«El mensaje de Dylan le había marcado tanto que pensó que era el momento de que él también se pronunciara contra la discriminación y el racismo que asolaba los Estados Unidos»
Sam Cooke era un triunfador negro en un mundo de blancos. Una canción de Bob Dylan le hizo reflexionar sobre las diferencias sociales y raciales y, utilizando varias experiencias personales, forjó un himno profético: ‘A change is gonna come’.
Una sección de HÉCTOR SÁNCHEZ.
“Vaya, ¿un chico blanco ha escrito una canción como esta?”, se preguntó Sam Cooke. Le sorprendió la reflexión que Bob Dylan había hecho sobre la paz, la guerra, la libertad o los derechos civiles en su ‘Blowin’ in the wind’, incluido en el segundo álbum del cantautor, “The freewheelin’ Bob Dylan”, publicado en 1963. Algo estaba cambiando en una sociedad que todavía necesitaba cambios mayores. Por entonces, Sam Cooke era una estrella, uno de los primeros afroamericanos en meterse en el bolsillo a la audiencia blanca gracias a su soul con toques pop, una voz elegante y un repertorio repleto de canciones agradables y pegadizas como ‘You send me’, ‘Wonderful world’, ‘Cupid’, ‘Twistin’ the night away’, ‘Bring it on home to me’ o ‘Another Saturday night’. Además de una sólida carrera, Cooke también era el propietario de su propio sello discográfico, SAR Records. Un negro triunfador en un mundo de blancos. Sin embargo, la defensa de los derechos civiles que había hecho por esa época había sido muy tímida, algo que, por otro lado, le avergonzaba.
Si Martin Luther King tuvo “un sueño”, como manifestó en su discurso del 28 de agosto de 1963, Sam Cooke tuvo otro. A finales de ese mismo año, invitó a su mánager, J.W. Alexander, para enseñarle una nueva canción que se le había aparecido “en sueños”. El mensaje de Dylan le había marcado tanto que pensó que era el momento de que él también se pronunciara contra la discriminación y el racismo que asolaba los Estados Unidos. Y el título no podía ser más profético: ‘A change is gonna come’. Con esta canción, Cooke pretendía continuar el mensaje que Rosa Parks o Martin Luther King habían comenzado. Era la canción que haría que el padre de Sam Cooke se sintiera orgulloso, como le explicó a Alexander. La letra estaba escrita en primera persona y varios acontecimientos de la vida de Cooke le sirvieron para perfilarla.
El 8 de octubre de 1963, Sam Cooke llegó a Shreveport, Luisiana, acompañado de su esposa y su banda. Había llamado por teléfono a un motel de la cadena Holiday Inn para hacer una reserva, pero cuando se presentaron allí, el recepcionista les dijo, mostrándose sospechosamente nervioso e incómodo, que no había habitaciones disponibles. Lo que no les dijo fue que no había habitaciones disponibles para negros. A Cooke le molestó el repentino “lleno” del establecimiento, comenzó a enfurecerse y gritó exigiendo ver al director del local. “Sam, será mejor que nos vayamos de aquí”, trató de calmarlo su mujer. “Van a matarte”. Pero el músico parecía muy seguro de sí mismo: “No van a matarme. Soy Sam Cooke”. Sin embargo, Barbara lo veía todo más claro: “No, para ellos tú solo eres otro… Ya sabes”. A continuación, la policía arrestó a Sam Cooke y a sus compañeros acusándolos de perturbar el orden público. El suceso no tuvo mayor importancia y enseguida fue puesto a libertad, aunque para Cooke aquello fue muy humillante. Pero además, estaba herido por dentro. Y no solo era el orgullo lo que le dolía. En junio de ese mismo año, Vicent, su hijo menor, que apenas tenía dos años, había muerto ahogado. Todas estas vivencias hicieron que se planteara letras más profundas e introspectivas. Cooke cambió el motel por un cine en ‘A change is gonna come’ y el dolor de la pérdida de su hijo lo reflejó en los últimos versos del tema: “Hubo momentos en los que pensé que no podría aguantar mucho más / pero ahora creo que soy capaz de continuar” (“Oh there been times that I thought I couldn’t last for long / but now I think I’m able to carry on”).
Una letra tan meditada y cuidada necesitaba un acompañamiento musical a la altura. Para la parte instrumental de sus canciones, Sam Cooke solía contar con René Hall como colaborador, pero en esta ocasión confió plenamente en Hall y le dio permiso para que hiciera con el tema todo lo que quisiera. “Quería que fuera lo más grande que hubiera hecho en mi vida. Le dediqué mucho tiempo, saqué muchas ideas y las cambié y reorganicé”, confesó René Hall. Violines, timbales y trompas sirvieron para crear la base dramática, épica y emotiva que aquel tema requería.
‘A change is gonna come’ se incluyó en el álbum “Ain’t that good news”, lanzado en 1964, el último disco que Sam Cooke publicaría en vida. El 11 de diciembre de ese mismo año, Bertha Franklin, la conserje del motel Hacienda, situado en Los Ángeles, ponía fin a la carrera del cantante a balazos justificando que lo había hecho “en defensa propia”. El cadáver de Cooke casi desnudo y una joven de 22 años que aseguraba escapar de él enturbiaron el final de su trayectoria. Fue uno de los episodios más confusos de la música. Poco después, de forma póstuma, salió al mercado el single de ‘Shake’ con ‘A change is gonna come’ como cara B. El tema se convirtió en banda sonora del movimiento contra la discriminación racial, aunque Cooke no pudo presenciar el cambio que pronosticaba, y este himno impresionó a músicos coetáneos de Cooke como Smokey Robinson: “Es el tipo de canción que un cantautor quiere escribir porque sabes que será para siempre”. Un tema de madurez como ‘A change is gonna come’ avecinaba también un cambio en la trayectoria del cantante. Sin embargo, para Sam Cooke este cambio no pudo llegar.
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