«No elude relatar, y en eso parece que ha sido bastante sincero –aunque sin meter las manos en el cubo de la basura, que el negocio sigue con la persiana subida–, cómo se ha ido deteriorando su relación con el vocalista del grupo, del que traza un retrato bastante feroz»
«Vida» es el libro de memorias que firma Keith Richards, su autobiografía. Importante porque nos presenta la visión de uno de los dos cerebros que mueven ese viejo buque rockero llamado los Rolling Stones. Juan Puchades nos cuenta qué tal está este volumen.
Texto: JUAN PUCHADES.
El anuncio de que Keith Richards andaba pergeñando sus memorias, previo contrato millonario, levantó un cierto revuelo mediático sólo de pensar en las historias que podría narrar el Rolling Stone con fama de más salvaje, el gran pirata, el crápula, el yonqui irredento, el que, según contaba la leyenda urbana, viajaba con cierta frecuencia a Suiza para que le cambiaran la sangre y así seguir manteniendo en pie su escuálida osamenta… El cincuenta por ciento del cerebro bicéfalo de los Rolling Stones. «Vida» (Global Rhythm), una vez traducido al castellano –el lanzamiento ha sido prácticamente mundial y simultáneo, como si de un nuevo «Harry Potter» se tratara–, nos presenta a un Richards más cercano y menos golfo de lo que la leyenda nos ha transmitido, quitándole hierro a algunos de los episodios más tenebrosos, desmintiendo otros –el buen hombre parece que está al tanto de todo lo que se dice de él y que ha leído la bibliografía stone– y narrando algunos inéditos.
Lógico, no ha sido Richards el que se ha puesto manos a la obra y le ha atizado al teclado del ordenador: Se ha dejado entrevistar por el periodista James Fox, quien ha ordenado y puesto en negro sobre blanco la información, aunque luego el guitarrista ha dicho «esto sí, esto no». Se agradece que el texto mantenga el tono coloquial y de colegueo del Rolling Stone, y que no hayan caído en la tentación de pretender firmar gran literatura o de hacer pasar al protagonista por lo que no es. Pero, como en toda autobiografía que se precie, se cuida muy mucho de pintar un retrato lamentable de sí mismo e intenta quedar lo mejor posible (claro, ¡¿quién se molesta en escribir unas memorias para pasar por un completo gañán?¡), tendente a la autocondescendencia: en su largo periodo yonqui deja que el peso del grupo recaiga en Jagger, y cuando vuelve a levantar cabeza le extraña y se siente herido porque el que ha estado conduciendo el carro (y aguantando su dejadez profesional) pase de él y quiera seguir llevando las riendas. El episodio de la salida del sexto stone, Ian Stewart, lo resuelve como si fuéramos unos ingenuos dispuestos a comulgar con cualquier cosa. Tras explicar en las primeras páginas cómo el dinero les movió de forma decisiva para ser lo que son, luego debemos creer que, casi cincuenta años después y cuando las relaciones entre él y Jagger hace tres décadas que se limitan casi exclusivamente a los negocios, están en esto porque les mola tocar juntos cada noche. ¡Venga ya!
Por el contrario, no elude relatar, y en eso parece que ha sido bastante sincero –aunque sin meter las manos en el cubo de la basura, que el negocio sigue con la persiana subida–, cómo se ha ido deteriorando su relación con el vocalista del grupo, del que traza un retrato bastante feroz (no muy lejano, por otra parte, del que conocíamos o intuíamos), obsesionado por la jet set y el reconocimiento, deseoso de apuntarse a la última moda musical, una esponja que absorbe melodías ajenas y cree que son suyas, el hombre que estuvo dispuesto a terminar con la banda… A la vez, ay, Richards es todo corazón, sinceridad y honorabilidad, un brutote sin maldad que ¡ha estado por la música y el buen rollo! Pero Jagger no es el único que sale mal parado en esta historia, Brian Jones tampoco es que fuera muy de su agrado, y él fue todo un caballero cuando le levantó la novia, Anita Pallenberg, que el torpe, rudo y ambicioso Jones maltrataba. Claro, que llegado el momento Anita tampoco termina muy bien, y muy lejos quedan aquellos días en los que se escaparon juntos a Marruecos y entre Barcelona y Valencia ella le hizo la primera mamada, para, ya en la capital del Turia, entre olor a naranjos (hay que joderse con los tópicos), pegar el primer polvo. Porque, señoras y señores, Keith Richards será un cafre pero es un romántico (¡además de un tímido con las señoritas!), hombre de una sola mujer, el sexo por el sexo nunca le interesó demasiado. Eso sí, que se ha metido de todo en su maltrecho cuerpo, ni lo niega ni evita entrar en detalles de sus adicciones, declarándose yonqui sin mayor problema y dando cuenta de cómo ha pasado distintos monos.
Admirable resulta, en todo caso, su pasión por la música, por los discos con los que se formó, por los mitos con los que se educó y a los que luego ha conocido y con los que ha tenido ocasión de compartir experiencias. También parece real cuando narra que, en los últimos años, se ha centrado más en su vida familiar, al resguardo de su biblioteca, porque, otra revelación es que es un devorador de libros y cuando cayó de la escalera en busca de un tratado de anatomía de Da Vinci, no estaba bromeando… El episodio del cocotero (que no era tal) y sus consecuencias, también queda reflejado en las páginas del libro. Interesantes son los encuentros con McCartney, aunque, maldita sea, no se explaya en ellos.
Por momentos mucho más lúcido de lo que cabría imaginar en quien durante años pareció vivir en su burbuja tóxica, sin embargo es capaz de contarnos que Jagger es un solitario que ha perdido la conexión con la realidad, y no parece darse cuenta de que él tiene a sus mejores amigos entre sus guardaespaladas y la gente a su servicio…
En todo caso, la pregunta esencial es si merece la pena zambullirse en las más de quinientas páginas de «Vida». Y la respuesta es sí, un rotundo sí. Si te interesa la historia de los Rolling Stones, su lectura es obligada, además resulta ameno y tiene algunos momentos impagables: Charlie Watts atizándole un mamporro a Jagger, un John Lennon con poca capacidad de aguante tóxico, el viaje iniciático de él y Jagger entre los coleccionistas londinenses de blues en los primeros años 60, la composición de algunas canciones y las interioridades de algunos discos (¡cuánto espacio le dedica al glorioso «Some girls»!), el reencuentro con su padre tras veinte años… Muchos detalles sabrosos deja su lectura, desde luego, pero eso sí, no hay que considerar que estas sean las sagradas escrituras stonianas, es sólo la visión de Keith Richards. De un Richards afrontando el último tramo de su vida. A ver si ahora Sir Mick Jagger se anima y nos ofrece la suya… Aunque lo realmente valioso sería conocer el punto de vista de Charlie Watts, quien podría titular al relato «De cómo soporté durante cincuenta años a estos dos tipos».