OPERACIÓN RESCATE
«Just one night es el punto y aparte perfecto, el postrero acto de amor por el blues de un Eric que de ahí en adelante sería otro»
Acudimos a 1980 para recuperar Just one night, el tercer disco en directo de Eric Clapton. Un álbum grabado en el Budokan Theatre de Tokio en diciembre de 1979 durante la gira de promoción de Backless. A juicio de nuestro compañero Manel Celeiro es el último gran trabajo discográfico de Clapton hasta la fecha. A continuación expone sus razones.
Eric Clapton
Just one night
UNIVERSAL, 1980
Texto: MANEL CELEIRO.
Pese a ser uno de los nombres más populares y laureados del rock clásico, el guitarrista británico ha estado en el ojo del huracán en numerosas ocasiones. Sus detractores creen que es un músico excesivamente sobrevalorado y sus devotos seguidores creen a pies juntillas en aquella famosa pintada aparecida en una pared británica, concretamente en Islington, a principios de 1966 que rezaba «Clapton is God».
Aquella pintada fue repetida con posterioridad en otros lugares del reino británico y llegó a ser vista en Nueva York. Incluso sobre este asunto crecen los rumores, desde los que dicen que fue hecha por un miembro del staff de The Yardbirds hasta que el anónimo autor del grafiti quería poner «Clapton es bueno» («Clapton is Good»), pero ante la llegada de un Bobbie (los famosos policías británicos de a pie) se apresuró a terminarla dejándose una «o» por el camino. Sea como sea, el caso es que Eric ha sufrido en sus carnes ser objeto de controversia. Y es que, en algunos momentos de su carrera en solitario, sobre todo desde el inicio de la segunda mitad de los ochenta, es difícil recordar a aquel joven músico que abandona los Yardbirds por su «deriva comercial».
Los dos Clapton
Repasando su carrera en solitario es evidente que hay dos partes diferenciadas. La que va desde su debut, Eric Clapton (1970), pasando por 461 ocean boulevard (1974), There’s one in every crowd (1975), No reason to cry (1976), Slowhand (1977), Backless (1978) y llega hasta la edición del motivo de este texto, el doble Just one night, grabado en un lugar tan mítico para los discos en directo como el Budokan Theatre de Tokio durante dos noches del mes de diciembre de 1979 y editado en la primavera de 1980. Un álbum que marca claramente el final de esa primera etapa, en el que Clapton se mantiene fiel al blues y al rock and roll de acentos norteamericanos tras superar un inicio de década marcado por su condición de adicto a la heroína, adicción que estuvo en un tris de arruinar su carrera e incluso puso en peligro su vida.
Podemos decir tranquilamente que esta grabación es su último gran trabajo a nivel discográfico, ya que si bien desde entonces ha protagonizado giras en que ha demostrado mantenerse en buena forma, su producción no ha estado a la altura. No creo que sea necesario mencionarlos, pero lo realmente memorable, la obra que merezca la pena recodar, es muy escasa en la extensa lista de referencias editadas desde entonces hasta la actualidad. No, ni siquiera el multimillonario concierto acústico (Unplugged, 1992) filmado por la MTV. Aquel que contiene la famosa “Tears in heaven” que, si obviamos el luctuoso hecho que la inspira —la muerte de uno de sus hijos—, hay que reconocer que la canción es altamente peligrosa para los diabéticos, dada la cantidad de melaza y azúcar que desprenden sus acordes, algo común por otra parte en esta segunda mitad de su trayectoria. Álbumes blanditos, sin mucha chispa, prescindibles y hasta podríamos llegar a escribir que indignos de un músico de su talla.
La última gran bala
Just one night es el punto y aparte perfecto, el postrero acto de amor por el blues de un Eric que de ahí en adelante sería otro. Un doble elepé de música de raíces tradicional, lanzado al mercado en pleno apogeo de la nueva ola, que todavía a día de hoy emociona desde el principio hasta el final, grabado con el acompañamiento de una banda de primera división: Henry Spinetti (batería), Chris Stainton (teclados), Dave Markee (bajo) y el sensacional Albert Lee a la segunda guitarra, que pese a ser en su totalidad de nacionalidad británica le dotaron del sonido más norteamericano de todo su largo recorrido artístico. Ningún otro grupo de intérpretes le ha proporcionado un envoltorio sonoro con tanto aroma a bourbon sureño, cerveza en el porche, barbacoa en el patio trasero y puesta de sol sobre las aguas del Mississippi.
Y él está pletórico, incluso a la voz. Digamos que nunca ha sido lo que se puede llamar un cantante más allá de correcto, lanzando intervenciones magníficas a las seis cuerdas. Su toque deja con la boca abierta en “Early in the morning” o “Worried life blues”, y se glorifica en “Double trouble”, ese tremendo blusazo de Otis Rush. Montan fiesta rocanrolera con pulso firme “Tulsa time”, “Blues power”; se dejan acariciar por aires country, “Lay down Sally”, “Setting me up”; rinde tributo a uno de sus maestros, incluyendo dos temas escritos por J J Cale, “After midnight” y “Cocaine”; bordan la balada “Wonderful tonight” y se despiden con un tour de force magistral, notablemente engrasados, felices, exultantes, provocando el delirio de la enfervorecida audiencia japonesa en los más de siete minutos de “Further up on the road”.
Sí, nadie podrá convencerme de lo contrario, por mucho que insistan: este es el canto del cisne del indiscutible Slowhand, de aquel al que alguien en su momento creyó Dios, del chaval de Surrey que, enamorado de los viejos discos de blues que escuchaba en su adolescencia, decidió dedicar su vida a ellos. Aunque también es un reflejo evidente de otro de los recurrentes temas de debate sobre su figura. De los catorce temas solo uno es totalmente suyo. ¿Es Clapton un buen compositor? Ah, eso quizás es mejor dejarlo para otra ocasión.
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Anterior Operación rescate: Thirteen (1993), de Teenage Fanclub.