«Las mejores canciones suelen surgir de manera más rápida, porque te llega a la cabeza algo muy potente, muy fuerte, que se escribe solo»
Juan Zelada apura el confinamiento en el mismo escenario en el que ha grabado su último epé, Cercedilla sessions. Un espacio en el que reflexiona sobre el sentido y el valor de la música, la soledad y sus nuevas canciones. Una entrevista de Carlos H. Vázquez.
Texto: CARLOS H. VÁZQUEZ.
Fotos: RYAN SCOTT / JUAN ZELADA.
Parafraseando parcialmente a John Lennon, componer es fácil con los ojos cerrados. O así debería serlo. A Juan Zelada le ha pillado la pesadilla del coronavirus en un lugar tan onírico como el bosque, donde sueña música mientras aúlla la primavera. Nunca es mala época para escuchar a The Beatles y encontrar el sol en medio de esta tormenta.
No le sienta mal la soledad a Juan Zelada, la que es buscada y no impostada. Y si llueve, tampoco le importará demasiado; ha vivido entre Londres y Liverpool, donde se ha comido unos cuantos «marrones»; ha formado parte de multinacionales y agencias independientes y también se ha autoeditado, como ha hecho con Cercedilla sessions, un epé compuesto de seis temas que suenan a madera. Se trata de un cambio donde el menos ha sido superior al más, sobre todo si se tiene en cuenta que los anteriores trabajos, Mil ventanas (Juan Zelada, 2019) y Be somebody (MUWOM, 2017), estaban hechos para bailar. Y esto no significa que Cercedilla sessions no sirva para tal fin —ya lo dice la letra de “Face the moment”—, pero por un rato podemos cambiar los zapatos de salón por las zapatillas de estar por casa.
¿Cómo estás? ¿Dónde te encuentras en este momento?
En la casa de mi abuela, que está abandonada desde hace décadas. Yo me venía con mis músicos para grabar maquetas, y el último epé lo grabé aquí. La casa tiene lo básico para poder poner la calefacción y el agua caliente, aunque a veces hay fugas y está que se cae, pero tiene muchísima magia. Está en medio del campo, cerca de Cercedilla. Me vine a componer mucho antes del estado de alarma, y cuando me enteré de la situación, simplemente me quedé todo el tiempo que hiciera falta. Y aquí llevo, cuarenta y pico días. También nos pilló cancelando los conciertos de presentación, así que me encerré como me encierro muchos días para componer, hacer otros temas y colaboraciones. Estoy bastante acostumbrado al estado de cuarentena.
¿Has intentado transmitir la tranquilidad del campo a través de ese sonido «de madera» que tiene este epé?
Sí, sí, sí. Por muy peculiar que suene, el salón de la casa es muy bajo, pero también muy alargado y tiene un techo de madera que suena muy bonito. Grabar aquí, traer el estudio móvil, ha sido un lujo. Podía contar con Santi Quizhpe (ingeniero de sonido), que nos sacó un sonido espectacular apenas trayendo el material necesario: unos micros, nuestros instrumentos, unos buenos previos… Solo era captar esa onda de la banda en directo. En ese sentido matamos dos pájaros de un tiro, porque la gente podía sentir esa onda de la banda y también la química en la grabación, que secundábamos luego con vídeo, que tenía su tela, porque yo no quería una cosa megaproducida. Martin Facci se trajo su cámara y, en el medio, con un plano secuencia, nos grababa las tomas que iban a entrar en la grabación.
En tu anterior disco, Mil ventanas, hay un tema titulado “Got me believing” que podía haber entrado en Cercedilla Sessions…
Sí. De hecho se grabó aquí también. Empecé a trabajar la mitad del disco [Mil ventanas] con Santi Quizhpe y Sergio Salvi (Cosmosoul y Delaporte). Sergio es un musicazo, pero también tiene una cabeza de productor e incorpora ciertas cosas de la electrónica. Entonces había temas míos, más de banda, como “Got me believing”, donde yo quería captar un sonido más directo y crudo que podía captar aquí, en Cercedilla. Eso nos dio la prueba necesaria para poder hacer este último epé de Cercedilla sessions, porque ya sabía que podíamos volver a ese sonido. Lo que pasa es que en Mil ventanas podíamos tener más paciencia y no existía esa magia del directo estricto.
¿Cuántas veces te permites repetir un tema?
Creo que las mejores canciones suelen surgir de manera más rápida, porque te llega a la cabeza algo muy potente, muy fuerte, que se escribe solo. Nos sucede un proceso peculiar a los compositores, que es como si la canción se escribiera sola, y nosotros simplemente estamos a su servicio. Ahí no hace falta mucha repetición. Luego, ha habido otras canciones con las que he estado semanas para cambiar una estrofa, un puente… Esas suelen tener más problemática y son un poco más delicadas. En cuanto al proceso de grabación, hay tantos factores que afectan… Desde el enfoque que quieras darle al grabarla a lo exigente que seas con el resto de elementos, los músicos… A mí no me gusta quemar demasiado las tomas, porque si no pierden frescura y parte del encanto. En Cercedilla sessions, si bien teníamos el tema ya un poco ensayado antes de venir para hacer aquí los últimos arreglos, cuando pensábamos que estábamos ya muy cerca de la toma final incorporamos al de vídeo, que igual grabó dos o tres tomas de cada canción.
De las seis canciones de este epé, ¿cuál ha sido la que más te ha costado, sobre todo a nivel compositivo?
Pues “Face the moment”, que es un poco góspel y, a la vez, medio rockera. Tiene una parte sorprendente en el estribillo, un momento de falsete, que para mí era bastante exigente. El caso clásico de «menos es más» se daba aquí, porque no te esperas este cambio tan brusco después del groove que estábamos teniendo y del rollo de las estrofas que estábamos haciendo. Pero ahí está la gracia y la aportación de los músicos. Surgió el debate y para el arreglo final se llegó a un acuerdo entre todos.
«A veces hay un mismo hilo narrativo que vamos contando de formas diferentes»
Creo que “Face the moment” es la más corta (tres minutos y dos segundos de duración)…
Por como la empezaba a arreglar y a ensayar antes del concierto de presentación, me la imaginaba más alargada en directo, como que podía tener solos —tanto de órganos como de guitarras— y alargarse con mucha improvisación. Pero en los tiempos que corren ahora, parece que tenemos que ir al grano y acabar los temas un poco antes.
Tu primer concierto de presentación estaba programado para el 20 de marzo, en Madrid, pero tuvo que suspenderse debido a la crisis sanitaria. ¿Qué pensaste en ese momento?
Era un poco de sentido común. Yo ya lo estaba sopesando desde hacía tiempo, pero tardé una semana más —de lo que me hubiera gustado— en anunciarlo por las burocracias con la sala, con el promotor, con la tiquetera… Había ciertas pautas y cosas que cubrir, logísticas y problemáticas. Pero, como te decía, una semana antes ya estaba pensando en que esto iba a suceder; se rumoreaba y mucha gente lo esquivaba, porque no quería ni pensar en lo peor. Creo que en ese momento de dudas nos tocaba ser un poco responsables. Para nosotros, el menor problema era reprogramar y realojar a la gente, porque si hubiésemos tocado, aunque fuera con la mitad de público, todas esas personas se podían haber contagiado.
Respecto a los directos por Instagram, conciertos en streaming desde casa y demás, leí un tuit de Javier Sólo que decía: «¿La cultura no vale nada o la cultura no tiene precio?». ¿Tú qué crees?
Hombre, «la cultura no tiene precio» sería para mí más adecuado. Y al revés, las cosas que valen tanto tienen a veces esa subjetividad de que, como valen tanto, no tienen un valor específico, y como no tienen un valor específico, pues valen mucho más que una cifra que le pongamos. La cultura se mete en nuestro organigrama social, en nuestro día a día, sin que lo sepamos. Ese valor que tiene es, para mí, un valor absoluto y total, pero no se trata de ponerle un número. Y con respecto a la tecnología y a los tiempos que corren, el músico, como ha sucedido con otras artes, se ha tenido que adaptar y pasar de un medio a otro. Ya pasó con los vinilos, cintas, cedés, pirateos… Internet, como nuevo medio que lo domina todo con su omnipresencia, hace que las maneras de comunicarnos, de compartir música y de proponer cosas, por muy locas que sean, sean solo propuestas. La gente no tiene por qué acostarse con una idea decidida, porque hay que probar para acertar o errar, y tenemos que aprender a adaptarnos. También tenemos la suerte de no solo contar con un telefonito para compartir música, sino que tenemos nuestros instrumentos, un buen micro en casa… Yo mismo compartí una canción por Zoom y WhatsApp con mis primos. Era algo de cachondeo para quitarle un poco de seriedad al asunto. Uno de mis primos estaba en París tocando la trompeta, otro se encontraba en La Coruña tocando percusión… Grabamos como pudimos y el primo de París lo mezcló. Yo qué sé, aportas algo al final, aunque no es lo ideal, porque no tiene el valor que le pueden dar los técnicos en un estudio o unas salas de grabación, pero es lo que es y nos adaptamos para seguir pa’ lante.
¿Cuántas soledades has vivido ya a lo largo de tu vida?
Pues la verdad que una buena parte. Por un lado, he tenido la suerte de no haber trabajado nunca en una oficina, que es algo que me congratula y me llena de orgullo y satisfacción, pero para llegar a fin de mes en esa década que pasé entre Liverpool y Londres tuve que tragarme todos los marrones posibles —con toda la soledad del mundo— en un piano-bar, en hoteles, cruceros, clubes extrañísimos… Viajes y trabajos muy poco agradecidos en lugares remotos en los que había muchísima soledad. Llegado a ese punto agradecía tener un piano o una guitarra como compañía, porque en ese mundo me perdía. Ahí, el mundo de las canciones era como una especie de libro por el que me perdía constantemente por sus historias e ideas. Luego está la autoproducción, como he hecho con este epé [Cercedilla sessions]: montármelo todo, autoeditarme, autoproducirme… después de haber pasado por distintas etapas: por una major en Londres, por una agencia independiente después… Y ahora, al hacerlo por mi cuenta, vuelvo a descubrir todas las escalas de la soledad.
«Prefiero mantener el lado utópico y místico de la ambición para que ese camino sea duradero y maravilloso»
Hablando de soledad, supongo que la canción “Pick me up” estará cobrando todo el sentido en estos días.
Sí. Viene a significar algo así como «recógeme». Vino a colaborar Cristina Rubio, que es una delicia de cantante y de persona, porque sabía que era de su estilo completamente. Pasamos con todos los músicos una noche de esas de cerrar los ojos y perderte. La canción habla de cuando nos sentimos un poco solos, cuando miramos hacia atrás y sentimos que no tenemos ese aliento o un apoyo, pero siempre hay alguien que nos recoge, alguien especial que piensa en nosotros y nos tiene en mente incluso cuando necesitamos bailar.
Entonces, ¿“Todo el dolor” es un reverso de “Pick me up”?
Ahí has estado muy astuto [risas]. “Todo el dolor” es como si me estuviese adelantando a la situación actual, pero en realidad viene por una especie de separación y algo que toca bastante la fibra personal respecto a cómo manejamos cada uno el asunto del dolor si entendemos que en el fondo hay muchísimo amor detrás que nos sostiene y nos afecta. Yo creo que se maneja y se entiende mejor el dolor cuando hemos pasado por ese proceso tan necesario.
¿Crees que quien espera se desespera, que esto es una lucha eterna, como cantaba Paul McCartney en “Struggle”?
Puede ser. Es muy canalla lo que nos sucede a los que componemos canciones, porque a veces hay un mismo hilo narrativo que vamos contando de formas diferentes. En distintos discos nos vuelve a visitar ese bicho que no sabemos muy bien de dónde viene, pero que tiene un hilo sobre todos ellos y un mismo motivo o una misma sensación, aunque esté disfrazada de distintas canciones y de distintos músicos. Recuerdo que McCartney compuso “Let it be” después de un sueño con su madre, una temática que le volvía a acompañar. Es una locura componer a través del sueño, pero me parece precioso. En mi caso, me pasa con canciones distintas que elijo de distintos discos y a las que le veo mucho hilo.
¿Todo es un sueño o una ficción hasta que se demuestra lo contrario?
Todo sueño es un lugar casi inalcanzable. Cuando mucha gente dice que le ha llegado ese sueño, mira para atrás y se pregunta: «¿Y todo para esto?». Prefiero mantener un poco el lado utópico y místico de la ambición o motivación para que ese camino sea duradero y maravilloso, porque es como la persecución de una buenísima grabación de la que nunca vamos a estar satisfechos; siempre va a tener problemas, miles de imperfecciones, y vamos a pensar que la próxima la haremos mejor, pero volveremos a cometer los mismos o unos nuevos errores. El sonido debe ser algo casi utópico, como leitmotiv de querer mejorar para acercarnos a algo más verdadero.