«Refleja la desazón que muchos músicos anónimos sienten cada noche al vivir la misma canción otra vez, mientras guardan la guitarra en su funda y piensan si no es hora de coger el tren de vuelta»
Los comienzos son difíciles y el temor a no alcanzar el objetivo deseado siempre está presente. Con ‘Lodi’, John Fogerty no solo recordó los inicios de la Creedence Clearwater Revival sino que logró transformar en canción los sentimientos de cualquier músico atascado y sin vistas de futuro.
Una sección de HÉCTOR SÁNCHEZ.
Los Blue Velvets eran una banda californiana formada por varios colegas del instituto en la localidad de El Cerrito que, como cualquier otra formación en sus inicios, intentaban hacerse un hueco en la música. Como en cualquier historia que se precie, aquellos amigos pasaban horas tocando en el garaje de dos de sus miembros, que casualmente eran hermanos. Corrían los primeros años sesenta y, entre el reciente nacimiento del rock y el auge de la invasión británica, muchos jóvenes se animaban a montar su propio grupo para alcanzar fama y fortuna. No todos lo conseguían y muchos se quedaban a mitad de camino, pero los Blue Velvets tuvieron un golpe de suerte en 1964, cuando pasaron de tocar en las fiestas locales del estado de California a firmar con Fantasy, un pequeño sello discográfico de jazz. Una de las primeras exigencias de la discográfica fue que la banda se rebautizara, por lo que pasaron a llamarse los Golliwogs.
El término de “golliwog” hacía referencia a un muñeco de trapo con rasgos negros (similares a “El cantor de jazz”, Alan Crosland, 1927, y a los africanos de Tintín), por lo que a Fantasy le pareció divertido que los músicos tocaran ataviados con pelucas circenses. Afortunadamente para éstos, la discográfica no les pidió que se pintaran también la cara de negro y los labios de rojo; la peluca sola ya resultaba bastante humillante.
En tres años, después de recorrer la geografía estadounidense de pub en pub y tras siete singles, los Golliwogs colgaron sus pelucas y volvieron a cambiar su nombre. Fantasy estaba en quiebra y Saul Zaentz compró la discográfica. El nuevo propietario le ofreció al grupo la oportunidad de grabar un álbum siempre que cambiaran de nombre. Como a ninguno de los cuatro músicos les gustaban aquellos muñecos de trapo, no dudaron en aceptar y el título de su primer elepé fue el mismo que su nuevo nombre: “Creedence Clearwater Revival” (1968). Este extraño nombre provenía de la unión de tres ideas: “Creedence” era el juego de palabras del nombre de un amigo de Tom Fogerty, Credence Newball, con el término “creed” (“fe”); “Clear water” provenía de un anuncio de la cerveza Olympia, que le gustaba a John Fogerty; y “Revival” (“resurgimiento”) era la declaración de intenciones de la banda en su nueva andadura.
Aunque el trabajo tuvo buena acogida, el bombazo lo consiguieron con su segundo álbum, “Bayou country”, (1969) gracias a la inmortal ‘Proud Mary’. El tema establecía el patrón del “sonido Creedence” y la banda repetiría esta fórmula exitosa de riffs sencillos y música cruda y pantanosa durante su corta y fructífera carrera. En solo cinco años, la Creedence lanzó siete álbumes y se convirtió en una de las bandas más populares de Estados Unidos. Sus singles eran pepitas de oro de 45 revoluciones por minuto y resultaba imposible asegurar que la Cara A de un sencillo era mejor que la Cara B.
A mitad de la carrera del grupo, John Fogerty se paró a reflexionar sobre el éxito. O más bien, sobre la ausencia de este. El compositor echó la vista atrás, a sus días en los Blue Velvets y los Golliwogs, cuando malvivían noche tras noche, recorriendo una carretera que parecía no terminar nunca y parando en los pueblos de mala muerte que salían de ella. En aquella época, la banda se veía obligada a actuar en tugurios donde el público estaba más pendiente de su penúltima cerveza que de las canciones que los músicos tocaban desde un escenario mal iluminado. El batería, Doug Clifford, recordó cómo solían ser esas actuaciones: “Había nueve personas, todos eran lugareños, estaban borrachos y se pasaban toda la noche diciéndonos que bajáramos el volumen”. Esta descorazonadora rutina, sumada al miedo al fracaso que suele acompañar el origen de cualquier proyecto, sirvió a Fogerty de base para componer ‘Lodi’: “Me imaginé a una persona mucho mayor que yo, porque es una especie de relato trágico. Un hombre que se ha quedado atascado en un lugar donde la gente realmente no le aprecia. Desde que estaba en el comienzo de una buena carrera, esperaba que eso no me ocurriera a mí”.
Lodi es una pequeña ciudad californiana situada a unos 113 kilómetros del hogar de los hermanos Fogerty en Berkeley. No tiene nada de especial, es solo un pueblo más dentro de Estados Unidos dedicado a la agricultura. Aunque John nunca había actuado allí antes de componer la canción, escogió esta localidad porque le parecía que tenía “un nombre sonoro muy bueno”. ‘Lodi’ era una metáfora sobre el terror a quedarse a medio camino del éxito y el crítico musical Dave Marsh no podía estar más acertado al calificarla como “la vida que (John Fogerty) hubiera vivido si no hubiera compuesto ‘Proud Mary’”.
El tema se incluyó en el tercer trabajo de la Creedence, “Green river” (1969) y sirvió como Cara B del primer single del álbum, ‘Bad moon rising’. Aunque Creedence Clearwater Revival tuvo la suerte de encontrar su camino (las rencillas y problemas legales que vendrían después son otra historia), ‘Lodi’ refleja la desazón que muchos músicos anónimos sienten cada noche al vivir la misma canción otra vez, mientras guardan la guitarra en su funda y piensan si no es hora de coger el tren de vuelta.
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