Kike Cardiaco: «Me gusta más ser irónico que ácido»

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Kike Cardiaco en el Black Dog. Foto: José Vicente Revilla.

«Cuando me dicen que (Los Cardiacos) nos volvamos a reunir, digo: “No, siempre será mejor tu recuerdo de nuestro último concierto que lo que vas a ver ahora”»

 

Alma máter de Los Raros, Los Cardiacos, El Cometa Errante o No More Bears, Kike Cardiaco se lanza en solitario con Las tecnológicas no dan la felicidad. Buena excusa para recorrer con él más de cuarenta años de canciones. Por Arancha Moreno.

 

Texto: ARANCHA MORENO.
Fotos: JOSÉ VICENTE REVILLA / CHEMA BAÑOS / EDUARDO FIDALGO / SAMUEL PROWSE.

 

Seguir la pista de Enrique Jiménez, conocido como Kike Cardiaco, es rebobinar unas cuantas décadas y recorrer con él un puñado de grupos. Alguno tan legendario como el de su apellido, Los Cardiacos, que desde finales de los setenta hasta primeros de los noventa dejaron un puñado de discos que les han sobrevivido (y, recientemente, con un par de singles reeditados por primera vez en vinilo). Tras ellos llegaron otras formaciones, como El Cometa Errante, que continúa en activo, o No More Bears, con los que también sigue trabajando. Y ahora nos sorprende firmando Las tecnológicas no dan la felicidad, su primera colección como Kike Cardiaco, un ecléctico cancionero que demuestra que este leonés de origen abulense sabe moverse entre el jazz manouche, la bossa nova y los ecos de Kraftwerk con absoluta naturalidad. Al otro lado del teléfono arranca el motor de una historia, la suya, plagada de personajes, historias y canciones.

 

En 1979 fue el debut en casete Los Cardiacos, pero tú ya llevabas más de una década enredado en proyectos musicales. ¿Cuándo comenzó todo?
Empecé de adolescente, en mi primer grupo, Los Raros, tenía 14 o 15 años. Luego empecé a estudiar Políticas en Madrid. En el 78 monté Los Cardiacos y me dediqué de lleno al grupo.

Sorprende descubrir que debutasteis en un casete autoeditado. Ahí se os puede considerar pioneros, porque la autoedición tardó casi tres décadas en asentarse en nuestro país.
Tuvimos el acierto de atrevernos a publicarlo en cinta de casete haciendo multiplicaciones en nuestras casas con las máquinas que había entonces, sin esperar a que nos cogiese ninguna compañía.

¿Y cómo ha sido esta travesía de más de cuatro décadas entre canciones?
Los últimos 22 años he estado trabajando como profesor, en la Escuela Municipal de Música de León, dirigiendo el área de Música moderna. En todo ese tiempo los ratos que tenía los dedicaba a mis propias composiciones. Desde el 97 existía El Cometa Errante, porque Cardiacos terminó en el 92. Por eso mi nuevo disco hace un guiño al primer disco de Cardiacos, que se llamaba Las discográficas no dan la felicidad. Se llama Las tecnológicas no dan la felicidad porque ahora son los monstruos que se nos han metido en medio, y las disqueras no pintan nada porque tienen que pasar por sus manos. Eso ha complicado el mundo de la música, he estado ahora en alguna compañía y la gente que trabaja allí está chequeando los segundos que suenan sus anuncios en YouTube, porque ahí es de donde cobran. La situación es un poco patética, en ese sentido. Las compañías se han quedado de subyacentes a las tecnológicas.

Al margen de ese guiño en el título entre el primer disco de Los Cardiacos y este nuevo trabajo como Kike Cardiaco, encuentro otros puentes en tu pasado y tu presente, como tu falta de prejuicios estilísticos. A finales de los setenta hacíais pop, rhythm and blues, soul, ska, acercamientos a la electrónica…
Generalizando, hacíamos rhythm and blues. Los Cardiacos teníamos una canción que hablaba de esto, “Pepi pop”. Les explicamos a cada uno de los estilos por qué nos sentimos libres para explicarnos en un lenguaje que salía de nosotros mismos. Ya teníamos recursos para hacerlo.

¿De dónde partió esa amplitud de miras?
En León, cuando tenía 12 o 13 años fui a unos festivales internacionales de conjuntos musico-locales, donde vinieron grupos ingleses, franceses… por eso me colgué en esta historia. Desde ahí, y con el primer “She loves you” de los Beatles, y escuchando el Vuelo 605 de Ángel Álvarez, que para oírlo tenía que colar una antena del patio de mi casa de unos diez o doce metros, porque si no no entraba Radio Peninsular de Madrid. Ángel era piloto y traía los discos calentitos desde Nueva York. Luego tuve la suerte de encontrarme con compañeros que venían de otras zonas musicales, similares pero nunca iguales. Había un feedback, un efecto multiplicador.

 

Primera formación de Los Cardiacos. De izquierda a derecha, Carlos, Kike, Chiqui, Toño, Maco y Pepe. Septiembre de 1980. Foto: Chema Baños.

«En los ochenta no éramos tribales, ese fue uno de los motivos que nos mantuvo alejados del éxito a Los Cardiacos»

 

Ya que hablas de compañeros melómanos, ¿con qué grupos hacíais más piña Los Cardiacos?
En esos festivales vimos a los que luego fueron los Pop-Tops, que ganaron con el nombre de Los Tifones; los Canarios, los Shakers de Ricardo Sáenz de Heredia… grupos de garage potentes, algo imposible en una ciudad de provincias, y que llenaban durante una semana el teatro Emperador, de tres pisos, con dos sesiones a 1.100 la entrada cada sesión. Pasaba de todo. Ese fue un aprendizaje, nadie te lo enseñaba: ponías el disco en el tocata y lo sacabas como podías. No tenías partituras, ni YouTube con tutoriales. Alguna gente, muy empeñada, seguimos adelante con eso, pero las cosas no eran nada fáciles.

Entre 1979 y 1991, Los Cardiacos publicasteis cuatro elepés, además de singles, epés y maxis, y tuvisteis vuestra pequeña legión de fans. Sois considerados una banda de culto, y se han seguido editando recopilatorios vuestros, incluso se han reeditado ahora vuestros primeros singles en vinilo, con clásicos como “Noches de Toisón” o “Salid de noche”. Aunque ya no estéis juntos, ¿un grupo, en cierto modo, vive mientras sigue siendo escuchado?
Claro. Es más, cuando me dicen que nos volvamos a reunir, digo: «No, siempre será mejor tu recuerdo de nuestro último concierto que lo que vas a ver ahora». Entiendo que la gente, como los toreros, vuelvan a salir después de cortarse la coleta, pero no lo comparto. Si fuese irremediable porque estuviéramos lampando… pero no es el caso, entonces no hay que hacerlo. Nuestro trabajo está condensado en esos años, está ahí. Las canciones que hicimos quedan ahí. Constantemente escuchamos las voces de cientos de muertos en la música de blues antigua y primitiva. Están muertos, sin embargo les oímos y parece que están vivos.

No mucha gente sabe que fuiste el productor de Viviendo en la era pop, el debut de Los Flechazos, en 1988. ¿Cómo surgió, y qué recuerdas de aquella grabación?
Soy el productor de sus dos discos, como son de León… Yo tenía una relación muy estrecha con DRO y empecé a producir alguna cosa, La Coartada y tal. Les vi aquí, me gustaron y los propuse. Les grabé una maqueta en un estudio que tenía, era PIGS, Producciones Imperfectas de Garage Sumergido, y convencimos a Servando [Carballar] para grabar los dos primeros, Viviendo en la era pop y En el club. Ellos eran unos críos y tuve que pedirle permiso a los padres de alguno para que pudieran venir a grabar a Madrid, y a alguno de ellos devolverle por la noche en el tren de Chamartín, y a otro enseñarle algunos locales de la ciudad, como El Avión, que era un piano bar excelente. Salí por la noche con ellos y les enseñé un poco. Las compañías me daban una semana para hacer esas grabaciones, para resolverlas. Otra gente tenía un mes, pero nosotros teníamos 100 horas, había que llevarlo más currado, pero el grupo lo tenía trabajado y no fue nada difícil.

A mediados de los noventa iniciaste una nueva etapa con El Cometa Errante. ¿Cómo describirías esta nueva etapa, por qué iniciaste ese proyecto?
Fue en el 96, sí. Fue para destacar cosas que no se podían hacer con lo electrónico, con más peso acústico. Combinamos una guitarra de nylon que yo toco con una acústica de cuerdas de acero que es la que toca mi compañero Rafaria [Montecristo]. En el primer disco no había bajo, era un momento de retorno personal a una cosa acústica. La gente se sorprendía: «¿Cómo no sacas la Strato?». Nos lo curramos, el primer disco está por ahí circulando y hemos sacado tres. Pero es como un cometa, salimos de vez en cuando. Ahora nos juntamos otra vez para sacar un epé que saldrá en las plataformas en diciembre o enero. En aquel momento no había empezado a dar clases, estaba organizando festivales, como los cuatro primeros años del Purple Weekend internacional en León, como empresario. Al terminar Cardiacos, en los años noventa viví de eso. Luego ya entré en la enseñanza y estuve 22 años. Me jubilé, pero sigo preparando material, ya ves.

¿Por eso has editado, en solitario, Las tecnológicas no dan la felicidad?
Jose [se refiere a Jose Antonio Gómez, del sello Selenitas] me sugirió que publicara las cosas que había estado haciendo en los últimos años, desde 2013 al 2022. Alguien que tiene que enseñar no le queda más remedio que aprender, es casi cuando más se aprende. En Los Cardiacos ya había alguna señal de mi simpatía por el swing manouche, por Django Reinhardt, es un estilo que también controlo un poco y aparece sobre todo en El Cometa, pero aquí también, en “Ecos de León” o “Iniciales CHB. Canción francesa para Chema Baños”. Soy experto en música francesa de esa época.

Entonces, este disco que acabas de editar lo has hecho empujado por tu compañero Jose Antonio Gómez.
Claro, había algunas que no estaban publicadas ni nada, pero las iba haciendo como un trabajo de estilo de quien está dando clases. Hay canciones dedicadas a los fallecidos porque… como no me gusta ir a los funerales, hago homenajes.

 

Rafaria Montecristo y Kike Cardiaco, El Cometa Errante, en la terraza del Tula Varona. Foto: Eduardo Fidalgo.

«Como no me gusta ir a los funerales, hago homenajes»

 

Te despides de ellos a través de las canciones.
Sí, hay otra dedicada al padre de un compañero de la escuela. José Dolores Quiñones era un compositor latino excepcional. en España se le conoció mucho por “Camarera de mi amor”, pero escribió música también para Jorge Negrete, películas en México y tal. Su hijo fue compañero mío quince años en la escuela. Los dos fallecieron y le he dedicado “En el 62” a sus andanzas en Madrid junto a Antonio Machín, en Pasapoga y esos sitios. A pesar de ser años oscuros ellos se lo pasaron bastante bien, casi como Rita Hayworth [risas].

Sí, José Dolores Quiñones escribió también boleros para Celia Cruz, el propio Antonio Machín… y también han cantado canciones suyas Lola Flores o Caetano Veloso. Ahí estaban “Los aretes de la luna”, “Vendaval sin rumbo”…
Sí. En el 2002, él vivía en Toulouse y le trajimos a León a hacerle un homenaje en el auditorio. Falleció en 2008, y su hijo murió hace dos años. Por eso la canción. Tengo otro grupo, No More Bears, con el que voy a sacar algo próximamente. Coincidí con ellos en la escuela como alumnos y ahora somos amigos, son profesionales de otras materias a los que les gustaba mucho la música y querían tocar. Esa pasión por músicas distintas, como la francesa o el swing, de jazz manouche, convive armoniosamente con lo otro. Por eso me han comentado que parecía un trabajo de estilo, pero no, es sencillamente por disfrutar. Yo me libero. Hay grupos más monotemáticos, en los ochenta se exigía un cierto tribalismo y nosotros no éramos tribales, y ese fue uno de los motivos que nos mantuvo alejados del éxito.

Ya veo que el eclecticismo de Las tecnológicas no dan la felicidad procede de varios sitios: de tu falta de prejuicios estilísticos desde siempre, del origen de estas canciones, del rango de fechas, que algunas tienen diez años de diferencia… El disco se abre con el retrato de una ciudad y una época, la Barcelona de los sesenta, que compones a raíz de un episodio más reciente, de 2017. ¿Cómo surge?
Yo he sido muy seguidor de lo que salía de allí. Las primeras bandas que escuchaba eran Lone Star y Los Salvajes, más que las bandas de Madrid. Luego fue con la música progresiva, flipo con un concierto de Máquina! aquí en León, por ejemplo. La canción de autor, como Pi de la Serra. Serrat, sobre todo el principio, y Ovidi Montllor, que me acerca a la poesía de Joan Salvat-Papasseit… Me sentía muy afín a las cosas de allí. Recuerdo la primera vez que tocamos allí, en la sala Zeleste, debía ser el 83 porque ya éramos cuatro solo. Allí nos trataron muy bien. Tuve la impresión de que algo se rompía en 2017, me llegó un mensaje que quizá interpreté mal. Ahora sé que hay mucha gente que no lo quiere, pero tuve la sensación de que se me pedía que me olvidara de todo eso. Lo que cuento en la canción es que esas eran mis credenciales. Desde León he estado muy pegado a todo eso y lo quiero seguir estando.

De ahí ese desfile de personajes en “Letanía de los que perdimos Barcelona”: Freddie Mercury, Montserrat Caballé, Salvador Dalí…
Exactamente. Y falta gente. Nosotros tocamos mucho allí. Siempre hemos sido muy bien recibidos, hasta en los ochenta mejor que en Madrid. En el 86 en Madrid, cuando hacemos las galas en el Agapo, no hay la misma respuesta. Mi vinculación era muy clara en eso. Fui a ver al Monumental de Madrid a Ovidi Montllor. Eso es lo que quiero decir, ¡que no me lo quiten!

 

No More Beers en el Four Lions. José Vicente Revilla, Richard Prowse, Javi de Celis y Kike Cardiaco. Foto: Samuel Prowse.

«La música es un viaje interior, más que exterior»

 

Hay otro retrato de una era en “Frágil juventud”, un guiño a tus primeros pasos con una banda que tuviste a finales de los sesenta. La has mencionado antes: Los Raros.
Con quince años. La canción, técnicamente, es algo que entonces se llamaba sonido Detroit y que yo, por los pocos conocimientos que tenía, no podía hacer, así que la ha hecho ahora, cuando podía, porque la letra no podía hacerla entonces. En ese sentido está en dos espacios. La letra habla de esa idea de la adolescencia, que está sobrevalorada y a la vez muy anhelada cuando se pierde. Me interesaba ese contraste para ver cómo algunas cosas, por eso de que pasan fugazmente, no las disfrutas. Eso que pasa es la vida. Tienes la sensación de que va ser algo muy duradero, como si fuera eterno. Una contradicción con patas.

“De Ipanema a Grecia” se mueve en otras coordenadas, más cerca de la bossa nova, pero sí hay un tratamiento similar en las voces de “Frágil juventud”, un traje industrial con ecos de Kraftwerk. ¿A qué se debe?
Claro, a mí también me gustaron mucho Kraftwerk. Cuando salió su primer disco y vi a esos señores en la portada, con corbata, en el año 74, dije: «¿Esto qué es?» [risas]. En sus conciertos a veces se quedaban solo las máquinas, me parece que estaba muy bien. Esa idea de usar el vocoder para la voz, que utilizo en las dos canciones, rememora todo eso y establece cierta lejanía robótica. Algunos pueden pensar que el producto puede ser un poco raro, pero yo soy heterodoxo, está claro. La bossa nova así no es muy heterodoxa, pero a mí me gusta.

Ya has mencionado otro de los homenajes, el tema en francés “Iniciales CHB. Canción francesa para Chema Baños”.
Sí, parodiando el título de Serge Gainsbourg. Chema era muy amigo mío y falleció en 2010. Si tuviera que recordar lo que toqué ahí me tendría que poner a estudiar otra vez, porque fue en 2011 o 2012. Me ayudaban compañeros de la escuela, profesores como el batería o el pianista.

En las letras se percibe una mirada crítica en canciones como “Skrisis dance”, sobre las crisis económicas de este siglo.
Sí, en 2008 fue la crisis de las hipotecas subprime, y nosotros la vivimos desde el puesto de trabajo con una inseguridad total. Hubo que defender el proyecto entre los políticos que había en cada momento, porque la crisis nos llevaba por delante. Yo siempre estoy en el tono irónico, me gusta mucho más que ser ácido. Fíjate los Siniestro del primer disco, en “Ayatollah!”: «Sabes que no soy el Sha pero en el nombre de Alá». Me gusta cómo lo hacían, pero yo no soy ácido, salen nombres hasta de empresas que estaban aparentemente implicadas, o la deuda de España. Viví muy de cerca ese problema.

El disco se cierra con “War is over (A la memoria de Lennon en el 40 aniversario)” (John Lennon / Yoko Ono).
Sí, es una grabación muy casera. Le debo eso, muchas canciones suyas me emocionaron de muy joven. La semana siguiente de su asesinato salió nuestro disco Salid de noche y actuamos en el programa aquel, Aplauso. Tengo una deuda pendiente con él por la emoción de las primeras canciones suyas que escuché.

De hecho, en tu época con Los Cardiacos también era habitual veros haciendo alguna versión de los Stones, los Kinks o Lovin’ Spoonful.
Sí, de Lovin’ Spoonful no llegamos a grabar ninguna, pero me gustaban mucho. Un recopilatorio de Los Cardiacos se llama Por sus versiones los conoceréis, y realmente creo que es así. Por eso siempre en directo hacíamos alguna versión.

Y ahora que está en la calle, ¿qué piensas hacer con esta nueva colección de canciones como Kike Cardiaco?
No lo sé, de momento estamos tocando con El Cometa y No More Bears. Con El Cometa ya tocamos algunas de estas canciones, con un formato más acústico. Francamente, no tengo necesidad. Es placer por la música. Más que ir a Benidorm me interesa gastármelo en la música, así de claro. Me lo pide el cuerpo, y si las cosas apuntan a que podamos ir a algún sitio, iremos, está claro.

¿Cuál es, entonces, tu horizonte musical de los próximos meses?
Preparar unos temas con El Cometa Errante para nuestro cuarto disco, actuar y sacar el trabajo de No More Bears, que es en inglés y ocupa otra franja muy diferente. En Spotify he visto que tenemos escuchas de Japón, Canadá… Tenemos muchas escuchas, pero son tan dispersas… Solo cabría hacer conciertos vía YouTube para ellos. Por proximidad, imposible.

La música viaja más que uno, pero uno también viaja mucho a través de la música.
Sí, está muy bien ese eslogan. Es un viaje interior, más que exterior. Y ese reparto que hay es bueno. Las distancias son abrumadoras, de gente anónima a la que le llegan por los algoritmos. Pero bueno, ese es motivo suficiente para unirse con gente a hacer la música que te gusta, y tirarte un tiempo mezclando, grabando y publicándolo, y disfrutando de esa idea de que lo escuchen en sitios tan lejanos.

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