«Cualquiera que quisiera conocer los secretos de alcoba de los Gaye podía encontrarlos en ‘Here, my dear’. Anna Gordy puso el grito en el cielo y estuvo a punto de demandarle por invasión a la privacidad, pero finalmente no lo hizo»
A Marvin Gaye, su divorcio le salió caro. Un juez estimó que debía cederle a su exmujer los ingresos de su siguiente álbum: Gaye decidió no esforzarse y grabó un disco mediocre con el sarcástico título “Here, My Dear”.
Una sección de HÉCTOR SÁNCHEZ.
Marvin Gaye tuvo la suerte, o la desgracia, de poder conjugar su trabajo con su familia. En 1962 se casó con Anna Gordy, una mujer diecisiete años mayor que él y que era la hermana de Berry Gordy Jr., el dueño del sello discográfico Tamla Motown, la compañía en la que Gaye desarrollaría la mayor parte de su carrera. Todo quedaba en familia. Su talento y su buena posición como cuñado del presidente sirvieron a Marvin Gaye para convertirse en una de las figuras esenciales de la Motown. Este entramado de relaciones familiares y laborales encajaría a la perfección como un planteamiento para una telenovela, pero como sucede a menudo, la realidad acabaría superando a la ficción.
Trece años duró el matrimonio de la pareja. En 1975, Anna Gordy solicitó el divorcio. Marvin y Anna habían comenzado a tirarse los trastos a la cabeza y cada uno acusaba al otro de haber cometido adulterio. Gaye no podía negarlo; los hijos que tuvo con su amante, Janis Hunter, fueron el fruto de su infidelidad. Pero el cantante apenas podía pagar la pensión alimenticia a Anna ni la manutención del único hijo de la pareja, llamado Marvin III; el resultado del estilo de vida todoterreno de Gaye le había dejado sin apenas dinero. Había derrochado sus ganancias en coches de lujos, barcos y viviendas por doquier, y lo que no había gastado en estos caprichos, lo había destinado a su creciente adicción a la cocaína.
Como Marvin Gaye tenía el agua hasta el cuello, un juez dictaminó que debía entregar las ganancias generadas por su próximo disco a su exmujer. De esta manera, el perspicaz Gaye decidió no romperse la espalda en su trabajo y en 1978 publicó el álbum “Here, my dear”. El título no podía estar mejor escogido. “Aquí tienes, querida”, decía Marvin a Anna con bastante recochineo. Pero la mala baba de Gaye no solo se dejaba ver en el título, el diseño interior de la cubierta tampoco se quedaba corto: la imagen desplegable era una ilustración que mostraba un tablero de “Monopoly”, con la diferencia de que en lugar de figurar el nombre del juego de mesa, aparecía escrito “juicio”. Sobre este tablero, una mano masculina entrega a una mano femenina un disco de vinilo. Bajo la mano del hombre, solo hay un piano, aparatos de grabación y un billete de “uno”; mientras que bajo la mano de la mujer hay varios billetes de “quinientos”, un coche, una casa, una calavera y unas arañas. Si es cierto que una imagen vale más que mil palabras, esta ilustración lo decía todo. Para rematar, “Here, my dear” no obtuvo éxito y no fue bien acogido ni por la crítica ni por el público, por lo que finalmente Gaye logró satisfacer su venganza.
Sin embargo, esta venganza servida fría no ocurrió así exactamente. El hecho de que fuera un juez quien dictaminara que Gaye tenía que entregar los beneficios por derechos de autor es una leyenda urbana. Con una sentencia así era muy fácil que el músico pudiera fastidiar a Anna lanzando un mal disco. Lo que sucedió en realidad fue un acuerdo extrajudicial promovido por el abogado del cantante, Curtis Shaw. Según este acuerdo, Marvin Gaye debía entregar los ingresos generados por los derechos de autor del álbum a su exmujer hasta que éstos alcanzaran la cantidad de 600.000 dólares. Los primeros 307.000 se entregarían como anticipo, los 293.000 restantes se irían reembolsando según las ventas del disco. Para que este acuerdo no se convirtiera en un arma de doble filo, si las ventas del álbum eran decepcionantes y no llegaban a cubrir los 293.000 dólares, el propio Gaye se encargaría de pagar la diferencia. Anna Gordy ganaría de cualquier manera.
En un principio, Marvin Gaye sí se planteó salir del paso y lanzar un mal disco a propósito, pero acabó cambiando de parecer: “Al principio, pensé en hacer un álbum rapidito, nada muy denso, ni siquiera bueno. ¿Por qué debería romperme el cuello cuando Anna iba a quedarse con el dinero de una manera u otra? Pero cuanto más vivía con esa idea, más me fascinaba. Además, le debía al público mi mayor esfuerzo”. No obstante, acabaría vengándose de una forma sutil. “Le daré mi próximo álbum pero será algo que no querrá escuchar y será algo que no querrá que el mundo oiga, porque voy a decir la verdad”, así que Gaye decidió cantar a los cuatro vientos las intimidades de su matrimonio fracasado en un álbum conceptual sobre el divorcio plagado de letras arrojadizas. El tema homónimo era toda una declaración de intenciones: “Supongo que debería decir que este álbum está / dedicado a ti. / Aunque quizá no te guste, / esto es lo que quieres, / así que me doy por vencido. / Espero que te haga feliz. / Hay mucha verdad en ello, nena”. ‘I met a little girl’ narraba el momento en que la pareja se conoció y cómo su relación se fue marchitando, y ‘When did you stop loving me, when did I stop loving you’ también lo decía todo en el título. Mientras Marvin Gaye reflexionaba sobre cómo se va al traste una relación, cargaba con ira y malicia contra Anna Gordy y la acusaba de no dejarle ver a su hijo y de faltar a Dios al romper sus votos del matrimonio. Para darle la puntilla a su ex, el cantante dedicaba ‘Falling in love again’ a su nuevo amor, Janis Hunter.
Cualquiera que quisiera conocer los secretos de alcoba de los Gaye podía encontrarlos en “Here, my dear”. Anna Gordy puso el grito en el cielo y estuvo a punto de demandarle por invasión a la privacidad, pero finalmente no lo hizo. En su momento, el álbum no fue bien aceptado, quizá por ser diferente al comprometido “What’s going on” (1971) o al sensual “Let’s get it on” (1973), pero no se puede considerar ni un mal disco ni un álbum grabado con desgana. Marvin Gaye fue culpable de airear los trapos sucios de su matrimonio, de lo que no se le puede acusar es de haber realizado un disco mediocre. Si el artista hubiera querido lanzar un mal disco a propósito no hubiera dedicado un año a la grabación del mismo. Ni tampoco se hubiera molestado en que el elepé fuera doble.
Este álbum tan introspectivo y personal acabó fracasando comercialmente y apenas se vendió. Marvin Gaye ni siquiera fue capaz de llegar a cubrir los 307.000 dólares del anticipo con los ingresos del disco, por lo que tuvo que realizar pagos mensuales a su mujer a pesar de estar en bancarrota. Cuando el cantante falleció en 1984, después de recibir un disparo por parte de su propio padre, todavía seguía debiendo ese dinero a su exmujer, por no hablar de los 293.000 dólares restantes.
Aunque “Here, my dear” no hubiera tenido ningún éxito, Marvin Gaye se despachó a gusto con este trabajo. ¿Quién dijo que las canciones que hablan sobre el amor tienen que ser románticas?
Nos veremos en La Cara Oculta del Rock…
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