LIBROS
«Publicada cuando la escritora tenía únicamente 27 años, es una borrachera de sensualidad, malsana y pura a la vez»
Angela Carter
La juguetería mágica
SEXTO PISO
Texto: CÉSAR PRIETO.
Seguramente, Angela Carter es una de las mejores escritoras de la literatura inglesa en la segunda mitad del siglo XX. Dotada de una imaginación alucinada y, a la par, de un fuerte compromiso social y jugando con detalles góticos o traviesos, su obra —que ahora ha empezado a recuperar completa la editorial Sexto Piso— ilumina un mundo muy especial. La juguetería mágica escapa un tanto de estos preceptos y, publicada cuando la escritora tenía únicamente 27 años, es una borrachera de sensualidad, malsana y pura a la vez.
La obra parte de dos tópicos muy arraigados en la literatura juvenil. El primero es el de la orfandad. Tres hermanos, que tienen una vida bastante regalada —padres de buena posición— reciben la noticia de que éstos han muerto en un accidente, así que han de pasar a vivir con el hermano de su madre, Philip, constructor de juguetes artesano. El segundo es el del reconocimiento de la sensualidad. Melanie, la hermana mayor, de quince años, se da cuenta de que no sabe cómo canalizar sus pulsiones eróticas de adolescente, de hecho, poco antes de que llegara el telegrama con la fatal noticia, ha salido al jardín vestida con el traje de novia de su madre, que acaba hecho jirones.
Así que en su nueva casa, ya entra siendo proclive a que se acrecienten sus impulsos, tanto más cuando conozca a los hermanos de su tía Margaret —que no habla desde el día de su boda y escribe sus mensajes en una pizarra—, Finn y Francie, irlandeses que se dedican a tocar antiguas canciones, beber y quejarse de las humillaciones a las que les somete su desagradable cuñado, que escatima todo: no hay agua caliente, ni jabón adecuado y, en vez de papel higiénico, periódicos recortados.
Aunque no sea exactamente el mismo ambiente, el huraño tío Philip construye, como J.F. Sebastian, juguetes entre dulces y maravillosos: monos que al darles cuerda tocan travesera y violín, bailarinas que emergen de rosas… El creador genial y la persona inhumana coinciden tantas veces… Y como contrapartida, Finn se va creciendo página a página, buscando la sensualidad que despunta en Melanie hasta ese final simbólico en que todo lo que se mostraba latente estalla en un corazón que galopa y una noche que se desborda, donde la pareja que acaba siendo protagonista se mira atónita, simplemente.
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Anterior crítica de libros: Carvalho. Problemas de identidad, de Carlos Zanón.