COMBUSTIONES
«Pocas personas acumulaban más y mejores méritos e historias»
La muerte de José Luis de Carlos, emblemático productor de Las Grecas, Cecilia, Manzanita, Enrique Morente o Joaquín Sabina, es objeto de la mirada de Julio Valdeón en su columna dominical, que hoy despide hasta octubre.
Una sección de JULIO VALDEÓN.
Foto: PATRICIA J. GARCINUÑO.
Murió el productor José Luis de Carlos. Como escribí hace unos meses, no encontrarán a su nombre ni una maldita entrada en Wikipedia. España paga a los mejores con el silencio. La muerte física se superpone a la muerte civil. La música ni siquiera interesa a sus trabajadores. Contemplen los desastres de una industria que todavía, hasta donde me alcanza, sigue sin editar en cedé el segundo disco de Cecilia. Una artista producida por De Carlos. Igual que Manzanita (Poco ruido y mucho duende, Espíritu sin nombre, Talco y bronce, Cuando la noche te envuelve y La quiero a morir), Joaquín Sabina (nada menos que Malas compañías), Terremoto de Jerez, El Luis, Lolita Flores, Javier Ruibal, Diego Carrasco o Isabel Pantoja. O Las Grecas y Enrique Morente, a los que encima descubrió.
Ya saben, y si no lo saben, corran a remediarlo, que Juan Puchades le hizo en el número 21 de Cuadernos Efe Eme una entrevista descomunal (pueden adquirirlo aquí). De las Grecas contaba De Carlos que «las vi que salían al escenario, cogidas de la manita, eran muy jóvenes, 17 y 18 años, con bata flamenca y las guitarras detrás (…) fue un impacto impresionante, porque además es que lo vi en el momento, me las imaginé convertidas en Hendrix, quitando el acompañamiento flamenco». Solo por eso ya merecería un monumento.
Yo a Puchades le tenía dicho que un libro con José Luis de Carlos sería la bomba. Pocas personas acumulaban más y mejores méritos e historias. Puchades, siempre lúcido, me respondía que todo esto está muy bien, pero nos interesa a cuatro gatos. Este es un país donde todavía nadie ha escrito la historia de nuestras discográficas, donde todavía nunca se han editado en formato cedé muchos de los discos de Lola Flores, donde buscar algunos de los clásicos de Labordeta es llorar; un país que celebró por bulerías que el flamenco fuera declarado patrimonio de la Humanidad al tiempo que ni Dios compraba un puñetero disco de flamenco, un país que gratifica a sus artistas con el olvido, especializado en confundir la persona y la obra, donde nos gusta lapidar al poeta y el músico que opinan más allá de sus dominios laborales y donde jaleamos la ruina de la piratería porque con la destrucción de las disqueras y su patrimonio llegaría el paraíso en la Tierra. En un país así, digo, que alguien lea sobre el gran productor parece tan ilusionante como ingenuo. Pero no me resigno. A falta del libro, vuelvo al bellísimo homenaje que le dedicó Puchades. A los apoteósicos discos con Manzanita. Habla, memoria.
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Anterior entrega de Combustiones: Charlie Daniels, pionero en la frontera.