«Algunos no se han enterado de lo fundamental de este negocio: que lo que han hecho otros no lo hagas tú»
Sediento de vanguardia sin olvidar las raíces. Así se presenta Kiko Veneno en Hambre, el disco con el que recoge el testigo de su celebrado Sombrero roto. De él habla en esta entrevista con Arancha Moreno.
Texto: ARANCHA MORENO.
Foto principal: AKIMOSKI.
Foto interior: ALICIA ALBIÑANA DOMINGO (KAOTHIC ALICE).
Poesía y calle. Flamenco y vanguardia. Dylan y Camarón. Kiko Veneno es hijo del eterno contraste y no entiende la música sin raíces, pero tampoco sin evolución. Prueba de ello son sus últimos cachorros musicales: Sombrero roto, uno de los discos más importantes del 2019, y el recién publicado Hambre, que ha visto la luz el Día de la Música. Una colección de canciones donde hay pasado y futuro, coproducido por él mismo junto a Javi Harto, Hartosopash. La constatación de que Kiko Veneno continúa nadando contracorriente. Pena que tuviese que coger el AVE después de esta entrevista en las oficinas madrileñas de Spanish Bombs. Nos faltó resolver dónde van las cosas que no vuelven más, como las preguntas que se quedan sin hacer.
Fuiste protagonista de la primera portada de Efe Eme en papel, en el 98, junto a Raimundo Amador. Más de 20 años después, Efe Eme eligió Sombrero roto como el quinto mejor disco nacional del 2019. ¿Crees que la crítica musical siempre ha entendido y valorado tu trabajo?
Creo que sí, en general. Cuando salí hubo tres críticos que escribieron sobre Veneno, y creo que fue fundamental para que años más tarde fuera un disco de culto. Fueron Diego Manrique [que escribió la hoja de prensa para CBS]; José Manuel Costa, que escribió en El País, y [Jesús] Ordovás, que escribió en Disco Exprés. Los tres pusieron unos puntos de referencia que ayudaron a que mi música pudiera ser conocida y divulgada por la gente. Claro que sí que me parece bien la crítica musical.
¿Crees que alguno de tus discos se ha infravalorado y, al contrario, que alguno se ha sobrevalorado?
Sobrevalorado, te diré que ninguno. Infravalorado, alguno.
Los creadores tenéis una relación cambiante con vuestra propia obra. ¿Con cuál de tus discos mantienes mejor relación?
Con todos.
¿No hay ningún disco que no refleje el artista que eres?
Hay un disco, el disco quizá más pobrecito de mi carrera, El pueblo guapeao [1989]. Es un disco sin productor, con muchas dificultades de gestión, descontrol en el estudio, caos organizativo, una falta de criterio, sin responsabilidad… Total, que cuando llevábamos en el estudio un mes, llegó el de la compañía de discos y dijo: «Esto se ha terminado». Esa noche el técnico mezcló una canción, “Palabras para Julia”, y el resto, «tal como esté, se entrega». Ese fue el disco más pobrecito que he hecho, sin duda. Un disco sin cabeza desde el principio, sin productor. Pequeño salvaje [1987] también se resintió, sin duda, de una falta de presupuesto importante. Al grabarlo en Madrid el presupuesto se redujo a la mitad, y eso se nota mucho. Pero bueno, son discos entre Veneno, del 77, y Está muy bien eso del cariño, del 95. Esos años fueron los que sufrí más en la vida, en el sentido de que veía que no podía instalarme en la música, que la música no tenía un lugar para mí. Esos dos discos, que son de los más flojillos que he hecho y con más dificultades, son de esa época.
A estas alturas del camino, ¿qué es para ti el éxito?
Pues lo que estoy teniendo ahora, sobre todo que me llamen para ir a cantar. Los discos no se venden, no se gana dinero en Spotify, por más que tengan millones de escuchas no ganas un duro. El éxito ahora mismo para mí es despertar un poco de emoción cuando salga algo nuevo y, sobre todo, ir a los sitios y que me espere la gente con cariño para oír mis canciones. Con eso tengo de sobra. Y poder comer decentemente y bien de la música. Yo vivo bien de la música, no como Miguel Bosé, pero sí vivo bien.
Sombrero roto dejó el listón muy alto. ¿Cuesta más juntar músicas y letras después de firmar un disco tan bien recibido?
Te hago un chiste fácil: Sombrero roto dejó el listón muy alto, pero yo soy saltador de pértiga. Para mí el listón siempre es el mismo: tener una mezcla de espontaneidad, creatividad y estar cerca de los sonidos actuales. No entiendo a los grupos, a gente que admiro, que son buenos artistas, tienen alma, pero hacen un disco y suena como el rock inglés de los años ochenta. ¿Pero qué interés tiene esto? Algunos no se han enterado de lo más fundamental de este negocio: que lo que han hecho otros no lo hagas tú. El hombre de las cavernas ya lo hacía: si alguien había pintado un bisonte bueno, no se ponía a pintar otro bisonte, porque ya estaba de puta madre. Es de las pocas cosas que no entiendo de la música. Bueno, sí la entiendo. La música te devuelve tanto, te hace sentirte tan bien y tan en armonía con el mundo, que mucha gente hace música aunque no tenga ninguna relevancia, no esté aportando nada y esté imitando cosas que ya se han hecho. Aunque creativamente no tenga ningún interés. Así se logra entender eso. Antes no lo entendía. La música es una actividad profesional, pero sobre todo es una actividad emocional, entonces mucha gente piensa en la música en esos términos y ya está. ¡Qué le vas a hacer! Pero no van a llegar nunca a nada. Nunca van a tener éxito, porque ya está hecha esa jugada.
Hambre es una continuación de Sombrero roto. ¿Cuántos cables conectan una obra con la otra?
Seis canciones de este disco eran canciones de Sombrero roto. En Sombrero roto, las diez primeras canciones que pude trabajar y llegaron a buen puerto, se quedaron ahí. Las otras siguieron desarrollándose, y estas seis continué trabajándolas yo. Luego están “Hambre” y “Madera”, que son de nueva creación, durante el confinamiento; “Días raros”, que intenta captar el ambiente opresivo e inquietante del confinamiento, y “La felicidad”, que es una canción anterior a todo eso.
Dicen que este disco está lleno de «hambres», entendidos a veces como el deseo, la necesidad física, la lucha por salir adelante. ¿El disco gira en torno a ese concepto, al hambre entendido desde diferentes ópticas?
No, no es un disco conceptual. Es como Sombrero roto: una colección de canciones que hablan de mí, del mundo actual, pero no es un disco conceptual.
«Sombrero roto dejó el listón muy alto, pero yo soy saltador de pértiga»
Dylan hablaba del hambre por investigar. ¿Has saciado ese hambre en alguno de tus discos, o no hace otra cosa que agudizarse con el tiempo?
El primer disco de Veneno nos quedamos saciados, porque era una cosa que nadie había hecho. Era un sonido totalmente innovador, único, no teníamos punto de referencia, así que nos quedamos saciados. En mi primer disco en solitario me encuentro sin referencias. Ya no era un Pata Negra, me encuentro sin referencia y empiezo a hacer esos discos de relleno hasta el 92, que pude adueñarme de nuevo de mi instinto creativo, y sobre todo tener un equipo que estaba trabajando para mí, no en contra mía. Es cuando sale Échate un cantecito, que también fue una innovación en el sonido. En ese momento no se dio cuenta nadie, pero con el tiempo te das cuenta que es un disco con acento africano, con rítmica africana. Después, con ese sonido hice varios discos seguidos, con el productor Joe Dworniak, digamos que no hubo ninguna ruptura importante. Intenté abrir el campo en el tercer disco que hice para la multinacional BMG, que fue Punta Paloma [1997], y la discográfica se enfrentó totalmente a mí por haber intentado abrir el campo de Échate un cantecito. Me di cuenta de que no podía contar con la compañía, terminé con ellos y empecé con La familia pollo [2000]. Es un disco hecho en casa, con ordenador, producido por mí y por Charly Cepeda, y ahí intento innovar algo, aunque hasta que no hago El hombre invisible [2016] no intento crear otro sonido nuevo. Dice la gente [2010] sí podría haber sido un disco conceptual, de acústica africana. Después, siguiendo la misma técnica de ordenador, de trabajo casero utilizando los sonidos contemporáneos, hago Sensación térmica [2013], que lo produce [Raül] Refree, un disco que da un paso adelante importante. Sombrero roto da un paso adelante de nuevo, y conecta con lo contemporáneo, con lo cotidiano, que es este disco último, Hambre.
Entonces, ¿has saciado tu hambre del todo?
Todos estos discos me han dejado saciados, todos. He hecho lo que te pretendía, incluso mucho más. Tú te pones a hacer una canción y no sabes lo que te va a salir, yo no esperaba hacer una canción tan interesante como “Hambre” para este disco, pero me ha salido y estoy muy contento y muy feliz.
En “Yo quería ser español”, de Sombrero roto, escribes «lo que más dinero da es el miedo», «no hay negocio como la guerra». Hambre se abre con la canción que da título, en la que hay una clara denuncia social…
No… ah, bueno, dice «yo quisiera que no hubiera hambre en el mundo», pero lo que domina en el mensaje es «yo quisiera que no hubiera hambre en el mundo / como la que tengo yo de ti». Es una canción de amor, no de necesidad.
Lo que quería plantearte es que en las dos canciones, y en otras como “Duele”, hablas de la pobreza y el dolor, dos temas que pueden resultar incómodos en ciertos escenarios de nuestra vida. ¿Pasa también en las canciones?
No es normal que yo los utilice. La gente siempre me ha pedido alegría, aún sabiendo que tengo mucho interés en la política y en el desarrollo de la sociedad, la convivencia. En este disco, por primera vez en mi carrera, hablo de temas como el dolor o el cansancio. Me he atrevido a esto porque soy viejo ya, porque nadie me va a reprochar a los setenta años que diga lo que quiera. Creo que me he ganado el derecho a estar cansado, a decir las cosas que me duelen. Con “Estoy cansado” no es que me haya ganado el derecho a decirlo; me he ganado el derecho a solidarizarme con la gente que creo que está cansada en esta vida. Yo, personalmente, no estoy cansado. Vivo muy bien y estoy muy contento de tener una profesión tan bonita, de viajar, encontrarme con el público y dedicarme a una cosa tan creativa. No estoy cansado, es una llamada hacia los demás. Me solidarizo con la gente que está realmente cansada y agobiada de cómo nos maltrata el mundo.
Siempre se ha dicho que eres un maestro en el arte de escribir sencillo. ¿Qué hay que depurar mejor: el pensamiento del que se parte, o la clave es limar la frase compleja hasta llegar a la idea sencilla?
Partimos de los pensamientos. Las palabras intentan reflejar estados de ánimo, pensamientos, opiniones. Creo que son pensamientos, pero también me fijo mucho en la sonoridad de las palabras. Intento sacarle a las palabras lo que tienen dentro de sí fonéticamente. Me gusta que mi mensaje sea cortito, sencillo, y que las palabras, sonoramente, te den una pista de lo que quieren representar. La misma frase «yo quisiera que no hubiera hambre en el mundo / como la que tengo yo de ti» tiene una fonética que te ayuda a expresar con sencillez ese pensamiento. «Hambre / tengo hambre» es como un bucle, parecen unos fantasmas cantando ahí, la parte sonora tiene mucho que decir. “Estoy cansado” también tiene algo monótono, que se repite cansinamente. Utilizo la fonética a mi favor.
«Lo malo del indie español es que está en contra de las raíces, ni flamencas, ni catalanas, ni gallegas ni nada, es una música impersonal en ese aspecto»
Dices que tu música siempre aparece de fiesta, pero canciones como “Días raros” las has escrito durante la pandemia.
Hay un sonido opresivo, ahí, que refleja el aire de la pandemia. Es más, ahora la estamos preparando para el directo y no la vamos a hacer tan opresiva, la versión que hacemos ahora es más alegre.
¿Esta situación que hemos atravesado te ha enseñado a escribir desde otro lugar?
No. Yo escribo con los mismos procedimientos desde que empecé. Me dejo llevar por mi intuición, por los sonidos de las palabras, procuro leer mucho, poesía, literatura, escuchar mucho a la gente. Esas son mis fuentes de información. Las palabras en español me parecen maravillosas, el castellano me parece un idioma extraordinario y hay que dejarse llevar por él. Cuando digas «pereza», desperézate; cuando digas «hambre», muestra hambre. Es un idioma tan rico, tan expresivo, que me ayuda mucho a decir en pocas palabras lo que quiero. El inglés es muy económico, pero el español es expresivo, suena bien.
En “Luna nueva” dices «voy a besarte nada más se acabe la confinación». Otro guiño a la pandemia.
Sí, aunque esta canción no tiene nada que ver con eso, es una canción optimista, de las que se me quedó sin terminar en Sombrero roto.
Las menciones a esa situación, por extrema que sea, son siempre desde la luz.
La busco, la busco. Busco la luz, no estamos aquí para difundir la oscuridad.
Aunque sí que hay un goteo inquietante en “Estoy cansado”.
Sí, sí, es un goteo, un grifo. Es un grabador que tengo de cine. El disco está lleno de sonidos de fondo.
Sí, el ejercicio de escucharlo con auriculares, de noche, es un espectáculo: te sobresaltas pensando que son ruidos de tu casa. No esperas esos sonidos.
Sí, hay un sonido de una batería de algo también. Eso ya estaba en Sombrero roto, y un poco en Sensación térmica. Me divertía mucho enriquecer las canciones, pero no desde el punto de vista de la gran producción musical, de los sonidos contrastados de instrumentos clásicos y convencionales. Esto es una cosa muy pop que se empezó a desarrollar en la música del siglo XXI, muy artesana, autogestionada por la gente con sonidos caseros. Todo eso le dio mucha posibilidad a la gente de establecer sus propios sonidos, mucha independencia, mucha autodeterminación. A mí la técnica en la música española siempre me ha parecido muy pobre, el estado de los estudios de grabación. En televisión no hacían música en directo porque no sabían cómo grabarla. En mis primeros discos los aparatos se estropeaban, no había un puñetero técnico en España que supiera sonorizar una batería en los setenta, ochenta. No empezó mal, en la época de Peret y Los Brincos se grababa mucho mejor que cuando vinieron las multis en los ochenta y los noventa. Eso me pareció siempre un desaguisado. Fui a grabar a Londres en el 92 y vi cómo se grababan los discos, cómo se había hecho la revolución pop, con gente inteligente, con una jerarquía, con un rigor técnico. En Londres no se estropeaba nada, todo funcionaba a la perfección, no como aquí, que era una chapuza. ¿Esto como se mejora? Esta generación de la que te he hablado, de la que surge la nueva tendencia de hacer discos en casa, y darle tu sello personal, tu propio aditamento sonoro, ha conducido a una generación joven en España que no ha aprendido en ninguna escuela, sigue sin haberla, pero ha adquirido una suficiencia en el manejo de la técnica de grabación y el sonido que ya es contemporánea. Ese bache lo están saltando.
En una entrevista en Valencia Plaza dijiste algo que me llamó la atención: «La música indie, con treinta años de historia, no se recordará porque es generacional y valiosa, pero mucha de ella es impersonal y no tiene raíces».
¿Por qué C. Tangana ha hecho un disco de raíces? Porque quiere que su música quede ahí.
¿Cuáles crees que serían las raíces del indie español de nuestro tiempo?
¡No tiene! Lo malo del indie español es que está en contra de las raíces, ni flamencas, ni catalanas, ni gallegas ni nada, es una música impersonal en ese aspecto. ¿El rock y el pop internacional? Eso no son raíces, eso es mercancía. Las raíces son otra cosa. Y ahí lo dejo.