Junio de 1966, Bob Dylan actúa en el Olympia de París. Todo un acontecimiento al que acuden los principales protagonistas del pop y el rock francés. En el backstage del teatro, se produce un encuentro especial que la cámara de Botti-Kipa recoge, Françoise Hardy logra conversar un rato a solas con Dylan. Y por la cara de éste –que no por su mirada, oculta tras unas gafas negras–, recibe toda su atención. ¿De qué hablaron? Ni idea, pero Françoise Hardy –la mujer más hermosa del pop francés de los años 60– sostiene unos LPs, quizás de ella, para regalárselos a él. Ah, quién hubiera sido Dylan, pensarán algunos. Y quién hubiera sido Hardy, pensarán otras.
Dos guapos cantautores –fijénse en la elegancia de ambos– en la plenitud de juventud. Dos iconos del folk-rock de dos mundos completamente diferentes, unidos por un instante. Y no, que nadie crea que la reunión continuó: Dylan salió aquella noche con Johnny Hallydady y otros rockeros a darse unas vueltas por París. De eso, también quedó testimonio gráfico.