CINE
“‘Julieta’ es la película almodovariana por excelencia, una cinta donde tienen cabida todos los temas que han preocupado al manchego desde hace más de treinta años”
“Julieta”
Pedro Almodóvar, 2016
Texto: HÉCTOR GÓMEZ.
Fue a partir de “Todo sobre mi madre” (1999) cuando Pedro Almodóvar se consagró definitivamente como el realizador español más reconocido fuera de nuestras fronteras, aunque en España siguiera generando adhesiones y rechazos casi a partes iguales. Pero de lo que no cabe duda es que desde ese momento, confirmado con su siguiente película (“Hable con ella”, 2002), el cine de Almodóvar llegaba a la culminación de lo que había estado apuntando prácticamente desde que comenzara su carrera con “Pepi, Luci, Bom… y otras chicas del montón” (1980), por mucho que la estética punk y provocadora de sus primeros filmes en un contexto social muy concreto disimularan de alguna manera lo que ya estaba más que esbozado en sus películas, esto es, que el cine de Almodóvar es un cine profundamente personal, un universo estético, narrativo y referencial que solo el director manchego es capaz de reflejar y que muchos han intentado imitar sin éxito.
Desde que fundara junto con su hermano Agustín la productora El Deseo a mediados de la década de 1980, el control creativo ha sido tan absoluto que cada película de Almodóvar ha ido sumando un ladrillo más al muro particular de su cine. Un cine que se cimenta en influencias tan variopintas como la comedia sofisticada de mujeres de Cukor, el melodrama esteticista y arrebatado de Douglas Sirk, el movimiento underground de transexualidad y drogas de la Movida madrileña e, innegablemente, una educación sentimental, religiosa y manchega, sagrada y profana, que está siempre presente en su trabajo. Todos estos elementos, entre otros, configuran el universo almodovariano, traducido en un cine cada vez más depurado, hermético y autoconsciente. Salvo la excepción escapista y deliberadamente provocadora (en unos tiempos en los que la provocación ya no tiene el impacto de décadas atrás) de “Los amantes pasajeros” (2013), el Almodóvar del siglo XXI se ha ido encerrando en sí mismo y regocijándose en un cine autorreferencial y profundamente reconocible. Se ha ido convirtiendo, si no lo era ya, en un autor en el sentido más estricto del término.
La aparición de “Todo sobre mi madre” al comienzo de estas líneas no es en absoluto gratuita, pues es esta película la que más podría hermanarse (a nivel argumental al menos) con “Julieta”, vigésimo largometraje de Almodóvar en el que se conjugan de forma definitiva todos los elementos señalados hasta ahora. “Julieta” es la película almodovariana por excelencia, una cinta donde tienen cabida todos los temas que han preocupado al manchego desde hace más de treinta años. Es un filme sobre el amor, o más bien sobre la falta de este, un elemento básico para entender el cine de Almodóvar. Esa obsesión por el rechazo, la pérdida, la nostalgia y la muerte. Y en este caso, por encima de todo, está la culpa y el dolor, que desune y separa en lugar de unir. Es una historia de huida continua (el personaje principal está siempre en tránsito, ya sea en trenes, taxis o autobuses de línea), un intento de escapar de los fantasmas, del recuerdo de lo que se perdió y del dolor que produce no poder recuperarlo. Es el último Almodóvar en estado puro (para bien o para mal según quien lo interprete), donde lo único que se echa en falta es ese contrapunto cómico que trufaba siempre sus películas. Una vía de escape hacia la sonrisa en un cine donde la comedia y el drama son en realidad dos caras de la misma moneda. Igual que en la vida misma.
Es, quizá, la película más dura de Almodóvar. Tanto es así que ni siquiera tiene cabida la mirada del deseo. El deseo se sustituye por el luto, por el dolor, por una sombra negra que acompaña a la Julieta a la que dan vida Adriana Ugarte primero y Emma Suárez después, como si hubieran nacido para interpretar a ese personaje. Una mujer herida a la que el primer plano de la película muestra envolviendo sus recuerdos, embalsamando un dolor que la acompaña siempre, y que el espectador –sumergido magistralmente en la historia por un Almodóvar tan mágico como siempre– no puede evitar compartir.
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Anterior crítica de cine: Objetivo: Londres, por Babak Najafi.