DISCOS
«Cuarenta años después, la mala leche y el buen saber hacer siguen intactos. Jorge Martínez y su cuadrilla siguen a lo suyo, explorando las cloacas de la existencia con la misma desfachatez de siempre»
Ilegales
Joven y arrogante
WARNER, 2025
Texto: SENDOA BILBAO.
El placer de ver el mundo del revés después de saborear la sangre y el grijo, vivir la noche hasta dar con la luz del sol en la chupa al salir del último bar, la lucidez de una resaca de plomo tras varios días sin dar respuesta. Como pasar una noche de fiesta con Jorge Ilegal: mala leche, discusiones infinitas que desmonten el mundo, recuerdos de otros transgresores malencarados, sustancias, vino y licores. La otra cara de la vida en treinta minutos y diez canciones, que son diez cromos de la pandilla basura; diez fotos de la noche de ayer que no recordabas, una fórmula que multiplica esa chispa de juventud por la arrogancia acumulada dando como resultado confianza y honestidad: factores imprescindibles de las urgentes y necesarias punzadas de rock de Ilegales.
Empachados del buenismo preciosista de las canciones pop y las creativas distopías multiversales de la musical actual, mola descubrir canciones que te rompan la cara, que den nombre a la ansiedad, la avaricia o la envidia, que te cuenten correrías e historias crudas y reales o que te saquen por garitos en peligro de extinción. Canciones sucias vestidas con elegantes abrigos y botas de puntera de acero para caminar por el hilo tentando al peligro. La gracia de salir airoso de cualquier altercado es la de vestir altivo hasta en la derrota y aquí la disputa se resuelve con abrazos gracias al creador de escenografías sonoras, Juanjo Reig. Le conoceréis por bandas de grandísima presencia como eran Cycle, Krakovia o Ingresó Cadáver.
En este álbum, Reig ha sabido canalizar esa diversidad inherente de la banda y su alergia a los corsés estilísticos, provocando que Jorge no se acomode y que cada canción sea una pantalla diferente que superar, un escenario, un universo sonoro para cada historia. Algunas decisiones instrumentales tienden hacia sonoridades que resultan evocadoras, nostálgicas, brumosas, que arropan la actitud urgente y kamikaze de su frontman.
“Es ansiedad” nos lleva cuesta abajo y a la contra por la Gran Vía, hasta la puerta de nuestro terapeuta para gritarle por el telefonillo nuestros síntomas físicos y cognitivos, desproporcionados con la amenaza real o percibida. Un inventario a ritmo de surf sobre lo que no es nuestra ansiedad. “El Efrit y la envidia” nos muestra ese monstruo avaricioso que crece ante la fricción del discurrir humano y se disipa al clarear al día.
En “Orfanato minero”, una historia real contada en los bajos fondos de Oviedo, coge forma sobre unos enigmáticos punteos eléctricos y la expresividad de una voz y de una letra que suman al saco cajones llenos de recuerdos perdidos y oxidados. “Moloko” es uno de esos himnos airados que te pinchas mientras te vistes «muy elegante, algo ridículo pero feliz», un sábado a la tarde antes de salir de fiesta y después de una jornada de duro trabajo. Un homenaje a todos esos bares míticos regentados por icónicos. En este caso, la canción te abre la puerta al histórico pub de la calle Quiñones de Madrid, regentado por Sabin y Rocío.
“Luminoso viento nocturno” tiene una producción y una profundidad vocal que me recuerda aquel elegante Balmoral de Loquillo. Una estampa añil, jardines en sepia, perros que ladran y fantasmas reconocibles con los que perdernos felices. Mientras que “El fondo de la noche” es una de esas pelis scifi con zombis y aires a los Cramps. Risas incontrolables en la noche, ángeles y demonios en la misma jaula. Una fotografía de cualquier buen bar de madrugada.
“El Face” nos trae el rock de aquellas batallas entre bandas, pedradas, anfetas y peleas. El magnetismo de la violencia, el romanticismo de las cosas que hacen boom, las canciones de ayer, la elegancia mod y la actitud, al tiempo que en “El mundo contra ti” Jorge nos explica la genealogía disidente de un planeta perdido, el hijo rebelde del mundo en un rock and roll que desata las costuras del sistema. “Se abrirán los cielos”, sin embargo, es un ochentero blues lento con voz rasposa que canta desde diferentes partes de la sala al valor de la tristeza como llave para cerrar la herida: «mis esperanzas ya son solo escombros».
Es una maravilla concluir este disco con la canción que lo define, el tema que lleva su título, un auténtico cañonazo, un himno. Un protocolo, un credo para aquel joven contradictorio y rabioso con escasas cicatrices y la vida por delante. Para un bonito tatuaje esta frase lapidaria: «Si no es tan diferente, lo que es de lo que ha sido, es que tiempo y experiencia de muy poco me han servido».
Una canción para los locos que hemos sido.
Cuarenta años después, la mala leche y el buen saber hacer siguen intactos. Aquí no hay concesiones ni medias tintas: Jorge Martínez y su cuadrilla siguen a lo suyo, explorando las cloacas de la existencia con la misma desfachatez de siempre. Pero, ojo, que debajo de esa fachada de punk veterano y macarra de barrio se esconde una complejidad que muchos no querrán ver. Este Joven y arrogante es un álbum con capas, como una cebolla podrida que te hace llorar al pelarla. Hay ecos de su pasado glorioso, sí, pero también una mirada torva hacia el presente y un desafío constante a sus propias convenciones. Mientras la mayoría de las bandas de su generación se dedican a vivir de las rentas del pasado, Ilegales se atreven a seguir revolviendo el avispero, incomodando al personal con canciones que son como navajazos en la noche.
Y es que, Jorge Martínez no busca el aplauso fácil ni la palmadita en la espalda de los modernos. Se nutre de sus propios demonios, de sus particulares descensos a los infiernos, para alumbrar canciones que son auténticos ejercicios de supervivencia artística. En este disco se cruzan el viejo punk descreído que guarda sus púas como si fueran balas de plata, el corsario sónico que sigue a la caza del riff definitivo en caladeros inexplorados y el parroquiano de barra americana que se bebe la vida a palo seco, con sus resacas gloriosas y sus noches perdidas. Todo ello filtrado por una arrogancia juvenil que, paradójicamente, solo se alcanza cuando uno ya ha visto casi de todo. Joven y arrogante no es solo un título, es la firma con sangre y lapo, testaruda y gloriosa, de que Ilegales siguen siendo un puto hueso duro de roer en este páramo musical.
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Anterior crítica de discos: Bizitza eztia, de Verde Prato.