«Solo son dos canciones, ¡pero vaya dos canciones!, de esas que valen por una discografía completa»
Con el lanzamiento de un fascinante single de dos canciones, Julio Bustamante completa su disco de este año, Sueños emisarios. Juan Puchades nos habla de esas dos piezas.
Texto: JUAN PUCHADES.
Que Julio Bustamante ha editado el mejor disco español de este año lo sabe usted, lo sabe su vecino del tercero primera y lo sé yo. Su calidad es tan rotunda y evidente que las multitudes lo proclaman a voz en grito por las esquinas y el personal corea sus canciones en plazas y tabernas. De acuerdo… sí, quizá exagero y no son más que ensoñaciones mías de mundos perfectos y no sucede nada de todo ello. Y ni tan siquiera usted y su vecino del tercero primera saben de la existencia de este álbum, pero no me cabe ninguna duda de que Sueños emisarios es el mejor, más arrebatador y más certero disco que me he echado a los tímpanos en 2022. Julio Bustamante ha dejado en él doce canciones para perdurar en la memoria y romper sin contemplaciones los anclajes del tiempo, creadas y registradas en absoluto estado de gracia. Y en su caso, eso no es cualquier cosa, que de normal vive hospedado en el cielo de la inspiración.
Pero, sorpresivamente, cuando todavía andábamos anonadados ante lo ofrendado en Sueños emisarios (y escuchándolo una y otra vez, sin recato alguno), nos desayunamos con que Bustamante se había reservado dos gemas que no le entraron en el disco grande —por aquello de que, maldita sea, hemos regresado al vinilo y a su inevitable contención minutera— y que acaba de lanzar en las plataformas de streaming (no hay edición palpable) para gozo infinito de gente sensible. Un single que, como los clásicos del formato, como si tuviera lado A y B, nos deja dos composiciones bien contrastadas, sublimes ambas.
La primera, la tremenda “Moriana”, inspirada por las Ciudades invisibles de Italo Calvino, se inicia con el sonido del viento y solo la voz de arena de Julio, gastada de tanto cantar con ella a lo largo de los años, entonando a capela hasta la entrada de un bajo que, incisivo, anuncia la llegada del resto del grupo (Lavanda, la formación que le acompaña en estudio y en directo) y, como de costumbre, ahí está el apoyo habitual en la segunda voz de Montse Azorín, y la adición de unos coros excelsos. Y así evoluciona, con arreglos y producción embriagadoras, una canción desoladora, acongojante e hipnótica sobre esa ciudad con dos caras, anverso y reverso: luz y sombra, riqueza y pobreza. Moriana es cualquier gran ciudad de cualquier lugar. En ella, en un texto exquisito y hermoso, tenemos al Julio Bustamante más social, a ese lúcido observador de las miserias, la deriva y las contradicciones del mundo que, de tanto en tanto, se cuela en sus composiciones, como para romper a conciencia el tópico periodístico que siempre remite al hedonismo luminoso que alienta su cancionero.
Pero si la ciudad de Moriana tiene anverso y reverso, este single, como decíamos, también. Y en su imaginaria segunda cara queda la plácida y conmovedora “Ropa de amor”, una pieza deliciosa en la que surge el otro Bustamante, el que, pese a todo lo que ha vivido a sus 71 años, cree en la gente y en la pasión, el vitalista impenitente, el humanista en cuatricromía a la hora de la siesta. Aquí, en un emotivo dúo con Anna Franco (de Soul Atac) y a ritmo de sinuosa bossa nova, nos habla del amor maduro, de una pareja de amantes que sigue reincidiendo en él, tal vez estrenando nueva relación. Así, el sabio cantautor pop, ha ido mostrándonos, a lo largo de los años, los discos y las canciones todas las fases del amor: del fuego y la llama a los rescoldos.
Solo son dos canciones, ¡pero vaya dos canciones!, de esas que valen por una discografía completa. Como inesperada coda al sensacional Sueños emisarios, no podía haberla mejor. Algún día recordaremos 2022 y diremos, orgullosos, que fue el año que Julio Bustamante le legó a la humanidad catorce canciones para que los sentidos se desbordasen e implosionasen de belleza hasta dejarnos endemoniadamente turulatos.
Letra de “Moriana”:
Vadeando el río,
traspuesto el paso,
encuentras un día
la ciudad de Moriana.
Puertas de alabastro
a la luz del sol,
columnas de coral,
incrustaciones en piedra serpentina.
Villas todas de vidrio,
acuarios donde nadan
sombras de bailarinas
de escamas plateadas.
Si no es este tu primer viaje,
ya sabrás que estas ciudades
guardan un misterio,
da la vuelta y se hará visible
la cara oculta de Moriana,
la faz oculta de Moriana.
Extensión de chapa oxidada,
caños negros de hollín,
montañas y montañas de latas,
muros ciegos
con inscripciones desteñidas,
cuerdas buenas solo
para colgarse de una viga.
Moriana no tiene espesor,
es solo anverso y reverso,
es una hoja de papel
y una figura a cada lado
que no pueden verse,
que nunca podrán verse
ni, por supuesto, despegarse.
Letra de “Ropa de amor”:
Lo mismo que un papel que lleva el viento
con una bocanada de aire fresco,
se marchan los antiguos pensamientos
de días olvidados por el tiempo.
De nada vale ya echar de menos
los recuerdos que nos brinda el cuerpo,
tampoco aquellos bellos sentimientos
que ya brillaron alto en su momento.
Los amantes aman sin remedio,
aún no han aprendido a estarse quietos
lo intentan y lo intentan todo el tiempo,
no acaban de inventar un nuevo beso.