Amaral
23 de mayo de 2009
Pabellón Multiusos, Salamanca
Texto: JOSEMI VALLE.
Hacía unos meses había visto a Amaral descorchando en directo su nuevo álbum en este mismo lugar. A pesar de que el concierto de hoy se presentaba bajo la consigna de inicio de Gira 2009, temía que en esta ocasión el elemento sorpresa sufriera un evidente proceso de evaporación. Así que en vez de rastrear la sorpresa me dispuse a escuchar la nueva relectura de las canciones de su actual repertorio, ver cómo mostraban en directo su jerarquía musical en la sociedad mediática, ser el grupo que acaudilla la escena en la era del doble clik. Juan Aguirre me había asegurado el día antes que la banda sonaba muy bien y compacta. Totalmente de acuerdo. El grupo suena maravillosamente sólido y versátil, vitaminado y energético, segrega una fuerza que por ahora le está vetada a sus discos. Hay un vigor rockero que se esfuma en el estudio y que desde luego el DVD en directo que editaron al final de la gira de su disco anterior desdeña absolutamente.
Nada más dar el pistoletazo de salida se capta una flotante sinergia, una exacerbación sensorial de la turbamulta que hace que se centuplique el impacto emocional. La banda se presenta con esa explícita declaración de principios que es «Kamikaze», primer single de su último trabajo, una tonada de inmediata pegada que cede el testigo a «El universo sobre mí,» también primer single de «Pájaros en la cabeza». El grupo se sostiene en dos robustos quicios: la prodigiosa voz de Eva y la guitarra de Juan, cada vez más protagonista y cada vez con mayor destreza en el arte de colorear el estado anímico de la canción. Han acertado en la incorporación de un violonchelo a la banda que le da una pincelada excéntrica y cierta pátina misteriosa y melancólica que solemniza las piezas.
De repente, caigo en la tonta cuenta. Sé que es una perogrullada, pero mi fuerte no son las matemáticas. Amaral posee una colección de unos quince (¿o son veinte?) singles de una potente onda expansiva mediática, un ramillete de canciones sobresalientes que han sonado en los amplificadores sociales una y otra vez, que pertenecen ya a la identidad tribal de una generación. Curiosamente la sobreexposición no ha erosionado ni su crédito ni sus canciones, no ha marchitado ni al creador ni su creación. A pesar de su ubicuidad, de sonar a todas horas en lugares de dudosa fiabilidad, sabes que estás ante una banda honesta, que siente dilección por la música, que no se dedica a la impostura ni son el muñeco de ningún ventrílocuo. Cuando un grupo dispone de semejante munición, es imposible perder la guerra y más imposible aún no aplastar en la batalla.
Así que el concierto se convirtió en una exhibición de canciones hiperconocidas que de vez en cuando cedían protagonismo a algunas subalternas. Por ejemplo, «Doce palabras», que en directo gana vida con respecto a la abúlica versión registrada en el álbum. De ahí se brinca a dos singles que dan temperatura de ebullición al concierto: «Perdóname», maravillosa en estudio y luminosa en vivo, y «Moriría por vos», que arrojó al paroxismo a la feligresía y confirmó que los temas alojados en el álbum Estrella de mar de 2002 son los que más enardecen.
Luego llegó «Las puertas del infierno», un tema explosivo con capacidad para carbonizarte y que en directo gana en reciedumbre. Es la confirmación de que Amaral se pasea por las fronteras del rock, pero que en cuanto vislumbran la zona roja vuelven para atrás como para no perder clientela. Así sucedió. Se desgranaron «Cómo hablar» (dedicada a Antonio Vega, que la cantó y grabó hace años con ellos y que tocaban por vez primera después de su óbito), «No sé qué hacer con mi vida» (la única del primer LP, repescada con acierto y ejecutada con brillante revisionismo rockero), «La barrera del sonido» y «Te necesito» (delirio colectivo rubricado de nuevo por una canción del Estrella de mar).
A continuación una terna de tres temas en acústico que ofrecen milimétricamente la medida de la voz de Eva: «Esta noche», «Tarde de domingo rara» (curiosa con respecto al estudio) y la adhesiva «Alerta». Inopinadamente irrumpe el grupo con «Resurrección» (fantástico contrapunto al set acústico, una de las mejoras canciones de la noche y una de mis favoritas, que ha ido creciendo mágicamente con el paso del tiempo) y continúan su orgullosa exhibición de singles y tonadas populares: «Estrella de mar», «Marta, Sebas, Guille y los demás», «El blues de la generación perdida», «Salir corriendo».
Y así alcanzamos el momento cenital de la actuación, el centro de gravedad de la noche. La banda se enfrenta en eléctrico a uno de sus pináculos creativos, al tema «En sólo un segundo». En la gira anterior de 2005 la releían en acústico y perdía mucho lustre y empaque, pero en eléctrico les aseguro que caes postrado ante tanta insujetable belleza. Se trata de un ejercicio funambulista de sensibilidad y misterio, claustrofobia y detonación, un posterior aguacero de distorsión y noise, potencia demiúrgica, y un ángulo de observación perfecto para verificar que la voz de Eva es un milagro de la naturaleza. Creerán que exagero, pero les aseguro que no hay hipérbole alguna. Es una pieza maestra, el paradigma sonoro de las posibilidades y la mutabilidad de Amaral.
Con esta joya se retiraron para dar posterior paso a los bis. Ocurre que cuando acabas de trepar a la cima y decides no parar, no te queda más remedio que descender. Pero entonces llegó otra hospitalaria sorpresa. Eva aparece sentada en mitad del escenario con un sitar para presentar la epidérmica «De carne y hueso», una gema sonora que destila magia y zozobra existencial, que da paso a «Es sólo una canción», pop insustancial y letra obvia cantado por Juan. Levantan el vuelo con la preciosa y antioxidante «Días de verano», la enorme «Gato negro», la guitarrera «Bing Bang» y cierran el telón por segunda vez con «Salta», pieza menor que logra la locura colectiva, sobre todo del público más imberbe. Para el final dejaron otra traca de megahits indiscutibles: la preciosa «Días de verano», la celebérrima «Sin ti no soy nada» y la insurgente «Revolución».
La fórmula mágica de Amaral se acaba de presentar ante mis ojos. Son capaces de hacer algo tan vanguardista y creativo como «En sólo un segundo», tan guitarrero y libidinoso como «Big bang», tan intimista como «Dragón Rojo» e intercalarlo con la banal «Es sólo una canción», o la para mí desabrida y pubescente «Salta». El secreto de su éxito masivo reside en ese repertorio poliédrico, un cancionero que pasea por diferentes texturas sonoras con el que consiguen troquelar un público heterogéneo que les respeta y les disfruta. Justo unos metros delante de mí estaba la prueba. Allí se movían robóticamente unos padres, brincaba su pareja de hijos y movían la cabeza con lentitud provecta sus abuelos. Afortunadamente en el caso de Amaral su éxito correlaciona con la calidad, sus ventas con el talento, su celebridad con el mérito. Es bueno para la música que sea así. Para la música y para todo lo demás.