«Cuando canto “Y cómo es él”, todavía después de tantos años, sé que no es una canción escrita para mí»
Cuando José Luis Perales anunció el pasado otoño que se retira de los escenarios, causó un tremendo revuelo. Antes de su última gira, y después de su triple disco Mirándote a los ojos, Carlos H. Vázquez habla con él.
Texto: CARLOS H. VÁZQUEZ.
Fotos: JAVIER SALAS.
José Luis Perales tiene algo en el ojo izquierdo. Es un punto blanco en el iris que parece un reflejo. Distrae por segundos durante la conversación sobre su despedida de los escenarios tras medio siglo cantándole a unas cuantas generaciones. Unas veces lo ha hecho con su voz, otras ha sido con su literatura, pero siempre mirando a los ojos.
No podía irse de otra manera José Luis Perales. Y así, de hecho, ha titulado a su último disco: Mirándote a los ojos [Warner, 2019], un trabajo de estudio que se presenta, en su versión ampliada, con tres cedés [Recuerdos, retratos y melodías perdidas] y su correspondiente deuvedé, además del siempre presente disco de vinilo, que es como se ha escuchado a Perales toda la vida. Las grandes canciones, las escritas para otros, y las más queridas. Mientras tanto, Perales se va de conciertos por última vez con la gira Baladas para una despedida. Seguro que le acompañará su hijo Pablo, a quien compuso en 1982 “Canción infantil” y con el que colaboró para la banda sonora de la película El autor, de Manuel Martín Cuenta. Sin esperarlo, la vida le dio a José Luis Perales, a este contador de historias, un camino de canciones.
¿Es la vida un imprevisto?
Sí, pero como casi todo. Y aunque hay algunas cosas que se prevén, el destino es siempre imprevisto.
“Celos de mi guitarra” fue número uno en 1973, dos semanas después de haberse publicado su debut con el disco Mis canciones. Esto, supongo, le cogió de imprevisto…
Totalmente. Yo estaba trabajando en una empresa como delineante y recuerdo que me escapaba a la Cadena SER, a escondidas del jefe, para hacer entrevistas. Un día, mi jefe me preguntó si ese que cantaba “Celos de mi guitarra” era yo. Pensaba que no iba a pasar nada conmigo, pero no quería dejar mi empleo, porque me había costado encontrarlo. Dos o tres semanas después de salir, fue disco de oro en Argentina, algo todavía más sorprendente. Todo aquello se me vino encima y yo no quería ser cantante, no quería ese tipo de vida. Estaba encantado escribiendo en mi tranquilidad de casa, en mi campo, con mis cosas… Lo maravilloso era que siempre había un cantante esperando mi canción, y no me creaba ninguna tensión, sino todo lo contrario: puro placer. Pero al final me metí en esta historia porque Rafael Trabucchelli, que era el mejor productor en aquella época, me dijo que yo tenía que cantar. «No quiero. Y además tengo poca voz», le dije, pero me enrolló y me pidió que lo tomara como un paréntesis, que podía seguir componiendo después, si quería. Pero ese paréntesis ha durado cincuenta años.
¿Fue Alfredo Garrido García, director artístico de Philips, quien le dijo que como cantante no tenía futuro pero sí como compositor?
Sí, pero lo lo hizo con mucho cariño. Me dijo: «Mira, José Luis, necesitamos canciones para muchos artistas que tenemos en Philips». Imagina las voces que había en aquella época: Nino Bravo, Juan Bau… Entendí perfectamente lo que me quería decir. Además, yo no quería cantar, así que estábamos en lo mismo.
¿Con quién se estrenó?
Empecé con Daniel Velázquez, que estaba en Philips, cantando la canción “En San Marcos”, una historia que me inventé. Creo que el segundo fue un grupo de rock andaluz que se llamaba Tartessos, con “Ven a mí”. Eran buenísimos. La he cantado en el disco que he sacado ahora [Mirándote a los ojos] para hacerles un homenaje, porque fue de las canciones más bonitas que me grabaron entonces. Después de eso vino Yerbabuena, que eran Josele Moreno y Paco Aguilar, de Los Payos. Para ellos escribí “Te conocí”, que fue también número uno en los 40 Principales. Mientras tanto, yo seguía trabajando como delineante [risas]. Quería seguir componiendo sin perder el trabajo, pero llegó un momento que me pillaron por todos sitios.
¿Qué le dijo el jefe cuando le descubrió?
«¿Cómo no me lo habías dicho antes?» [risas]. Yo, para ver si ponían las canciones en la radio, escuchaba Los 40 Principales en un radiocasete pequeñito. Recuerdo que metían un corte en las canciones para interrumpirlas y anunciar que eran estrenos, para que la gente no copiara la canción.
Por cierto, respecto a Jeanette, ¿cuál es la manera correcta de titular la canción: “Porque te vas” o “¿Por qué te vas?”?
Puede ser de las dos maneras: “¿Por qué te vas?”, como pregunta, o “Porque te vas”, pero para mí es “Porque te vas”.
“Mentira para dos” fue escrita para los Pecos, con un público más joven. En ese sentido, podemos poner como ejemplo “Te quiero”, cantada por Elefantes recientemente. ¿Sus letras, a pesar del tiempo que ha pasado, siguen siendo intergeneracionales?
Sí. Es verdad que tienen vigencia muchas de las canciones para los jóvenes. Lo de Elefantes me sorprendió un poco, pero siempre hace ilusión que reconozcan tu obra, a pesar de la diferencia de edad. Elefantes iban a grabar en una discoteca de Barcelona y me pidieron si podía hacer de presentador de los años setenta, que es cuando se hizo la canción, pero a mí eso no me gustaba nada. O sea, ¿querían que me pusiera un pantalón de campana y el pelo a lo Camilo Sesto? Mira, no [risas]. Lo que podía hacer era, primero, agradecerles que hubieran hecho la versión de “Te quiero”. Y, segundo, no aparecer. A ver, podía salir como Alfred Hitchcock en sus películas, haciendo un cameo, pero ya está. Al final salgo entre cajas, escondido, viéndolos, y cuando terminan, la cámara me capta aplaudiendo. A ellos les pareció estupendo y me lo agradecieron un montón. Son unos chicos estupendos. También me están diciendo que vaya al festival de Aranda del Duero, al Sonorama, pero… ¡Ay, yo que sé! Siento que son todos tan jóvenes… Hay una distancia tan grande que me da un poco de miedo que llegue alguien de otra cuerda y haya un conflicto.
Bueno, ya han ido Raphael, el Dúo Dinámico…
Sí, si me gusta la idea, pero al final no acabo de ir. Ellos entienden que vaya, pero yo lo entiendo menos, porque quizás me siento fuera de lugar.
¡Qué tímido es usted!
Soy tremendamente tímido [risas]. Estas cosas a mí me ponen muy nervioso. Incluso salir al escenario ahora, ¡con mis años! Me pongo muy nervioso hasta que veo que la gente me quiere, me aplaude y canta mis canciones. Entonces me vengo arriba y se me pasa. Pero al principio lo paso fatal.
«Lo de Elefantes me sorprendió un poco, pero siempre hace ilusión que reconozcan tu obra, a pesar de la diferencia de edad»
Continuando con las canciones, me gustaría hablar de Marinero de luces, de Isabel Pantoja. ¿Cómo se mete uno en la piel de alguien que ha sufrido tanto? Recordemos que este disco fue el primero que grabó Isabel después de la muerte de Paquirri.
Traía el oficio de aquel primer tiempo, ese desdoblamiento. Para mí era una especie de juego escribir para Raphael, por ejemplo, y todos conocemos cómo es. O Jeanette, con esa vocecita. A Isabel Pantoja no la imitaba, pero escribía una canción para Raphael y lo imitaba como yo lo oía cantar. A Julio Iglesias también lo imitaba para ver qué tal lo cantaría, si lo sentiría bien; aparte de su propia historia, contarla. En el caso de Isabel Pantoja, era una historia muy difícil de contar sin caer en el tópico. Si ella iba a cantarla tenía que haber un marinero de luces, pero son dos seres humanos, uno que se va y otro que queda dolorido en un momento clave de su vida. Y ese es el dolor que cualquiera tendría si le falta alguien que es su mundo. Con ese concepto empecé a escribir. Paquirri era marinero y torero, pero el resto fue escrito como si fueran dos seres humanos. Si no, no lo habría podido hacer, a pesar de que llevo Andalucía muy dentro, porque estudié en los Salesianos, en la Universidad Laboral de Sevilla durante siete u ocho años. Allí conocí el carácter andaluz, los excesos de las canciones folclóricas, la copla, toda esa cosa tan andaluza…
¿Qué dijo cuando le llegó este encargo?
Primero dije que no. No me atrevía a hacer una cosa así. Isabel era la viuda de España, se había encerrado en Cantora y ya no quería cantar más. La compañía estaba preocupada y fueron ellos quienes me propusieron escribir un disco. Les dije: «Vamos a hacer una cosa: voy a intentar escribir una canción, a ver si capto un poco el rollo de ella». Entonces escribí “Pensando en ti”. Cuando Isabel conoció la canción, me dijeron que empezó a llorar y dijo: «No quiero solo una canción, sino un disco entero de este hombre». A partir de ahí es cuando me encargaron el disco. Me encerré como dos o tres meses en mi casa de Cuenca y estuve allí como el que va a la oficina todos los días. Me costó bastante tiempo y trabajo. Otras canciones salieron más rápidas, como por ejemplo “Porque te vas”, que nació en dos horas o menos.
¿Escribir pensando en Isabel Pantoja es como escribir sobre un personaje de ciencia ficción?
No exactamente, porque no es ciencia ficción, sino que es material, está aquí, es tangible, se puede ver, puedes hablar con ella… Es imposible aislarte de su humanidad, de su físico y de su carácter, porque la hemos conocido a través de sus discos y de sus fotos. Era para ella y, desde luego, para ella era el tipo de lenguaje que usaba. Todo eso estaba muy al servicio de una mujer que, independientemente del dolor que sufría, tenía una forma de expresarse con esa cosa tan exagerada del andaluz, que es muy visceral. Así era como la veía yo.
Lo visceral y lo pasional, como aquella frase de “Se me enamora el alma”: «El fuego está encendido, la leña arde».
¡Es tremenda, una maravilla! Totalmente erótico. ¿Por qué no? Es un ser humano.
Ya que hablamos del significado de las letras, ¿conoce las teorías que hay acerca de “¿Y cómo es él?”. Por lo que tengo entendido, era una canción para Julio Iglesias, porque se había separado de Isabel Preysler y ella, a su vez, había contraído matrimonio con Carlos Falcó, el Marqués de Griñón.
Esa es la versión, aunque Julio Iglesias no llegó a conocer la canción. Ramón Arcusa [Dúo Dinámico] me pidió un tema para Julio, que en ese momento estaba separado y su exmujer se acababa de casar con el Marqués de Griñón. La canción estaba un poco al servicio de su circunstancia y en la línea de las canciones muy personales que él estaba cantando, como “Hey!”. Me fui al campo, que es donde escribía, e hice mi escenografía pensando en Julio y en su exmujer, preguntándole «¿qué tiene él que no tenga yo?». Era una canción que era para él y solo para él.
¿Y qué ocurrió?
Cuando la terminé se le enseñé a la gente de la compañía de discos [Hispavox] y me dijeron que no se la diera ni a Julio ni a nadie, porque era «un pedazo de canción». Les expliqué que yo no la había escrito para mí, que iba a ser una infidelidad como autor a alguien que me había pedido una canción. No la quería grabar, pero la gente de la compañía se empeñó y la grabé. Y ahora, cuando la canto, todavía después de tantos años, sé que no es una canción escrita para mí; parece que me la haya escrito alguien. Es muy curioso, porque hay canciones en las que te tienes que meter mucho, pero en esta había que meterse en la interpretación y ser actor, y en las otras no. En esas otras se me puede caer la lágrima, dolerme el alma o sacar la vena cómica, pero es algo mío y muy visceral, mientras que lo otro era convertirse en un actor que interpretaba un papel.
Según el intérprete, ¿puede cambiar la forma de escribir una canción?
Sí. En el caso de “¿Y cómo es él?”, incluso la melodía era muy Julio. Pero, en fin, al final no la cantó. No recuerdo si fui yo u otra persona quien le preguntó a Julio si le había gustado la canción. El caso es que él respondió: «¿Qué canción? No la conozco». Las cosas de Julio [risas].
¿Cómo era Raphael en ese sentido?
Es el más agradecido del mundo con el autor. A veces, cuando estaba en América, siempre me escribía alguna tarjeta que firmaba como Golden Boy. Me decía: «¿Cómo va mi disco? ¿Está preparado ya?». ¡Y no me había encargado nada! [risas] Pero ya sabía que tenía que estar ahí. Y cuando tenía ocasión, le hacía el disco.
Tenía que ser complicado estar a la altura de Manuel Alejandro…
Sí. Yo no sé qué pasó entonces con Manuel Alejandro, porque afrontar el reto de Raphael, con los éxitos que traía de la mano de Manuel Alejandro, que era Dios, me sorprendió un poco. Siempre he admirado a Manuel Alejandro. Un día le dije que yo quería ser como él cuando empecé a escribir. Le hizo gracia.
La letra de la canción que se utilizó para la sintonía de la serie Érase una vez… el hombre, ¿era de su autoría o de su hermana Marisol?
Mi hermana Marisol es maestra y era profesora en un colegio, y algunas canciones infantiles eran versiones de canciones italianas. Entonces, José Luis Gil [director de producción], que sabía mucho italiano y estaba muy en contacto con Italia y tal, a veces nos mandaba canciones de niños italianos, y nosotros cambiábamos la historia y hacíamos una adaptación.
«Un día le dije a Manuel Alejandro que yo quería ser como él cuando empecé a escribir»
La serie es originaria de Francia [Il était une fois… l’Homme] y la sintonía que allí tenía era “Tocata y fuga en re menor” de Bach, mientras que en España se utilizó el “Tercer movimiento del Septeto Op. 20” de Beethoven, conocido como “Septimino”.
Sí. Bueno, yo no sabía de quién era la melodía cuando me dieron esa canción, pero luego ya lo supe. Simplemente cambiamos la letra, que estaba en italiano y no la entendíamos, para que no fuera la misma historia. Mi hermana Marisol y yo hicimos algunas colaboraciones en algunas canciones, como “El rey gordinflón”, “El trenecito” [“Cin cin pon pon”] o “La gallina Co-Co-Ua” [“La Gallina Coccouà”], que era también la versión de una canción italiana.
Los productores, compositores, directores o arreglistas italianos siempre han tenido influencia en su discografía. Basta con ver los créditos: Danilo Vaona, Rafael Trabucchelli…
Danilo Vaona era un buen arreglador y estuvo un tiempo largo haciendo producciones y arreglos para cantantes de Hispavox. Lo tenía muy acaparado José Luis Gil. Solo por eso.
Quiero volver al tema de Érase una vez… el hombre, en concreto a su letra: «Érase una vez / Un planeta triste y oscuro / Y la luz al nacer / Descubrió un bonito mundo de color / Un león / Un dragón / Una flor y una mariposa / Y el señor que pensó / Desde hoy / Todas esas cosas cuidaré». ¿No le parece una letra religiosa o creacionista?
No, no, no. Era “El rey gordinflón”. Más bien la centré, junto con mi hermana, en el libro de El principito, por lo del planeta del que se caían.
¿De cuántas maneras se puede interpretar una canción? Usted tiene el punto de vista del cantante y del compositor…
Depende del carácter de cada artista y de la forma que tiene de interpretar. En este disco [Mirándote a los ojos] canto “Frente al espejo” tal y como la concebí cuando la escribí para Raphael, aislándome de él. Igual que cuando escribí para Rocío Jurado “Qué no daría yo”. Yo la canté de una manera y ella lo hizo por bulerías, y esa es la que más ha gustado, más que mi versión original. Depende de la visión de la canción y de la interpretación de cada uno. Hay gente que se pone muy triste cantando una escena determinada y otra que se pone irónica cantando la misma historia. Es una interpretación muy personal de cada uno, del autor y del cantante. Y a veces hay cantantes que quieren ser el autor, y eso es muy malo.
¿Por qué?
Porque es muy difícil que el cantante sienta exactamente lo mismo que el compositor que ha escrito la canción. Hay momentos que a ti te emocionan, pero para el cantante es una canción más que le han dado y la canta sin más. Esa es la diferencia.
¿Cómo era componer para usted?
Para mí era apasionante escribir, porque siempre elegía. Hablo en pasado de lo que he hecho, pero ahora, cuando terminen las giras, empezaré otra vez mi juego de escribir para la gente que quiera; ya no es el que me lo pidan, sino quién me gusta a mí. Me iba solo a la casa de campo, en el pantano de Sacedón. Ahí tenía mi refugio, y lo sigo teniendo, mi huerto, mis perros, mi soledad absoluta, mi guitarra; la chimenea, porque siempre era en invierno; el café y mucho tabaco. ¡Tres cajetillas de Marlboro al día, todos los días! He estado fumado tres cajetillas de tabaco hasta hace unos ocho años, cuando ya lo dejé.
¿No le afectaba a la voz tanto tabaco?
No. Hombre, lógicamente, en diez años o doce, que ya lo dejé, lo que podía tener de carraspera ya se fue.
¿Cómo era escribir para Rocío Jurado?
Igual que escribir para otros. De Rocío Jurado me motivaba mucho ese pedazo de vozarrón que tenía, ese carácter suyo y su historia. Recuerdo que ella me decía: «¡Hay que ver, este niño de Cuenca! ¿Cómo sabe que me iba a bailar sevillanas por la noche y que mi madre me gritaba por la ventana?». Claro, le conté que estuve en Andalucía muchos años y que sabía muy bien cómo eran, que vivían en la calle, que las madres gritaban para llamar a sus hijos aunque estuvieran a un kilómetro, cómo era la feria… Todo ese ambiente de andar en la calle, por el clima o por lo que fuera, el carácter alegre y dramático a veces por cualquier cosa… Y con esa voz, a mí me resultó fácil. Cualquiera, tú o yo, podría decir «¿qué no daría yo por volver a mi madre otra vez?» o «¿qué no daría yo por ver a mi padre, que me está escuchando y soy famoso?». Ella [Rocío Jurado] lo cantó con mucho sentimiento, porque parecía que la conocía, y eso que nunca había hablado con ella, pero lo percibía a través de la música. Igual que cuando he escrito para otros artistas y nunca les ha llegado la canción, porque no ha habido ocasión, pero los he retratado. Y a veces he escrito una canción, como en el caso de Fábio Jr. [cantante brasileño de telenovelas y queridísimo en Brasil], y lo he hecho como una historia, porque no lo conocía. Cantó mi canción “Senta aqui”. También me pasó con Simone, que es otra cantante brasileña. Los directores de las compañías de aquí me pedían canciones porque también tenían representación en Brasil.
¿Qué conocía de Fábio Jr.?
Que hacía todas las telenovelas del mundo. Era un chico joven, muy guapo para las niñas… Yo le mandé la canción y vendió trescientos o seiscientos mil discos en Brasil. Una barbaridad. Las niñas lo escuchaban y se volvían locas. Les gustó mucho. Como te digo, sabía que era un chico que gustaba a las chicas, que era jovencito, guapito… Así que me inventé una historia que no tenía que ver con él, ni con su vida ni con sus ligues, si es que los tenía, pero era una canción de amor en la que le dice a la chica: «Siéntate, no tengas tanta prisa. Siéntate. Ya sé que no me entiendes, pero es que estoy tan solo…». Es una cosa bastante estándar, pero cantada por él adquiría una dimensión totalmente diferente a la que yo había hecho. O quizá era muy parecida porque interpretó muy bien cómo era la historia. Por eso llegaría tan rápidamente a la gente en Brasil.
«Hoy estoy buscando la mejor manera de decirte adiós», dice la letra de “Balada para una despedida”. Ahora que se retira de los escenarios, ¿cuál es la mejor manera de decir adiós?
Ahora sería mejor irme calladamente [risas]. Me imagino que “Balada para una despedida”, aunque todavía no está en el repertorio, será la que me cueste más trabajo cantar, pero posiblemente sea con lo que me despida.