La cara oculta del rock: Michael Jackson, loco por los huesos del Hombre Elefante

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«Un millón de dólares era el precio que Jackson otorgaba al Hombre Elefante. Frank Dileo se puso en contacto con el hospital para hacer su oferta…»

 

Michael Jackson sentía debilidad por los personajes extraños que eran rechazados por la sociedad, como Joseph Merrick, más conocido como el Hombre Elefante, al que una terrible malformación le obligó a vivir como atracción de circo en la Inglaterra victoriana. Esta identificación fue tal que Jackson se interesó en pagar por conseguir sus huesos. ¿Llegó el Rey del Pop a comprar el esqueleto del Hombre Elefante?

 

Una sección de HÉCTOR SÁNCHEZ.

 

Joseph Merrick era un hombre educado, dulce e inocente. Poseía una inteligencia por encima de la media de la Inglaterra del siglo XIX en la que vivió. Entre sus aficiones destacaba la lectura, admiraba a Jane Austen, y la escritura. A pesar de estas cualidades, Merrick tenía un aspecto que le hacía diferente respecto a las demás personas de su alrededor. Así se describió: “Mi cráneo tiene una circunferencia de 91,44 cm, con una gran protuberancia carnosa en la parte posterior del tamaño de una taza de desayuno. La otra parte es, por describirla de alguna manera, una colección de colinas y valles, como si la hubiesen amasado, mientras que mi rostro es una visión que ninguna persona podría imaginar. La mano derecha tiene casi el tamaño y la forma de la pata delantera de un elefante, midiendo más de 30 cm de circunferencia en la muñeca y 12 en uno de los dedos. El otro brazo con su mano no son más grandes que los de una niña de diez años de edad, aunque bien proporcionados. Mis piernas y pies, al igual que mi cuerpo, están cubiertos por una piel gruesa y con aspecto de masilla, muy parecida a la de un elefante y casi del mismo color. De hecho, nadie que no me haya visto creería que una cosa así pueda existir”. Se considera que este hombre sufrió una variación del síndrome de Proteus; como consecuencia de la gran cantidad de malformaciones físicas, Merrick recibió el cruel apodo del Hombre Elefante.

Pero Joseph Merrick no nació así, los primeros síntomas de su enfermedad se manifestaron cuando solo tenía dieciocho meses, y a los cinco años su cuerpo comenzó a desarrollarse de manera anormal. El momento más doloroso de su vida fue el fallecimiento de su madre cuando él tenía once años. Su padre, que nunca mostró el mínimo afecto por él, volvió a casarse y su madrastra le trató de forma humillante. El resto de la sociedad no se comportaría con él mucho mejor. Después de unos años trabajando en lo que podía, a Merrick no le quedó más remedio que exhibirse como atracción de circo a los ojos de morbosos espectadores. Pero no todo el mundo miró con malos ojos al Hombre Elefante, ya que trabó amistad con el cirujano Frederick Treeves. Una vez alejado del circo, cuando estaba pasando su época más feliz en el Hospital de Londres, Merrick amaneció muerto con tan solo veintisiete años. Se consideró que se asfixió mientras dormía, pero con el tiempo se ha pensado que la causa pudo ser una lesión en la nuca por el peso de su cabeza.

La peculiar vida de Joseph Merrick quedó retratada en la película de David Lynch, «El hombre elefante» (1980), en la que un irreconocible John Hurt se ponía en la piel de Merrick (llamado John, en lugar de Joseph) y Anthony Hopkins interpretaba a Frederick Treeves. El largometraje fascinó a Michael Jackson. La historia no era para menos: un ser extraño que busca aceptación en el mundo que le ha tocado vivir. En 1987, el Rey del Pop se emocionó cuando la proyectó en su cine privado. “¡No soy un animal! ¡Soy un ser humano! ¡Soy un hombre!”, gritaba Hurt caracterizado como el personaje mientras Jackson se sentía identificado con el protagonista que ocultaba su rostro en público. Al Rey del Pop se le antojó un nuevo capricho.

 

Michael Jackson y su mánager, Frank Dileo, se desplazaron hasta el Medical College del Hospital de Londres para contemplar los restos de Joseph Merrick. Estos huesos no estaban de cara al público, pero siendo una estrella del pop no resultó difícil conseguir un permiso especial. Mientras estaba examinando con asombro los restos, Jackson le hizo una sugerencia a Dileo: “La verdad es que me gustaría tener esos huesos en casa. ¿No estaría bien ser su propietario?” Como si no hubieran tenido suficiente con la historia de la cámara hiperbárica, el artista y su representante se encontraban, de nuevo, con un chisme para entretener a la prensa: Michael Jackson quería hacer una oferta al hospital para comprar los restos del Hombre Elefante. “Hombre, es una locura”, respondió Frank Dileo. A lo que Michael replicó: “Lo sé. Por eso tenemos que hacerlo”.

Dicho y hecho. Dileo se puso en contacto con la prensa para contarles que el cantante había realizado una oferta de medio millón de dólares al hospital para comprar los huesos. Los medios publicaron esta nueva excentricidad del Rey del Pop y comenzaron a llamarle Wacko Jacko (Jacko el chiflado). A la prensa no le resultó muy difícil contrastar esta información con el Medical College del Hospital de Londres. Los funcionarios del hospital solo conocían la oferta del medio millón de dólares por los artículos publicados en los tabloides y no porque el cantante hubiera hecho una oferta real. De todas maneras, un portavoz dejó clara la intención del hospital aunque la hubieran recibido: “No venderíamos al Hombre Elefante. Es tan sencillo como eso”.

Ahora era el cantante el siguiente que tenía que mover ficha en este juego. “¿Por qué no pensamos en cubrirnos la retaguardia?”, preguntó Jackson a Dileo. “Ahora vamos a tener que hacer una oferta de verdad. Todo hombre tiene un precio”. Un millón de dólares era el precio que Jackson otorgaba al Hombre Elefante. Frank Dileo se puso en contacto con el hospital para, esta vez sí, hacer su oferta; pero el hospital ya había expresado su postura al respecto. Un portavoz se puso en contacto con los medios para confirmar la oferta: “Ciertamente, nos ofreció comprarlo, pero será para obtener publicidad y considero muy improbable que el Medical College tenga la voluntad de venderlo por razones de publicidad barata”.

Cuando toda esta historia llegó a los oídos de la madre del artista, Katherine Jackson, ésta telefoneó a Dileo para mostrar su enfado: “Estás haciendo que Michael parezca un idiota”. Y cuando el representante le comentó a Jackson lo que opinaba su madre, le respondió tranquilo: “Kate no entiende el mundo del espectáculo. Así que no te preocupes por eso”. Aunque él sí entendía el mundo del espectáculo, las mofas sobre Wacko Jacko comenzaron a extenderse. “Corre el rumor de que los descendientes del Hombre Elefante han ofrecido 10.000 dólares por los restos de la nariz de Michael Jackson”, publicó la revista “Playboy”.

La cámara hiperbárica y los huesos del Hombre Elefante dieron pie a que la prensa sensacionalista inventara sus propias historias sobre Jackson. Su forma de defenderse de todos estos ataques quedó registrada en el videoclip de ‘Leave me alone’ (Jim Blashfield, 1989), el octavo single de su álbum “Bad” (1987) y ganador del Grammy al Mejor vídeo musical de formato corto en 1990. Aunque el Rey del Pop no consiguió comprar el esqueleto del Hombre Elefante, en ese videoclip bailó con él. A pesar de su peculiar defensa, Michael Jackson se preguntaba, de una forma casi inocente, por qué los medios de comunicación eran capaces de tratarle de manera cruel y humillante sin cuestionarse que él mismo fue quien encendió la chispa que la prensa amarilla necesitaba para hacerle arder.

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