«Un músico lo que tiene que hacer son buenas canciones. Ahí se verá su actividad, lo que piensa sobre la armonía, el amor, la justicia y la paz»
Kiko Veneno acaba de editar Sombrero roto, un discolibro que refleja su inquieto y experimental espíritu musical. Sobre sus nuevas canciones y su forma de ver el mundo habla con Carlos H. Vázquez.
Texto: Carlos H. Vázquez.
Fotos: Patricia J. Garcinuño.
Esta es la historia de una cuerda rota, la que pierden los locos y las guitarras y se estira hasta que se parte. Kiko Veneno está afinando el lunes con su instrumento. Una vuelta más a la clavija del clavijero. La cuerda se tensa, suena más aguda la nota y Kiko Veneno hace un rasgueo. Otra vuelta más. Más tensión. Kiko Veneno está a punto de romper una cuerda.
A Kiko Veneno también se le ha roto el sombrero, para que entren los rayos de luz en su cabeza. Acaba de cumplir sesenta y siete años y, casi coincidiendo con la fecha (3 de abril), publica nuevo disco: Sombrero roto (Ele Música, 2019), aunque en realidad va dentro de un libro —escrito por Adán López, su hijo— que habla (o no) de Kiko, Adán y el entorno; el dinero, el miedo y el arte. En el caso del papel, el trabajo es del colectivo Rayos en tu cabeza, formado por Adán y las artistas gráficas Carmela Alvarado y Marta Lafuente. Y como las locuras son mejores compartidas, Martín Buscaglia y Santi Bronquio son los que «tocan» el sonido en la producción del cedé. En una «carta abierta a la mente», el de Figueres sigue buscando sonidos, afinando la guitarra hasta que se parte la cuerda dando un latigazo. Es un día de ruidos, compiten las alarmas con el despertador y un músico toca sentado con las piernas cruzadas, queriendo estirar la nota hasta el infinito. Ahora le falta una cuerda, es «una guitarra de yonqui». Qué arte.
¿Qué es la música?
Es algo difícil de definir. El libro dice: «Todo lo que escucho lo amo. Y aunque tengo que reconocer mi predilección por Dylan, tampoco quiero dejar de cantar lo que viene. Una cosa tengo clara: con el arte, mucho es posible. Las canciones pueden hacer la vida mejor». Pero esto no son cosas mías, sino que son cosas de Adán, que es quien ha hecho libro. Y la música es eso: todo lo que escucho lo amo, por ejemplo.
¿Y dónde está la diferencia entre una alarma y un despertador?
¡Hombre! La alarma es una contingencia del Fondo Monetario Internacional para que la gente se acojone y pague lo que tenga que pagar para perder libertad. Y el despertador es para despertarte e irte de excursión, a trabajar… o para irte donde tú quieras. La alarma es el miedo, la guerra permanente, la campaña del terror de Securitas Direct. Y eso no es propaganda, es una campaña de terror. Esto le interesa mucho a los gobiernos. Imagino a que gente como Villarejo, por ejemplo, le habrán consultado para que esa campaña del terror sea más efectiva. Estos tiburones de las cloacas son los que entienden bien estos negocios.
«Por definición, la música no puede cambiar el mundo, es lo que nos dejan para que el mundo sea soportable»
En la canción “Yo quería ser español” dices que hay crisis de humanidad, que molestan las opiniones. ¿Cuánto vale la opinión de Kiko Veneno?
Nada. Mi opinión no vale nada. Que se limpien el culo con ella personas infumables, intrascendentes, criminales y personas de todo pelaje, que son los que parten el bacalao. A esas personas, mi opinión les importa un carajo, igual que las tuyas y las de millones.
Si la opinión de un músico no importa, ¿estamos perdidos?
No, hombre, no. Un músico lo que tiene que hacer son buenas canciones, buenas melodías, buenas armonías, buenas letras, buenos ritmos… Y ahí se verá su actividad, lo que piensa sobre la armonía, el amor, la justicia y la paz.
¿La música puede cambiar el mundo?
No. Por definición, la música no puede cambiar el mundo, es lo que nos dejan para que el mundo sea soportable. Pero no estamos hablando de cambiar el mundo, estamos hablando de aguantarlo. La gente con sensibilidad necesita el arte para poder aguantar el mundo. Y claro, la gente normal que no tiene sensibilidad o no ha tenido oportunidad de tenerla, porque no le da la vida ni para comer ni para vivir, no tiene acceso al arte, porque buscarse la vida para esta gente ya es un problema extraordinario. Con no caerse de la patera ya es suficiente.
¿Cómo se hizo este libro que acompaña al cedé?
Lo hizo Adán López, que es mi hijo. Al final lo explica perfectamente: «Soy un personaje ficticio que existe realmente». Es una visión que él tiene. El libro no es una explicación del disco ni nada, es una obra en sí. Tiene el rollo de mi hijo Adán, sus ilustraciones… Versa sobre él, sobre mí…
Uno, cuando escucha los discos de Bob Dylan, ¿quiere coger la guitarra y ser uno mismo, o ser directamente Bob Dylan?
No, hombre, no. Querer ser Bob Dylan, no. Los que quieren ser Bob Dylan, o quieren ser sus ídolos, son los que se equivocan. El disco de Bob Dylan que me influyó fue el primero que llegó a España, el John Wesley Harding, una historia de bandoleros (buenos) y muy bíblica, que es cuando él [Bob Dylan] tuvo el accidente con la moto y se tiró un año entero en el hospital. Pero se levantó, cogió la guitarra sin afinar e hizo este disco maravilloso. Lo que me sugería de Bob Dylan es que podía hacerlo a mi manera, sin imitar su forma. Ahí tuve la iluminación de lo que me transmitía: la forma personal que tenemos cada uno de cantar y de acercarnos al arte. Eso me dio fe, me despertó, y sentí la llamada; podía hacer algo. Hay un momento, a los quince años, que dices: «Pues esto lo voy a hacer yo». Puede que a esa edad no sepas qué es lo que te transmite la música, pero sientes que te conectas y que puede ser tu mundo.
¿Es duro ser joven?
Sí, supongo que sí. Todo el mundo sabe que hay un desorden hormonal muy grande en esa etapa que causa de muchos dolores, no solo de huevos. Es un desconcierto. De pronto, un niño se convierte en una persona mayor y… Mira, los niños entienden a los viejos, pero los jóvenes no. Esa es la diferencia.
¿No echas nada de menos de la juventud?
Cuando eres joven se echan de menos otras cosas. Si eres mayor y echas de menos la juventud, es que no has crecido bien. Como si un árbol echara de menos ser un arbolito. La vida no la entiendo así. No creo que nadie eche de menos lo que fue, sino lo que puede o no puede ser. Si te podan malamente, echarás de menos tus ramas, pero no creo que ningún árbol eche de menos haber sido un arbolito. No sé… No le he preguntado a los árboles. Habría que preguntarles, ¿eh? Los árboles contestan a esas cosas.
No es que un árbol hable mucho…
De eso nada.
Yo nunca he hablado con un árbol.
Hombre, hablar, en ese sentido, no. Pero contienen información genética sobre la Tierra. Los árboles son testigos que tienen en su ADN toda la historia de la Humanidad. La naturaleza del planeta la tienen íntegra. Yo le preguntaría muchas cosas a los árboles.
¿Cómo qué?
Todo. En qué consiste la vida, el tiempo, la libertad, la comunicación… Tienen mucho que decirnos las plantas sobre esas cosas. Un árbol puede tardar mil años en decirte una cosa, pero lo que te va a decir es cierto. ¿Pero qué coño son mil años en el universo? En cinco minutos, en cambio, Pablo Casado te puede decir dieciocho mil mentiras. Esa es la diferencia entre un buen árbol y una mala persona.
«No creo que nadie eche de menos lo que fue, sino lo que puede o no puede ser»
¿Cómo entiende la vida Kiko Veneno?
Nada, nada. Yo no entiendo la vida.
¿Llegarás a entenderla?
Es imposible. La vida es algo imposible de entender por naturaleza. Si la vida fuera entendible, no habría el caos, la maldad, la crueldad o la miseria. La vida no se puede entender.
¿En el amor a la música va implícita la paz?
Hombre, verás tú. Hay un chiste que dice que ninguna guerra se hizo después de comer. Pues por lo mismo te puedo decir que ninguna guerra se hizo mientras estábamos en una jam, tocando y cantando con la gente.
En Sombrero roto se habla de hermanos, de darse la mano, de la libertad, de sentimientos, de quererse, del verano… de llevarnos bien, vaya: “Titirá”, “Ojalá”, “Chamariz”… De hecho, “Chamariz” me suena a “chamán” y a Juan Tamariz.
(Risas) Está guapo eso. Me encanta. Ambos son grandes ídolos míos. El gran chamán es el don Juan que noveló Carlos Castañeda. Hay gente que dice que es real y gente que dice que no llegó a existir. Pero no hay duda de que los indios yaquis y los chamanes existen, y que lo que Carlos Castañeda a lo mejor fabuló y escribió no era exactamente real, pero ahí hay muchísimo de realidad. Y Juan Tamariz es uno de mis grandes ídolos. No se puede tener más poca vergüenza, con esa cara, esos pelos y esa vitalidad para afrontar la vida. Es una alegría de persona. Es un tío que rompió moldes en cuanto a lo que es el amor a sí mismo y a tomarse la vida de otra forma, romper barreras personales con la vida… Dejarse de pamplinas y de falsos respetos, y pegar cuatro chillidos sin venir a cuento. Juan Tamariz es un gran mago y es muy bonito lo que hace.
¿Qué es el chamariz?
Es un pájaro, un verdecillo, al que describo en la canción. Es un pájaro muy común, de los más comunes que hay. Es pequeñito, amarillito, verde…
Sobre esto, encuentro “La higuera” como un ritual. Creo que su comienzo parece un cántico zulú. Este sentimiento de paz, de hermanamiento, es algo que ya aparece en otros discos tuyos. Me refiero a “Namasté”, por poner un ejemplo más reciente, el del disco anterior, Sensación térmica.
Namasté es el saludo indio, como una palabra que define toda una civilización y una forma de ver la vida. Una palabra de ritual que viene a significar salud, que Dios te guarde, pero con mucha más complejidad. Namasté es lo mejor de ti, la iluminación y tu templo interior. No alude a nada trascendente o al alma, sino a que tú, lo que tienes, es muy valioso. Un chorro de luz con el que te comunicas con los demás. Tiene esa parte mística, aunque “mística” es una palabra se utiliza mucho para desvalorizar cualquier cosa espiritual. Los más burros que niegan las cosas espirituales después abrazan las cosas más chuscas, las falsas religiones, cosas realmente vacías y nefastas. No está muy bien vista la espiritualidad. Lo de los árboles que te he dicho antes también es otra forma de espiritualidad. Y la espiritualidad también es una cosa de ciencia, de no creernos tan avezados ni tan listos. Una de las cosas que más caracterizan al hombre es la estupidez; somos muy listos, hemos inventado un montón de cosas, pero lo más importante que tenemos es la capacidad de la crueldad, de creernos cualquier mentira y pamplina. También somos capaces de destrozar el medio en que vivimos. Como animales somos muy estúpidos. “Unos desgraciaos”, como diría mi madre.
«Si la vida fuera entendible, no habría el caos, la maldad, la crueldad o la miseria. La vida no se puede entender»
¿Cuándo te diste cuenta de que la humanidad se había vuelto desgraciada?
Hay muchos estudios y cada uno lo ve de una forma. Yo creo que hay un momento de inflexión importante de la Humanidad, que fue cuando el hombre era cazador y recolector y era tremendamente feliz, un hombre con unas cualidades físicas, mentales y espirituales portentosas. Sabía de todo, se enfrentaba a todo, miraba de tú a tú a la naturaleza, tenía una habilidad física para subirse a los árboles y luchar; trepaba, corría, inventaba… Era una bestia con unas facultades increíbles y con una felicidad grande porque vivía, digamos, de paso, teniendo una relación con la vida muy bonita. En el momento que el hombre se pasa a la agricultura, llega y dice: “Esta tierra es mía”. Ahí es donde empieza la dificultad humana, la civilización, el lenguaje, el dinero… Pero también es donde empieza el lumbago, la crueldad, la envidia y la miseria.
¿Crees que la espiritualidad ha ido a la misma velocidad que la avaricia?
No lo sé. Lo que sí se puede ver es, que hoy, la cantidad de las personas no va paralela a la cualidad. Hay un desarrollo en cantidad que no se corresponde con un desarrollo en cualidad. Estamos sobrepoblando el mundo, pero no tenemos la capacidad ni la autonomía personal, ni como especie ni como individuos, para entenderlo y poderlo frenar. El problema que tiene ahora mismo la humanidad hasta ahora no lo habíamos tenido: somos demasiados.
Y seremos más. La ONU ha dicho que, en el 2050, la población mundial alcanzará los nueve mil setecientos millones de habitantes.
Es que somos demasiados. Y no por ello somos estúpidos, pero ser demasiados es la primera prueba palpable de que somos estúpidos.
¿Hará falta un depredador?
Nosotros nos depredamos a nosotros mismos. Nunca ha sido un problema para los militares.
¿Hiciste la mili?
Sí, hice la mili.
¿Dónde?
En el campamento de Cerro Muriano, en Córdoba. Después estuve en Sevilla.
¿Cómo fue tu experiencia militar?
Yo ya estaba enamorado de los Beatles y de Bob Dylan. No era una cosa que me entusiasmara.
«Esta historia de hacer canciones diferentes va mucho con mi espíritu investigador de encontrar texturas y formas nuevas»
Se le puede cantar a la vida de muchas maneras, y tú lo haces en inglés con “Miss you”, la última canción del disco y la única, además, que no tiene sintetizadores. El resultado es una canción preciosa.
Sí, es muy bonita. “Miss you” es una canción como todas las canciones: cuatro acordes, muy sencilla y muy alegre. “Miss you” me encanta. Es una canción bonita que se me ocurrió, pero no sé cómo salió la música. Como tengo el “Te echo de menos”, me empeñé en hacerla en inglés. Me dio por ahí, pero no sé por qué. Me inspiré en hacer algo como Los Payos, de los sesenta, como una rumba pop. “Miss you” está tocada en directo, con todos los músicos alrededor de la mesa. Tiene vitalidad y frescura. Es una música alegre con la que te dan ganas de cantar, de bailar… Yo la visualizaría como una especie de fiesta onírica en un jardín maravilloso con muchas flores y muchos animales raros.
¿Por qué este disco, como se dice en el libro, tiene «algo de excesivo»?
Todos tenemos algo de excesivo y todos los momentos tienen algo de excesivo. ¿Pero quién lo dice?
El libro, textualmente, dice: «Este disco tiene algo de excesivo. Será porque se encuentra en el filo».
Bueno, algo de excesivo tiene la variedad temática, incluso la variedad estilística. Realmente es un disco que tiene mucha información en ese sentido. Normalmente los discos son más homogéneos; coges un estilo y lo desarrollas, pero aquí no hay un estilo a desarrollar, sino que hay diez canciones que son bastante diferentes. Tienen algo que las une, pero mucho que las separa también. En el Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band de los Beatles cada canción era diferente y eso siempre me ha gustado mucho. Después está Bob Dylan, que era más uniforme en sus discos, igual que otros muchos músicos. Pero esta historia de hacer canciones diferentes va mucho con mi espíritu investigador de encontrar texturas y formas nuevas.
Sensación térmica también era un disco con texturas nuevas. En ese caso fue con Raül Refree, pero en Sombrero roto trabajas con Martín Buscaglia y Santi Bronquio.
En este disco es muy importante mencionar la producción de Martín Buscaglia. Él viene también de un mundo muy peculiar suyo, hay que conocer sus discos uruguayos. Después hizo el trabajo conmigo de El Pimiento Indomable. El productor al que llamé para que pusiera orden en este aparente caos fue él. Después, Santi Bronquio le da los sonidos más contemporáneos, ayudándome a ponérselos. Yo se los daba, pero de mala calidad. Puedo dar mi opinión sobre los sonidos de las voces, las guitarras, pero para las maquetas utilizaba unos sonidos con los que más o menos me guiaba. Por ejemplo, “La higuera” la hice exactamente tal y como está, pero no con sonidos de esa calidad. Ahí me ayudó mucho Santi, pero Martín fue el primer productor (me ayudó a elegir las diez canciones) y yo he sido un poco el director de la producción.
En “Autorretrato” dices que eres un tipo «feo y sin salero». ¿Cuándo puede alguien, en este caso un músico, hacer un autorretrato? Cumples sesenta y siete años…
Hay que pasar una edad. Yo veo que hoy la gente está mucho en el gimnasio, y no van para después decir que son feos. Es otra cosa del mundo en el que vivimos hoy. Esta canción, “Autorretrato”, también es una apuesta ganadora, porque a todo el mundo le hace gracia que digas tus defectos, y eso lo puedes decir cuando ya no eres tan presuntuoso, cuando ya tienes una edad y te das cuenta de que el mundo no es Instagram.