COMBUSTIONES
«Brilla la escritura, arde la voz, queman los arreglos y todo empuja como un río consolador y amoroso, terrorífico y durísimo»
La mirada de Julio Valdeón se centra esta semana en el mismo lugar en el que ha depositado sus oídos: en el recién alumbrado Carnage, la última alianza discográfica de Nick Cave y Warren Ellis.
Una sección de JULIO VALDEÓN.
Foto: JOEL RYAN.
Posiblemente no había un escritor mejor equipado para lidiar con la locura del mundo bajo la pandemia que Nick Cave. En compañía de su socio Warren Ellis, el australiano errante, hoy convertido en disciplinado artesano y padre huérfano de hijo, ha entregado un disco que mantiene las constantes vitales de sus últimas entregas y suena, al mismo tiempo, profundamente original. En Carnage no hay rastro de anquilosamiento o complacencia. Por mucho que mantengan la fórmula de estos años, con Ellis en el papel de sumo chamán de hipnóticos paisajes sonoros, caminamos por territorios distintos a los del magistral Ghosteen (2019). Allí primaba la contemplación casi exaltada del vacío, con el artista asomado a la falla tectónica de la muerte, colgado del alambre y a lomos de unos sintetizadores que daban lustre y músculo a unas canciones de un barroquismo muy desnudo y dolido. Carnage, por contra, recupera cierta agresión. Esa cosita entre mosqueada y punk de un Cave que no por seguir de luto ha perdido las ganas de guerrear.
Arranca el disco a lo bestia, con disonancias bellísimas y agresiones que matizan la hermosa melodía de los dos primeros temas. A partir del tercero nos reencontramos con los coros marca de la casa, angelicales, casi góticos. Carnage es un paseo por el bosque de los niños comidos por las brujas y los adolescentes dormidos sin despertar posible. Brilla la escritura, arde la voz, queman los arreglos y todo empuja como un río consolador y amoroso, terrorífico y durísimo. Lo mismo habla de cualquiera de nosotros, encerrados a solas con nuestros fantasmas, que entrega la segunda o tercera carta al niño perdido y los amantes malgastados. Para cuando alcanzamos los 6 minutos y 8 segundos de “White elephant” el diagnóstico resulta ya inapelable.
Cave, que hace meses publicó el sensacional Idiot prayer: Nick Cave alone at Alexandra Palace, ha vuelto a entregar uno de esos discos que nos acompañarán durante años. Carnage envejecerá con nosotros y seguirá rulando cuando de nosotros no reste ni el recuerdo. Posee la mezcla exacta de genio, compasión, mala hostia, alegría, plomo y azúcar que distingue las obras verdaderamente necesarias. Que hablemos de un tío que lleva encadenando maravillas desde los primeros ochenta y los vivificantes Birthday Party no hace sino multiplicar la admiración y el agradecimiento. Los hay que rezan a un dios mayor o menor, que ponen su fe en una bandera o un equipo de fútbol, en la acupuntura, en la revolución o en el laissez faire del mercado. Yo, francamente, que de fe voy más bien corto y de ídolos ni les cuento, me conformo con darle al play y reencontrarme con el viejo crooner, mitad ángel caído mitad padre desolado, mitad predicador mitad artista con mucho oficio y siempre, siempre absorbente.
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Anterior entrega de Combustiones: Obama y Bruce: dos cabalgan juntos.