«Los años se acumulan bajo las botas, pero no hacen mella en el creador. Cada vez compone mejor»
José Ignacio Lapido acabó hace unos días la gira eléctrica con la que ha estado presentando su nuevo disco, «Formas de matar el tiempo». Arancha Moreno no quiso perderse este último concierto de uno de nuestros músicos más imprescindibles.
Texto y fotos: ARANCHA MORENO.
Qué fugaces pasan las giras, con lo que cuesta hacer un buen disco. La otra noche, Lapido se subía al escenario de La Cochera, en Málaga, para recordar lo que significa una buena noche de rock and roll, ante un público más entregado que numeroso. Qué importan las cifras, si uno es capaz de subirse a un escenario durante tres décadas y demostrar que cada disco es un ejercicio de belleza que supera al anterior; si el tiempo solo son cicatrices de un rock and roll que envejece como el buen vino; si el repertorio es tan compacto que no tiene ni una sola grieta.
Era la última noche eléctrica de esta gira de trece conciertos, y el poeta se subió con su guitarra rodeado de los suyos. Qué agridulce tocar para un público que devolvía tanto como recibía, y que tardaría en volver a tener enfrente. Había que disfrutarlo a la manera Lapido, rebosando el escenario y ganándose el aplauso con su única arma, las canciones. Sin fuegos artificiales ni discursos proventa. Los mensajes son cañones de guitarra, letras con doble fondo y una capacidad magistral de pasar de un pasaje bello a un rock tan enérgico como hermoso.
«Formas de matar el tiempo» se ha defendido sin fisuras bajo este formato, y los nuevos temas ya han nacido para quedarse. Cuesta imaginar que ‘Un día de perros’ haya surgido en el séptimo disco de su carrera en solitario, porque está tan enredado en su fibra que parece un viejo conocido del repertorio. Lo mismo pasa con el enérgico ‘Cuando por fin’, y con los temas para los que desenfunda la acústica, ‘Muy lejos de aquí’ y ‘No hay vuelta atrás’. Ahí, entre esas líneas de hilada fina, es inevitable encontrar las ganas de seguir una carrera que a veces no recoge tanto como debiera: “Declaramos nuestro amor al arte, le cantamos a la insatisfacción (…)”. Quizá no es tan importante la cantidad como la calidad.
«Viéndoles ahí arriba, es inevitable preguntarse si el granadino y los suyos no serán una de las mejores bandas nacionales del momento. Si el éxito es saber rodearse bien»
Los años se acumulan bajo las botas, pero no hacen mella en el creador. Cada vez compone mejor, sus dedos se defienden muy ágiles sobre la guitarra y su voz, con la que en alguna temporada pasada no estuvo muy cómodo, va cogiendo confianza y solvencia. Son treinta años de escenarios, el veneno está dentro. Y con la eléctrica sale; sale ardiendo cuando aborda ‘Luz de ciudades en llamas’, y el público se levanta como si no hubiera un mañana. Acaban de vivir uno de esos grandes momentos que aúnan al que canta con los que escuchan. Mira al frente y los aplausos saben a gloria.
Lapido suda; las revoluciones se suavizan. “Una canción de mi anterior álbum”, anuncia, y los acordes de ‘En medio de ningún lado’ calman la sala. Su voz crece a la sombra de su eléctrica; a su lado brillan los slides de su guitarrista. Volverán a despachar energía en ‘Cuando el ángel decide volver’ y ‘La antesala del dolor’, preludios de otro himno de su directo, ‘Lo creas o no’, que enloquece a la sala, y ‘Zapatos de piel de caimán’, que parece el principio del fin. Lo es, porque se marchan, pero solo para regresar con ‘En el ángulo muerto’, que late, inquieta y pasea a través de un paisaje de cine negro.
Viéndoles ahí arriba, es inevitable preguntarse si el granadino y los suyos no serán una de las mejores bandas nacionales del momento. Si el éxito es saber rodearse bien, Lapido lo tiene. Ahí están para demostrarlo su guitarrista Víctor Sánchez, el teclista Raúl Bernal, el bajista Paco Solana y la incombustible batería de Popi González. Lástima que no haya más noches.
No suelta la eléctrica para entonar ‘El más allá’, tampoco lo hace al presentar ‘La hora de los lamentos’. Solo quedan dos últimos himnos para despedirse: ‘El dios de la luz eléctrica’ y el guiño a 091, ‘Un cielo color vino’. Mal momento para marcharse; la gente no les deja. Por eso vuelven para regalar otro disparo de antaño, ‘Otros como yo’, con guitarras brillantes y una banda en éxtasis, capaz de pasar del acorde más sutil a la remontada más gloriosa. Ahora sí que se despiden, a pesar de los gritos del público. Se calla Lapido y suena Bob Dylan, mientras algunos se dirigen a hacerse con el último vinilo, algún disco o tal vez una camiseta. La gira acaba, y Málaga se funde en negro. Las expectativas están cumplidas, han disfrutado del rock and roll. Tal vez mañana, Lapido no esté en los periódicos, pero nunca debería bajar del escenario.