las proporcionadas por las nuevas tecnologías usaría hoy en día? Se limitó a contestar: “Mis orejas”. Yes, sir…