Una sección de ADRIAN VOGEL.
He esperado para escribir este artículo. Quería que fuese el último del año. Y la velocidad de vértigo de los acontecimientos económicos ha demostrado lo acertado del planteamiento.
Pero antes de entrar en materia, un pequeño preámbulo. Referido a mis “amigos” de la prensa. Cuya objetividad y profesionalidad tantas veces he puesto en duda. Porque frecuentemente sus agendas de prioridades difieren de la realidad. Que es precisamente lo que deberían reflejar. No pretendo suplantarles, tan sólo emitir opiniones sobre asuntos que a algunos les pasan inadvertidos (interesadamente o no, allá ellos con su conciencia).
Hace unos días hemos tenido un claro ejemplo de lo que acabo de afirmar: la multa a SGAE de 60.000 euros impuesta por la Agencia de Protección de Datos por filmar en una boda. Ni me parece bien ni me parece mal. No soy competente para entrar en la materia. Pero sí quiero resaltar cómo todos los medios, así como blogs y foros digitales se han volcado en cubrir la noticia. Está claro que atacar a SGAE se ha convertido en la moda nacional. En el blog del padre de Ismael Serrano incluso llegaron a decirme eso tan manido de “por algo será”. Exactamente el mismo argumento que he escuchado tantas veces para justificar lo injustificable, como por ejemplo la persecución del pueblo hebreo (desde 1492 hasta el holocausto nazi, por marcar dos referentes históricos conocidos por todos). El caso es que esta sanción ha tapado otras dos de mucho más calado. Pero claro AGEDI y AIE “no venden”. El hecho es que la Comisión Nacional de Competencia ha hecho pública una resolución en la que impone a las entidades de gestión AGEDI y AIE multas de 815.000 euros y de 615.000 euros respectivamente, pues considera que abusaron de su posición dominante en el mercado de gestión de los derechos de propiedad intelectual. Tan sólo los importes marcan claramente las diferencias.
Confío que este ejemplo os ponga en situación de lo que pretendo explicar: los agravios comparativos que sufre el mundo de la música frente a otros sectores. Ya he escrito anteriormente sobre uno de los más obvios, el distinto trato fiscal. La música soporta el tipo máximo del IVA (16%) mientras otros “productos culturales” soportan el tipo mínimo. Como el Pronto, la revista de Ana Rosa o el AS (por citar solamente tres ejemplos). Además tienen la subvención por papel. Pero no parecen tener suficiente. Las empresas editoras de medios de comunicación han solicitado recientemente ayuda económica al gobierno, aprovechando la crisis. ¿Más aún? ¿Y quién ayuda al sector musical?
El sector de la construcción español representaba un 18,5% del PIB que es casi el doble que el de la media de la eurozona. Esto más que síntoma de fortaleza era termómetro de lo que se avecinaba. Porque esa distorsión al alza no podía presagiar nada bueno. Y ante la crisis, ¿a quien ayudan nuestros gobernantes? Las discográficas llevan en crisis desde el cambio del siglo. ¿Las ayuda el gobierno? Quizás habría que haber nombrado a un asesor de La Moncloa como jefe de la patronal (Promusicae) como han hecho los constructores. Me podréis argumentar que la crisis de la construcción arrastra a promotoras inmobiliarias, empresas auxiliares, bancos y cajas que ven peligrar el pago de sus hipotecas y préstamos, etc., etc. Pero la industria discográfica también crea un tejido industrial de empresas de servicios auxiliares (estudios de grabación, fábricas, imprentas, diseñadores, transportistas, etc.). Y el crédito bancario se les ha restringido desde hace al menos cuatro años. Especialmente a las independientes. Y no se han producido suspensiones de pagos como las de Habitat, Riviera Invest (¿una estafa?), Obralia, Pedralbes, Cenavi… o Martinsa, la mayor de la historia de España. Todo un escándalo porque se apuntaron revalorizaciones de terrenos hasta del 19.000% (y su propietario retiró poco más de cien millones de la caja de la empresa antes de presentar la situación concursal y posteriormente se declaró insolvente). Constructores que en Madrid provocaron la repetición de las últimas elecciones autonómicas. Y son poderes fácticos en tantas autonomías (Baleares, Murcia, Valencia). ¿Algún ejemplo equiparable en la música?
El jueves de esta semana el diario El Mundo llevaba a su portada el siguiente titular “Aguinaldo fiscal del Gobierno a los banqueros y sus ejecutivos”, que aderezaban con un editorial “Un favor inexplicable del gobierno a banqueros y bancarios”.
Evidentemente somos los contribuyentes los que pagamos la fiesta de los demás.
Si anteriormente mencionaba la aportación del ladrillo al PIB, es lógico que haga lo mismo con la música. Pero antes veamos algunos datos de finales del siglo pasado. Creció del 3,1 en 1992 al 4,5 en 1997, cuando el Top Manta y las descargas de Internet estaban bajo mínimos. En seis años, entre 2001 y 2006, la venta de discos en España ha caído más de la mitad, y mantiene un ritmo de descenso imparable que dibuja un negro panorama y un futuro más que incierto para las discográficas que continúan abiertas, a pesar de las dificultades. Este descenso representa un 0,10% del PIB. Según los últimos datos disponibles estaríamos hablando –a pesar de todo– de un 5% del PIB. Y particularmente pienso que deberíamos considerar la economía sumergida (“la piratería”) y a lo mejor la cifra se dispararía al 7%. En cualquier caso representa más que el sector de la energía. Que también está subvencionado y hemos estado pagando –desde hace años– ese impuesto por pasar a tener competencia. Vamos, que de ser un monopolio se les privatiza y además les tenemos que financiar las instalaciones e inversiones que “les hemos regalado”. ¿Se conocen otros casos similares? En la música desde luego que no.
No me he olvidado de los puestos de trabajo perdidos. En 2003 según el libro blanco de Promusicae (que representa el 93% de las ventas) había 52.850 personas, después de una destrucción de empleo del 20% desde el 2000. Más lo que vino después, que han sido los peores años.
¿Hay agravios comparativos? La respuesta no está en el viento. Al menos para mi está en las cifras y datos… y no en atacar sin ton ni son desde todos los frentes a las discográficas y a SGAE.