«Nadie más sacará un solo penique, excepto mis gatos Oscar y Tiffany. Aparte de ellos, no voy a regalar ninguna de mis cosas cuando esté muerto. Voy a acapararlo todo»
El legado de Freddie Mercury no solo fueron las canciones de Queen, y cuando el cantante falleció, se consideró que en su testamento figuraban unos herederos muy peculiares… ¿Recibieron una fortuna sus adorados felinos?
Una sección de HÉCTOR SÁNCHEZ.
Aunque era un secreto a voces, el 23 de noviembre de 1991, Roxy Meade, la agente publicitaria de Queen, confirmó algo que ya se veía venir desde lejos al leer unas palabras redactadas por Freddie Mercury: “Como consecuencia de las grandes conjeturas aparecidas en la prensa en las dos últimas semanas, es mi deseo confirmar que me he hecho las pruebas de VIH y tengo sida. Creo que ha sido conveniente el mantener esta información en secreto para proteger la intimidad de los que me rodean. Sin embargo, ha llegado el momento de que mis amigos y mis fans de todo el mundo sepan la verdad y espero que todos se unan con mis doctores y aquellos que luchan contra esta terrible enfermedad. Mi intimidad siempre ha sido algo especial para mí y soy conocido por las pocas entrevistas que concedo. Por favor, comprended que esta pauta continuará”. Desgraciadamente, en menos de 24 horas, Freddie Mercury, a sus 45 años, no pudo aguantar más y se marchó para siempre.
Una bronconeumonía complicada por el sida fue la causa oficial de la muerte. Aunque Mercury acababa de reconocer que tenía esa enfermedad, la prensa británica, en especial el tabloide “The Sun”, llevaba años haciendo sus cábalas sobre el estado de salud del vocalista de Queen. En abril de 1987, Freddie descubrió que tenía sida y solo confió la desagradable noticia a tres personas: su pareja, Jim Hutton; su exnovia de juventud y amiga de toda la vida, Mary Austin; y el mánager de Queen, Jim Beach. Sus compañeros de la banda se enterarían más adelante, durante una cena, tal y como recordó Jim Hutton: “Alguien en la mesa tenía un resfriado, y la conversación abordó el azote de las enfermedades. En aquel momento Freddie seguía teniendo bastante buen aspecto, pero entonces, de repente, se remangó la pernera derecha de su pantalón y subió la pierna encima de la silla. Todos pudieron ver una herida abierta y supurante que tenía en la pantorrilla. Fue una conmoción. ‘¡Y vosotros creéis que tenéis problemas!’, contestó Freddie en su típico tono displicente. Nadie decía una palabra, y yo creo que todos estaban traumatizados. Pero a continuación, Freddie restó importancia al asunto y nos pusimos a hablar de otra cosa”. Mercury pidió a sus colegas que mantuvieran la enfermedad en secreto, pero hechos como que al álbum “The miracle” (1989) no le siguiera su consiguiente gira o un aspecto físico desmejorado servían para alimentar las suspicacias de los medios de comunicación.
“No quiero que se sepa, no quiero hablar de ello, solo quiero ponerme a trabajar hasta que ya no pueda hacerlo más”, fue la petición del cantante a los músicos y estos, como buenos confidentes, la tuvieron en cuenta. “Fue una decisión consciente tomada por Freddie y que nosotros respetamos”, recordó el guitarrista Brian May. “El motivo era poder seguir funcionando. Él quería hacer música y no quería que su vida se convirtiese en un circo, como seguramente habría sucedido si lo hubiera anunciado”. Seguir creando hasta la caída del telón era la razón que le quedaba a Mercury para continuar con vida, al menos, eso era lo que pensaba Mary Austin: “Yo creo que (el trabajo) era lo único que le hacía muy feliz. Le hacía sentirse vivo por dentro… en vez de que las cosas se volvieran aburridas, y que la vida se hiciera dolorosa… había algo por lo que Freddie trabajaba. La vida no estaba simplemente llevándole a la tumba”. Pero para el batería Roger Taylor, esta petición también escondía un cierto orgullo por parte del cantante: “Lo último que quería era llamar la atención sobre cualquier tipo de fragilidad o pérdida de fuerzas”. De hecho, así se lo reconoció el propio Mercury a May: “No quiero que la gente compre nuestros discos por lástima”.
En esta situación, Queen se embarcó en el que sería el último disco grabado con Freddie Mercury, “Innuendo” (1991). Taylor no pudo describir mejor cómo fue la creación del álbum al considerar que “’Innuendo’ se grabó arañando tiempo a la muerte”. ‘The show must go on’ no solo servía de épico colofón final, sino que además era una declaración de intenciones del carácter luchador de Mercury: “El espectáculo debe continuar. / Por dentro, mi corazón se está rompiendo. / Mi maquillaje puede que se esté desconchando. / Pero mi sonrisa permanece ahí. / Todo lo que ocurre lo dejo en manos del azar. / Otro dolor en mi corazón, otro romance fallido. / Una y otra vez, ¿alguien sabe para qué estamos viviendo?”. Sin embargo, la enfermedad venció y el espectáculo no pudo continuar.
Tras su muerte, comenzó a comentarse el contenido de su testamento: los principales beneficiarios fueron sus compañeros más fieles e incondicionales: sus gatos. A varios de ellos, Jerry, Tom, Oscar y Tiffany, les dedicó su primer álbum en solitario “Mr. Bad Guy” (1985) y también “a todos los amantes de los gatos del universo”. Su gata preferida, que siempre estuvo con él en su cama hasta el final, tuvo su propio homenaje en la canción homónima, ‘Delilah’, incluida en “Innuendo”. Incluso en el último vídeo que grabó, ‘These are the days of our lives’, donde se le podía ver físicamente deteriorado, apareció ataviado con un peculiar chaleco con estampado de felinos. El cariño que Freddie sentía por sus mascotas era tal que, cada vez que viajaba como consecuencia de las giras, les llamaba por teléfono para hablarles; por ello no resultaba descabellado que una de las excentricidades del artista fuera dejar sus pertenencias a sus mininos. En el libro “Freddie Mercury. Su vida contada por él mismo” (Robin Book), construido con declaraciones extraídas de las pocas entrevistas que concedió, el vocalista de Queen hace mención a su herencia: “Nadie más sacará un solo penique, excepto mis gatos Oscar y Tiffany. Aparte de ellos, no voy a regalar ninguna de mis cosas cuando esté muerto. Voy a acapararlo todo. Quiero que me entierren con todas mis cosas. Y aquel que quiera algo, puede venir conmigo. ¡Habrá muchísimo espacio!”. Aunque reconoce que no serán los únicos que reciban sus pertenencias en caso de fallecimiento: “El único amigo de verdad que he tenido es Mary. Ella heredará la mayor parte de mi fortuna. ¿Qué mejor persona a quien dejarle mi herencia cuando me vaya? Naturalmente, mis padres están en mi testamento, igual que mis gatos, pero la mayor parte iría a parar a Mary”.
A pesar de estas declaraciones, los adorados mininos de Freddie Mercury no se convirtieron en millonarios al heredar la vasta fortuna del cantante. En su testamento, Mercury repartía parte de su riqueza para sus padres y su hermana, Kashmira. Las tres personas que lo acompañaron en sus últimos días, su pareja, Jim Hutton, su cocinero, Joe Fanelli, y su asistente, Peter Freestone, recibieron una cantidad de quinientas mil libras cada uno. Como ya había comentado Freddie con anterioridad, la mayor beneficiaria fue Mary Austin, que recibió la mitad de la fortuna, valorada en ocho millones seiscientas mil libras, los derechos de autor de sus canciones y su mansión llamada Garden Lodge, situada en Kensington. Delilah, Oscar, Tiffany el resto de la pandilla no figuraban entre los destinatarios del testamento. Mary Austin no solo fue una exnovia dentro de la vida del vocalista, también ejerció el papel de esposa, hermana y madre. Solo ella sabe dónde se esparcieron las cenizas del líder de Queen. Ninguno de sus amantes varones pudo competir con Austin y es que Freddie Mercury, a pesar de ser uno de los iconos homosexuales del siglo XX, siempre consideró que el amor de su vida fue una mujer.
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